ARonny V. le decían que estaba loco, que debía poner de su parte para recuperar su salud y ser de nuevo el de antes. Es que, si los exámenes de corazón o pulmonares que se practicaba salían bien, ¿por qué insistir en que estaba enfermo? Pero este barranquillero, hoy de 39 años, sabía que en su cuerpo las cosas estaban mal desde que se contagió de covid-19 en 2021. Vive en Alemania y completa cerca de tres años “batallando” contra una enfermedad que lo incapacitó para siempre, lo alejó del diseño –profesión que lo llevó a especializarse a Europa– y de disfrutar de una vida normal.
A miles de kilómetros de allí, en Italia, otra colombiana, Éricka Olaya, también vive un viacrucis por cuenta del llamado covid prolongado o long covid, que la tiene aún con síntomas como falta de olfato, dolores musculares intensos y una niebla mental difícil de describir. Un cuadro médico que la dejó sin trabajo, sin casa y con una deuda de varios miles de euros, dinero que ha gastado buscando tratamientos. “Es una pesadilla prolongada que no le deseo a nadie”, dice a SEMANA.
En Colombia, también abundan los casos. Historias como la de Claudia Rodríguez, ingeniera química, que no pudo volver a trabajar por las secuelas que el covid-19 le dejó, desde que se contagió en México.
Los tres aseguran que el coronavirus se quedó a vivir para siempre con ellos de maneras extrañas. Y todos se han estrellado con la misma respuesta de los médicos: deben tener paciencia. Es un mal que aún no tiene cura y que despista a la comunidad científica pues no se comporta de una misma manera ni afecta a un mismo órgano.
Lo sabe Carlos Álvarez, vicepresidente de Desarrollo Científico e Innovación de la Clínica Colsánitas y el especialista nombrado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como coordinador de estudios sobre covid-19 para Colombia. Álvarez explica que una de las razones por las que se presenta el covid prolongado es porque el virus persiste en ciertas personas debido a que su sistema inmunitario no es capaz de eliminarlo completamente.
“Se queda en el intestino o en algunos tejidos, por ejemplo. Otra causa es que el virus produjo una reacción inflamatoria que deja secuelas en el tiempo. Eso explica síntomas relacionados con el corazón y la circulación. Otra explicación se asocia al sistema nervioso central, lo que permite entender por qué las personas tienen alteraciones de la memoria y algunas, incluso, del estado de ánimo”, señala el especialista.
Algunos pacientes no han recuperado los sentidos del gusto o del olfato, o estos les han quedado alterados. “Y eso se debe a que este virus tiene una afinidad por ciertas células, como las del bulbo olfatorio, que están metidas en el cerebro, lo que hace que pueda persistir y generar permanencia”, señala.
Lo cierto es que la forma en que nos desenvolvemos tras estar expuestos al covid se reduce a la batalla entre el virus mismo y las defensas de nuestro cuerpo. Hoy, se estima que al menos un 10 por ciento de los casos de covid-19 derivan en covid persistente. La cuenta es sencilla: si hay contabilizados 650 millones de casos totales en el mundo, esto supone 65 millones de personas. Pero, más allá de las cifras, para quienes lo padecen se trata de una enfermedad que les hizo “perder la esperanza”.
“Vivir cuatro años con covid”
A Éricka Olaya Andrade hablar le corta el aliento, pero se esfuerza. Al otro lado de la línea, desde Italia, narra en SEMANA la historia de cómo el covid-19 llegó a su vida, justo por los días en que se sentía más afortunada que nunca, pues había logrado un trabajo soñado en su exitosa carrera de diseñadora y relacionista pública. Una multinacional alemana la había contratado. Era enero de 2020 y la noticia de que en la ciudad china de Wuhan se había descubierto un virus letal viajaba por el mundo con la misma velocidad que el mismo virus.
Para entonces, Éricka tenía 43 años y una vida vertiginosa que la obligaba a viajar y le proporcionaba varias comodidades. Esa era su vida cuando el letal virus comenzó a matar gente en Italia, uno de los países más golpeados por la enfermedad, donde el virus dejaba muertos incluso en las calles.
A pesar de ese aterrador panorama, y en medio de la cuarentena, a los empleados de la multinacional les exigieron seguir en la presencialidad. La excusa, les explicaron, es que contaban con un seguro que pagaba mil euros a quienes fueran diagnosticados y 10.000 más a quien falleciera.
Sería en ese contacto diario, en las calles de Milán, donde esta bogotana se contagió. Al comienzo, sintió una gran debilidad y una migraña tan fuerte que un día la obligó a llegar en ambulancia a una clínica.
Éricka recuerda bien la fecha: 9 de marzo de 2020. Sus pulmones, le explicaron los médicos, estaban a punto de colapsar. Tenía, además, una hemorragia y una neumonía avanzadas. No llegó a estar intubada en una UCI, como millones en el mundo, pero pasó 20 “eternos días hospitalizada” en una habitación con otros enfermos de covid, que en esa época en Italia se contaban por miles y la obligaron a trasladarse a otro centro asistencial que solo abandonó cuando la prueba del virus dejó de salir positiva.
