"Tenemos las pruebas y tenemos identificadas a las personas que participaron" le dijo el 4 de marzo a la prensa el presidente de Perú, Ollanta Humala, sobre caso de espionaje que tiene en vilo las relaciones entre su país y Chile. "Esto no se queda así nomás", agregó el mandatario. Dos días después, su cancillería le envió a Santiago una nota en la que le informaba que retiraba a su embajador. Como respuesta, su homóloga chilena, Michel Bachelet, respondió que su representante en Lima tampoco regresaría a Perú tras sus vacaciones, sino que se quedaría en Chile preparando una respuesta al reclamo de Humala. Se trata del punto más bajo que han alcanzado los vínculos entre ambas naciones desde el fallo de la Corte de La Haya sobre la delimitación marítima, emitido a principios del año pasado. El desencadenante de la tensión actual fueron los presuntos actos de espionaje auspiciados por Chile. Según la denuncia de Humala, hacia 2005 tres suboficiales de la Marina peruana habrían sido contactados por un oficial del Ejército chileno, quien haciéndose pasar por un empresario italiano que deseaba invertir en América Latina les habría comprado información clasificada sobre la Marina peruana. Por este asunto, Perú ya había llamado a consultas a su embajador a mediados de febrero y desde entonces su gobierno venía subiéndole el tono a su insatisfacción. Sin embargo, la situación se tornó tensa la semana pasada, tras la respuesta de Santiago, que para Lima no fue "satisfactoria". De hecho, la reacción del oficialismo peruano ha sido categórica y ha trascendido el ámbito diplomático. "Creo que ha llegado el momento que el Perú revise los acuerdos comerciales, sobre todo el acuerdo sanitario y el aéreocomercial", dijo el congresista Daniel Abugattás, quien ha sido el vocero de Humala y de su Partido Nacionalista en diferentes campañas. "No podemos permitir que el país sea maltratado", sentenció. Sin embargo, solo las cancillerías conocen el contenido de las notas intercambiadas, por lo que ni la opinión pública ni los medios saben a ciencia cierta en qué consiste el maltrato. La respuesta de Santiago se ha mantenido dentro de los límites de la diplomacia, insistiendo en que la decisión de retirar al embajador "es del ámbito de decisiones de Perú". Sin embargo, en las declaraciones de sus representantes también ha habido un tono que revela cierta irritación por todo lo que hay en juego con su vecino norteño. Junto a Colombia y México los dos países conforman la Alianza del Pacífico; las inversiones chilenas en Perú ascienden a los 13.500 millones de dólares; las peruanas en Chile a los 8.500 millones; y ambos países tienen importantes colonias en el otro país (unos 130.000 peruanos se han radicado en Chile y más de 5.000 chilenos son residentes en suelo inca). Además, ciudades como Arica y Tacna viven del comercio transfronterizo y el turismo es una industria en auge para ambas economías. Tampoco ha favorecido la causa peruana que haya trascendido que el valor de los informes de los espías oscilaba entre los 200 y los 500 dólares (unos dos salarios mínimos colombianos), su bajo rango en el escalafón militar, ni que la reacción de la Presidencia se produjera cuando la opinión pública y los medios de comunicación conocieron la denuncia, y no cuando el gobierno se enteró de los hechos. Todo lo cual ha hecho que muchos (como el diario El Comercio, el más importante de Perú) vean en el reclamo de Humala una cortina de humo. De hecho, su popularidad del 22 por ciento es la más baja de todos los mandatarios latinoamericanos. A menos de un año del final de su mandato, existen fuertes denuncias contra él y contra su esposa, la influyente Nadine Heredia, e incluyen una investigación en la Fiscalía por depósitos entre 2006 y 2009 por un valor de 215.000 dólares y la compra de dos inmuebles por parte de la suegra del presidente. Una serie de asuntos por los que su asesor de campaña de 2006, Martín Beluande Lossio, se fugó y hoy se encuentra refugiado en Bolivia. Y aunque todo indica que el asunto se resolverá de manera diplomática, es inquietante que en América Latina se siga usando el fantasma del enemigo externo como distractor. Sobre todo, atizando los sentimientos nacionalistas y reabriendo heridas históricas. Al parecer, el fallo de La Haya no terminó de limar las asperezas entre esos dos países, que se miran con suspicacia desde que se enfrentaron en el siglo XIX, cuando su lucha en la Guerra del Pacífico redibujó el mapa del continente.