Decir groserías con frecuencia se asocia con la mala educación, la falta de cortesía e incluso un vocabulario pobre. No obstante, la ciencia se ha preocupado por encontrar qué hace que algunas personas sean más proclives a pronunciar malas palabras. Los hallazgos son muy curiosos.
Una investigación realizada por académicos del Colegio de Artes Liberales de Massachusetts y del Marist College de Estados Unidos se centró en establecer si en realidad las personas que dicen más groserías no tienen un léxico amplio.
“Una suposición popular sobre el habla coloquial es que las palabras tabú se usan porque los hablantes no pueden encontrar mejores palabras con las que expresarse: porque los hablantes carecen de vocabulario”, señalaron los autores del estudio.
No obstante, advirtieron que hay otra hipótesis que advierte que la fluidez verbal se puede obtener sin importar el tema del cual se esté hablando ni los términos que se usen.
Para comprobar cuál explicación es más correcta, los investigadores decidieron someter a varios individuos a un test llamado prueba de asociación de palabras orales controladas (Cowat, por sus siglas en inglés). Este examen permite medir qué tan alta es la fluidez verbal de las personas.
La diferencia es que, en esta ocasión, los autores de la investigación también decidieron probar qué tanta fluidez tenían los participantes con palabras consideradas “tabú” y con palabras de animales. Estas pruebas se hicieron tanto a un nivel oral como a nivel escrito.
“Ambos formatos produjeron correlaciones positivas entre la fluidez Cowat, la fluidez animal y la fluidez de palabras tabú”, advirtieron los autores de la investigación. Es decir, la fluidez verbal aplica para todos los términos, incluidos los que se consideran como groseros.
En síntesis, encontraron que tener un léxico amplio de groserías podía ser considerado como un indicador de que las personas también cuentan con habilidades verbales sanas, en vez de tratarse de una muestra de supuestas deficiencias en materia verbal.
“Los hablantes que usan palabras tabú entienden su contenido expresivo general, así como las distinciones matizadas que deben establecerse para usar los insultos de manera adecuada”, agregaron los investigadores.
Además, señalaron que encontraron pocas variaciones al evaluar otros aspectos como el sexo de los participantes y su capacidad para decir groserías.
“En general, los hallazgos sugieren que, con la excepción de las calumnias relacionadas con el sexo femenino, las expresivos tabú y los peyorativos generales constituyen el núcleo de la categoría de palabras tabú, mientras que las calumnias tienden a ocupar la periferia y la capacidad de generar lenguaje tabú no es un índice de la pobreza lingüística general”, concluyeron los investigadores.
Las malas palabras también son útiles para el dolor
Pero conocer una amplia variedad de groserías no solo se asocia a una mayor fluidez verbal, sino que también puede ser útil en escenarios de la vida real.
En otra investigación realizada por científicos de la Universidad de Keele, en el Reino Unido, se estudió la reacción que tenía el organismo cuando una persona decía groserías mientras estaba pasando por situaciones dolorosas.
Los autores del estudio les pidieron a 64 voluntarios que sumergieran su mano en un balde que tenía agua helada durante tanto tiempo como pudieran. Mientras tanto, debían decir una grosería que prefirieran.
Luego, repitieron el ejercicio, pero les solicitaron que dijeran una palabra común, que debía describir la mesa que tenían cerca. Como resultado, encontraron que los participantes podían tener la mano en el agua durante un período más prolongado cuando decían malas palabras.
“Decir groserías es algo que ha existido durante siglos y es un fenómeno lingüístico humano casi universal. Aprovecha los centros emocionales del cerebro y parece surgir en la parte derecha del cerebro, mientras que la mayor parte de la producción del lenguaje ocurre en el hemisferio cerebral izquierdo del cerebro. Nuestra investigación muestra una posible razón por la cual se desarrollaron las palabrotas y por qué persiste”, explicó Richard Stephens, uno de los investigadores que fue citado en el medio especializado Science Daily.