Nada volvió a ser como antes. Éricka comenzó un viacrucis del que no ha escrito el punto final. Peinarse o incluso hablar le implicaban un esfuerzo descomunal, como si el cuerpo fuera de plomo y pesara. En ese entonces, la larga incapacidad la dejó sin trabajo, una vida productiva que no pudo recuperar, pues el decaimiento y la fatiga se instalaron en su cuerpo y nunca se fueron.
Esta bogotana es uno de los millones de pacientes en el mundo que padecen de covid prolongado o long covid, otra suerte de epidemia que deja, mal contados, unos 65 millones de enfermos en todo el planeta. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), alrededor del 80 por ciento de los casos son mujeres y el 50 por ciento tienen edades entre los 36 y 50 años (una media de 43 años).
Y para Éricka, lo que comenzó a vivir después de la etapa más severa del covid-19 va más allá del cansancio físico, las dificultades respiratorias, la fatiga extrema y los dolores musculares. “Me quedaron problemas de motricidad y neuropatías que hacen que se me caigan las cosas de las manos. Desde una olla hasta el cepillo de dientes. Me volví torpe”, asegura con algo de humor la colombiana, a la que le cuesta hasta cocinar y que perdió su trabajo y hasta su casa y arrastra actualmente una deuda de varios miles de euros por cuenta de los tratamientos médicos.
Hoy, su esperanza es un tratamiento experimental que ha logrado con apoyo del consulado colombiano en Italia. Se trata de un medicamento que es un anticuerpo sintético usado en pacientes con esclerosis múltiple. “El protocolo para pacientes long covid está en etapa experimental, se llama Temelimab”, cuenta la bogotana, que hasta ahora ha recibido seis dosis mediante transfusión intravenosa.
“Para poder participar tenías que dar positivo a la proteína HERV-V, un retrovirus que causa decaimiento cognitivo, síntomas neurosiquiátricos y fatiga crónica”, dice Éricka. Los efectos secundarios son fuertes: vértigo, trastornos gastrointestinales, náuseas y “hasta migrañas terribles”. Pero, para esta relacionista pública, eso es poco si se le compara con recuperar la vida que el covid prolongado le arrebató.
“Solo puedo estar sentada máximo tres horas. No pude volver a trabajar”
La vida de Claudia Rodríguez tiene un antes y un después de ese domingo 21 de marzo de 2021. Antes de esa fecha, era una entusiasta ingeniera química que trabajaba como consultora SAP, un software EPR de origen alemán que por esas fechas la envió a Chihuahua, en México, para liderar un proyecto.
Antes de embarcarse al país norteamericano, Claudia se hizo la prueba PCR de rigor, que salió negativa. Y, días más tarde, al regresar a Colombia, se sintió ligeramente resfriada, pero lo atribuyó a un viento frío que bajaba desde Texas, Estados Unidos, vecino a Chihuahua.
Y como en México no alcanzó a practicarse otra prueba para comprobar que no se había contagiado, la Cancillería la urgió a hacérsela cuanto antes en Colombia. El resultado esta vez salió positivo. Y nada volvió a ser igual desde entonces. Claudia lo describe como una “hipotermia que no se quitaba, perdí además el olfato, todo un infierno. Y todo esto acompañado de unas crisis de pánico”, que sacaban lo peor de esta bumanguesa de 51 años, que durante años había sufrido de una ansiedad, “que, hasta entonces, había sido manejable”.
Claudia tenía antecedentes familiares de ansiedad, por lo que los médicos reducían su condición de salud a esa enfermedad mental. “Ni siquiera cuando me dio una neumonía bilateral me dijeron algo distinto o se animaron a buscar las reales causas. ‘Lo suyo es suave’, me repetían. ‘Ya está saliendo de esto’, y me mandaban a la casa”, relata la colombiana, que no pudo volver a trabajar.
Hoy vive de los ahorros que hizo durante su exitosa carrera como trabajadora independiente y de la venta de su apartamento. Desesperada ante la falta de un diagnóstico certero después de visitar más de 15 especialistas que le indicaban que su corazón, pulmones y riñones estaban en orden, “las crisis de pánico aumentaban. Uno cree que se va a morir. Pasé tres meses sin dormir, y en los peores días lloraba y gritaba de desesperación, sin entender qué era lo que me pasaba”.
Lo que siguió después fueron días de taquicardias, de una debilidad “indescriptible”, de falta de oxígeno, de inflamación pulmonar; me silbaba el pecho. Es como si viviera en el Himalaya, donde el aire pesa, donde sientes que te falta y no respiras con normalidad”.
También, como a la mayoría de pacientes con covid prolongado, la asaltó una debilidad brutal. “A veces me quedaba sin energías hasta para algo tan normal como hablar. Tampoco podía hacer bien las terapias respiratorias porque me cansaba muy rápido; tengo síndrome de fatiga crónica. Llevo más de un año encerrada en mi casa, me da miedo salir y que me pase algo en la calle y mi esposo no me pueda ayudar”, cuenta Claudia, que asegura que era el sostén económico de su familia y hoy apuesta a torcer el destino con un emprendimiento de vinos artesanales.
