La diabetes es una enfermedad caracterizada por niveles anormalmente altos de glucosa (azúcar) en sangre. Se produce como consecuencia de una limitada capacidad de nuestro organismo para metabolizar esta glucosa.
La diabetes mellitus 2 (DM2) supone el 90-95 % de todos los casos de diabetes. Además, constituye uno de los principales problemas de salud y de más rápido crecimiento en el mundo. Aparece más frecuentemente en adultos (de entre 40 y 60 años).
En la diabetes tipo 1 el organismo no puede producir insulina y requiere inyectarse esta hormona. En la diabetes tipo 2, que es mucho más común y es la que aquí consideramos, las células beta de nuestro páncreas dejan de producir suficiente insulina o bien nuestro organismo deja de responder correctamente a dicha hormona. De esta forma, los mecanismos que regulan la glucemia resultan profundamente alterados.
Desafortunadamente, es una enfermedad que, por el momento, es muy difícil de curar e incluso de tratar si no se afronta precozmente. Probablemente se deba a la complejidad de interrelaciones metabólicas que se ven progresivamente más alteradas.
La dificultad de adoptar un nuevo estilo de vida
El éxito en el tratamiento se asocia de manera generalizada a la capacidad de adoptar nuevos hábitos de vida. Entre estos se incluyen fundamentalmente el ejercicio físico y cambios drásticos en la alimentación. Pero también la adherencia a la medicación y el control de la glucosa y de otros posibles síntomas. Sin embargo, la dificultad de cambiar de hábitos dificulta que muchas personas lo consigan.
En muchos casos, la diabetes es precedida por síndrome metabólico y prediabetes (alteración de la glucemia, que no sobrepasa los límites establecidos para el diagnóstico de la diabetes) y estos, a su vez, por obesidad abdominal.
Se trata de tres enfermedades interrelacionadas que comparten mecanismos de aparición y evolución. Del mismo modo, también coinciden en sus consecuencias: destacan las complicaciones cardiovasculares entre muchas otras.
Dichas enfermedades deberían abordarse precozmente, sobre todo con medidas relacionadas con el estilo de vida. Estas son las más eficaces, pero también las menos practicadas.
Además, también pueden precisar tratamientos farmacológicos para controlar los factores de riesgo (como disglucemia, hipertensión, dislipemias, trombofilia) y el propio exceso de peso que, en la medida posible, deben adaptarse a las características individuales de cada caso.
Pero la compleja red de interacciones, procesos y mecanismos implicados en esta enfermedad hace que cuando actuamos sobre uno de ellos, se generen ajustes compensatorios en otros. Esto hace que sea más difícil alcanzar una situación estable de control. Sin embargo, los cambios en el estilo de vida proporcionan beneficios generalizados en prácticamente todos los pacientes, posiblemente por su acción múltiple. De ahí la importancia de ponerlos en práctica.
La importancia de la intervención temprana
Desde muchos ángulos, parece claro que una intervención temprana, intensa y amplia en la diabetes tipo 2 y en las enfermedades precedentes reduce el riesgo de complicaciones microvasculares y macrovasculares y la gravedad y progresión a otras enfermedades.
La pérdida de peso (subyacente a la pérdida de grasa) es el primer paso esencial, pues reduce la mortalidad, mejora del perfil lipídico y reduce tanto la presión arterial como los marcadores de inflamación. Además, en el síndrome metabólico, retarda la evolución hacia la diabetes. Esto sucede porque las dificultades en el control metabólico se acrecientan a medida que progresa la degeneración pancreática.
La otra gran aportación al tratamiento es el ejercicio físico, con múltiples efectos favorables, mejorando prácticamente todos los factores de riesgo mencionados y las consecuencias en la incidencia de las enfermedades cardiovasculares, además de contribuir al control del peso corporal.
Es importante actuar a tiempo porque la enfermedad se va agravando como resultado, al menos en parte, del efecto tóxico en las células beta pancreáticas causado por un aumento sostenido del exceso de azúcar y ácidos grasos en sangre (consecuencia de la obesidad abdominal).
Es decir, estos ácidos grasos pueden ser parte de la conexión entre la obesidad, la resistencia a la insulina, el síndrome metabólico y el desarrollo de diabetes mellitus tipo 2.
Una enfermedad con mucha genética detrás
Junto al estilo de vida, los factores genéticos contribuyen de manera importante al desarrollo de diabetes tipo 2. Los hijos de padres que tuvieron esta enfermedad tienen más probabilidad de padecerla. En concreto, según este estudio, hasta 3,5 veces más que la población general, si solo la padece uno de los dos progenitores, y 6,1 veces más si la padecen ambos.
Diversos estudios han permitido un gran avance en la identificación de variantes y cientos de genes involucrados. Dichas variantes génicas se relacionan con el riesgo de padecer dicha afección, sus complicaciones, así como con la respuesta a tratamientos dietéticos y farmacológicos.
También se han realizado estudios genómicos para identificar por qué algunas personas responden de manera diferente a los medicamentos y por qué otras desarrollan resistencia a los mismos.
Técnicas innovadoras para entender la diabetes
A un lado de la genómica, el desarrollo de otras técnicas ómicas (que permiten un análisis a gran escala) están aportando un nuevo tipo de información que podrá revolucionar el manejo de estas afecciones.
Así, por ejemplo, en un análisis prospectivo de 1622 participantes no diabéticos, la combinación de factores genéticos, metabolómicos y clínicos mejoró la predicción. Además, estudios recientes han combinado múltiples fuentes de datos con respuestas al tratamiento, allanando el camino para la futura medicina de precisión en relación a la diabetes.
Los datos multiómicos permiten comprender las causas subyacentes a las diferentes respuestas farmacológicas y comportamentales individuales, lo que da paso a implementar la medicina de precisión para la DM2. Así, por ejemplo, han combinado la información ómica (genómica, metabolómica, proteómica y microbioma) para desarrollar intervenciones dietéticas personalizadas para cada paciente.
En la misma línea, otros estudios han integrado datos de ingesta, biomarcadores, actividad física, sueño, etc., en un algoritmo y han mostrado que las intervenciones nutricionales basadas en este algoritmo son más efectivas que los consejos dietéticos tradicionales para reducir la glucosa en sangre posprandial.
El conocimiento de nuestro perfil genético y, en el futuro, nuevos marcadores basados en la combinación de tecnologías ómicas nos pueden ayudar a predecir el riesgo de padecer dicha enfermedad y a establecer recomendaciones y tratamientos personalizados.
En definitiva, está claro que la heterogeneidad de la diabetes tipo 2 puede capturarse mediante un perfil metabólico completo, de procesos y mecanismos. Es lo que podríamos denominar “huella metabólica”, una caracterización fisiopatológica cada vez más profunda de la enfermedad, sus orígenes y su progresión y un tratamiento individualizado más efectivo gracias la medicina de precisión.
Por:
Catalina Picó Segura Catedrática de Bioquímica y Biología Molecular. Grupo de Nutrigenómica, Biomarcadores y Evaluación de riesgos de la Universidad de las Islas Baleares (UIB); miembro del CIBEROBN y del IDISBA., Universitat de les Illes Balears
Andreu Palou Oliver Catedrático de Bioquímica y Biología Molecular. Grupo de Nutrigenómica, Biomarcadores y Evaluación de riesgos de la Universidad de las Islas Baleares (UIB); miembro del CIBEROBN y del IDISBA, Universitat de les Illes Balears
Artículo publicado originalmente en The Conversation el 18 de enero de 2022