“Es más fácil perdonar que pedir perdón”, dice Fabio Mariño Vargas luego de recordar los días de tortura por los que pasó en Cantón Norte de Bogotá. Interrogatorio con golpes, amenazas, choques eléctricos, plantones, fusilamientos simulados, colgadas de los brazos, el submarino, el ahogamiento con bolsas plásticas amarradas al cuello, las agujas penetrando las uñas de las manos, el golpetear los dientes hasta quebrarlos, la incómoda penumbra con los ojos casi siempre vendados, y siempre esposado, el frío y la desnudez que, como nunca, en ningún otro momento de la vida, es señal de ofensa, de indefensión y de temor. En el libro ‘El Perdón‘, publicado por la editorial Bolívar Impresos, publicado en agosto pasado, Mariño cuenta que cuando comprendió que su vida pendía de un hilo, que no tenía otra alternativa para seguir luchando y defender la causa en la cual estaba comprometido, asumió que la muerte sería su mejor compañera y que lo ayudaría a resguardar la información y preservar su dignidad para no llegar a la lamentable delación. Incluso, al tomar la decisión de suicidarse y pensar una y otra vez en hacerlo, calmaba el padecimiento diario. Entrevista:“Era una muerte anunciada”: María José Pizarro Los dolores se sentían menos, los miedos y temores disminuyeron y su angustia se concentró en tratar de morir antes de ser asesinado y luego desaparecido. Su objetivo era avanzar más rápido que sus torturadores y vencer otros miedos que se colaban por entre la perversidad y la amenaza. Hoy, 35 años después de estar viviendo entre la memoria y el olvido, todavía lo sorprenden algunos recuerdos en cualquier esquina, cuando al menor descuido se salen -sin permiso- del rincón del alma donde cree tenerlos escondidos. Esos recuerdos le hacen sentir con mayor intensidad ese zumbido punzante en el oído que le carcome la tranquilidad y el descanso, producto del golpe que recibió cuando fue llevado a las caballerizas. Recomendamos: Cuando Uribe defendió el pacto de paz con el M-19 Pero Mariño ya no odia. Dice que hay que hacer “hasta lo imposible por lograr la paz” y sigue convencido que la reconciliación es un mandamiento universal y, lejos de cualquier intención de venganza o animadversión, cree que el perdón sentido y practicado desde su sentir es un aporte que pretende dejar como referencia a las generaciones venideras para practicar este valor humano. Reafirma que hace más de tres décadas está convencido de que el perdón puede hacer más fácil el camino la reconciliación y esta es cimiento para la paz. “Perdonar es aprender a buscar en la alegría de vivir un acto que demande lo mejor del ser humano”, dice Mariño en sus letras y añade que “olvidar es casi imposible y por ello es necesario recordar para no dejar perder tantas alegrías con sus aprendizajes, para no repetir tantos dolores impuestos, para asegurar que Colombia no vuelva a acercarse a los linderos del abismo del sufrimiento social y la desesperanza por la que la han obligado a transitar. Pero, sobre todo, para poder decir -sin temores- “ofrezco mi corazón como un territorio despejado de violencias, un rinconcito liberado de odios y resentimientos; ofrezco mi vida como una vereda libre de rencores, y lo entrego con amor, como se cuida una labranza campesina dispuesta para la gran cosecha de la paz”. Sugerimos: “Así torturaban en el batallón Charry Solano”