Hernán Darío Estrada Londoño fue un reconocido médico y neurocirujano de la Universidad de Antioquia que desarrolló buena parte de su carrera en Medellín. Un hombre que cuando “lo llamaban para que diera una mano ya estaba ocupado dando las dos”, tal como lo evocó Óscar Domínguez en una columna publicada en El Colombiano.
Durante décadas se dedicó al estudio de los misterios del cerebro humano y como neurocirujano debió enfrentar delicados casos con sus pacientes. Pero la enfermedad, que no distingue profesiones, lo llevó un día a estar del otro lado, a convertirlo en paciente. En uno muy grave.
Debido a un agresivo cáncer de colon, este médico no solo se vio obligado a cerrar el consultorio en que el ejerció toda su vida, sino iniciar un largo peregrinar por diferentes especialistas y también varias Unidades de Cuidado Intensivo (UCI), en las que paradójicamente vivió en carne propia la dura experiencia de ser un paciente con un cuadro complicado de salud y la manera como se prestan los servicios de salud en algunos centros asistenciales de Colombia.
El propio doctor Estrada Londoño, poco antes de morir, hizo circular entre colegas y amigos un conmovedor y doloroso mensaje que varios de ellos han replicado en los últimos días a través de sus redes sociales y grupos de WhatsApp, en el que este atildado especialista se queja de la deshumanización que, según su relato, se vive en muchas UCI.
“Soy otro después de estar cuatro veces en la UCI. Los resultados médicos no compensan el daño irreparable en la esfera psicológica. Ya no soy Hernán Darío Estrada, soy lo que queda de él”, arrancó comentando el fallecido médico.
“Como dice el doctor Vélez, no hay día, no hay noche. No hay horario. No hay quién escuche el gemido. El amigo y colega es un extraño. No se le ve la cara. No hay una mano en el hombro que te diga cómo te sientes. Tampoco el estetoscopio en el pecho que te haga sentir protegido”, prosigue en su relato el neurocirujano antioqueño.
“¡No sabes lo que es un baño a las cinco de la mañana tiritando de frío! Pregunté: ¿por qué no me cambiaban de posición cada dos horas? Y oí las burlas. Es un lugar hostil. Con ruidos por alarmas de aparatos y conversaciones y risas inadecuadas”, aseguró con tristeza el médico antes de su fallecimiento.
Y describió con detalle a sus colegas los sentimientos que experimentan los pacientes en esas unidades de cuidado intensivo: “Los pacientes tenemos angustia, ansiedad, insomnio, miedo y temor a la muerte. Fácilmente nos rotulan de psicóticos”.
Hacia el final de su relato rescató, sin embargo, el papel que cumplen las enfermeras en estos espacios: “Rescato a los ángeles, las enfermeras (la gran mayoría). Son médicas (explican el por qué), familia, confidentes y amigas. Lloran con uno. Difícilmente se sientan, mientras los Dioses del Olimpo no se mueven de su trono y su juguete, el computador”.
Al final, el doctor Estrada, pese a que sabía que su vida se estaba apagando, quiso dejar una reflexión para mejorar la calidad en la atención de estos espacios: “Falta mucho para humanizar las UCI. Hay que empezar por humanizar a los médicos”, aunque reconoce que “los hay muy humanos”.
“Los pacientes en la UCI nos convertimos en objeto de estudio médico, pero se olvidan de las necesidades emocionales”, expresó con dolor.