“El único que logró sacarme de la duda y confirmar que lo mío era un caso de covid prolongado fue un neumólogo de Medellín. Los demás me decían que lo mío era psiquiátrico y han buscado tratarme con ansiolíticos porque insisten en que se trata de algo mental por mis antecedentes de ansiedad, que con el tiempo se convirtió en un trastorno crónico”, narra Claudia.
La bumanguesa, lejos de mostrar mejoría, hoy padece de intolerancia ortostática, una condición que le impide permanecer erguida por mucho tiempo pues los dolores son insoportables. “Solo puedo estar sentada un máximo de tres horas. Por eso, no pude volver a trabajar. Y es una faceta de mi vida que extraño. Estar así es muy frustrante, tener covid prolongado te arruina la vida por completo. Si esta nota estará acompañada de una foto, prefiero que me vean en una de cómo lucía antes de esta pesadilla. Es una versión de mi vida que ya se fue y así prefiero recordarla”, señala la ingeniera química.
“Hasta lavarme el cabello me deja sin fuerzas”
Desde Bremen, Alemania, país en el que vive desde hace 13 años, Ronny V. cuenta su historia de dolor: aunque una prueba PCR le confirmó que se había contagiado de covid-19 en febrero de 2022, este diseñador gráfico barranquillero cree que la mala suerte de haber contraído la enfermedad ocurrió poco antes, en 2021, cuando la ciencia trabajaba a toda marcha para lograr una vacuna que atajara la estela de muerte que la enfermedad estaba dejando a su paso.
Ronny, hoy de 39 años, se cansaba con una frecuencia inusual para un hombre que solía montar en bicicleta casi a diario, que practicaba cardio, que levantaba pesas, que salía de fiesta de vez en cuando con los amigos, que jugaba en el parque con su hijo de 11 años. Hasta lavarse el cabello lo dejaba sin fuerzas, cuenta en SEMANA.
En ese 2022, doce días después de haber sido diagnosticado, una nueva prueba resultó negativa. “Creí en ese momento que había superado la enfermedad, pero no sabía la pesadilla que me esperaba en todos estos años”, relata el colombiano de 39 años, separado y padre de un hijo que nació en Alemania.
Y confiado precisamente en que lo peor había pasado, alistó las maletas y viajó a Hamburgo, otra ciudad alemana, para visitar a unos amigos, pero estando allá los ataques de cansancio se agudizaron. “Era como si tuvieras cadenas pesadas en las manos y los pies, una vaina indescriptible, incapacitante”, dice Ronny.
Para marzo de ese mismo año, su mala salud lo obligó a buscar un médico con urgencia. Es que acciones tan cotidianas como levantarse de la cama, bajar las escaleras o siquiera caminar de la cocina al sofá de la sala le generaban de 140 a 150 latidos por minuto, una reacción impensable para una persona de su edad.
Experimentaba, además, taquicardia y disnea, que se traduce en falta de aire, una afección que involucra la sensación de dificultad o incomodidad para respirar o la sensación de no estar recibiendo suficiente aire en los pulmones. “Era como si mi sangre fuera de cemento, como si me acuchillaran el corazón. Algo aterrador. Por eso, solo quería estar en la cama; me decía a mí mismo que debía evitar los síntomas, no provocarlos. Mi salud iba en picada, hasta perdí doce kilos porque la disnea me impedía comer bien”.
Los médicos daban pocas respuestas. Ni el neumólogo ni el cardiólogo encontraban la raíz de ese cuadro clínico. Todos los exámenes salían en orden. Buscó ayuda psicológica, pues familiares y amigos lo tachaban de loco y le aconsejaban que pusiera de su parte para mejorarse. En ese camino, una psicóloga le habló de una clínica que reunía a especialistas de todo tipo, y ninguno lograba explicarle qué le pasaba a su cuerpo. En julio de ese año, un neumólogo le confirmó sus sospechas: el suyo era un caso de covid prolongado. “No hay nada que se pueda hacer, debes ser paciente”, le dijo.
Han pasado dos años y Ronny sigue “luchando”. Debido a su condición, no pudo volver a trabajar y el gobierno alemán le otorgó una licencia por discapacidad, que le asegura unos 500 euros al mes, afiliación a salud y otros gastos para su manutención.
Es que la vida no volvió a ser la misma. Este colombiano no ha podido terminar la tesis de la maestría por la que fue becado, “pues no duro más de 15 minutos en el computador producto del cansancio mental, no me puedo concentrar. La sensación es como si te estrujaran el cerebro”.
Hoy, Ronny dice sentir desilusión por la ciencia: “Los médicos deberían estar más actualizados en esto del covid prolongado. Alcancé a ir diez veces a urgencias, y siempre me iba con la misma respuesta: ‘Tú no tienes nada’. Y me mandaban a casa. Pero no te hablan de estas secuelas del covid, solo te piden resignación, cuando en mi caso, si hago alguna actividad física, a los 20 minutos ya quiero estar en la cama”.