En los últimos años, la ciencia ha demostrado los riegos de la soledad: las relaciones sociales escasas (caracterizadas por el aislamiento social) se asociaron a un aumento del 29 por ciento del riesgo de enfermedad cardiaca y a un aumento del 32 por ciento del riesgo de accidente cerebrovascular. La soledad, además, se asoció con mayores tasas de depresión, ansiedad y suicidio.
De ahí que la soledad y el aislamiento no sean solo males sociales. Una reciente investigación de la Universidad de Glasgow, en Reino Unido, puso en evidencia que las personas que no reciben al menos la visita de familiares o amigos una vez al mes tienen un riesgo de muerte un 39 por ciento mayor. En otras palabras, la soledad también acortan la vida de quienes los sufren.
Las conclusiones fueron publicadas este viernes por la revista BMC Medicine y recogen los resultados del seguimiento de las interacciones sociales de un total de 458.146 personas, entre los 40 y los 70 años, del Biobanco de Reino Unido. Se trata de una gigantesca base de datos para la investigación, analizada durante un periodo de 12,6 años. Al final de ese tiempo, 33.135 de ellos habían fallecido.
Los científicos se han dedicado a seguir las respuestas de los participantes a cinco preguntas básicas, dos de ellas subjetivas: con qué frecuencia confían en alguien cercano y con qué frecuencia se sentían solos; y dos objetivas: cada cuánto veían a familiares y amigos, si participaban en alguna actividad de grupo semanal y si vivían solos.
La falta de interacciones en los cinco aspectos estudiados está asociada a una mayor mortalidad. Sin embargo, por más malestar que pueda causar a una persona la sensación subjetiva de sentirse sola o no poder confiar en alguien cercano, “lo que es realmente grave y se asocia a un mayor riesgo de mortalidad es estar objetivamente solo y aislado”, explicó en rueda de prensa uno de los autores, el profesor de cardiología de la Universidad de Glasgow, Jason Gill.
Pero, lo realmente complejo se da en las personas que viven completamente solas y que no reciben ni siquiera una vez al mes la visita de familiares o amigos: su riesgo de muerte prematura es un 39 por ciento más elevado, y no se aprecia que participar en alguna actividad grupal pueda tener ningún beneficio para ellos, si no cuentan con el ‘calor’ de seres queridos.
“Ese manto social protector que ejercen la familia o los amigos es lo más relevante para prolongar la vida, y quienes no cuentan con este factor tampoco se benefician de participar en actividades grupales de forma semanal”, explica el doctor Hamish Foster, investigador de la universidad.
Ambos investigadores subrayan que el hallazgo de esta conexión tan clara entre la muerte prematura con la soledad y el aislamiento indica que estamos ante problemas “más multifactoriales y complicados” de lo que se pensaba. Y consideran que “un solo tipo de intervención para atajar estos problemas será insuficiente”.
“Lo que sí nos proporciona esta investigación es una amplia base de conocimiento para diseñar y poner en marcha protocolos para reducir el aislamiento de las personas”, destaca Gill.
Ahora bien, cabe preguntarse si las conclusiones de este estudio —el más concluyente hasta ahora por la cantidad de personas analizadas— son aplicables a jóvenes que viven en algún grado de aislamiento significativo. Pero, los autores han aclarado que el resultado no es extrapolable a personas de otra franja de edad (menor de 40 años), y que habría que hacer seguimientos desde esas edades para poder saberlo.
Tampoco, aclaran, puede implicar que quienes vivan en una residencia de mayores están menos expuestos a este riesgo de mortalidad por poder contar con más interacción: “Quienes viven en una residencia es generalmente por otras casuísticas, nuestra investigación ha abarcado a aquellas personas que pueden vivir solas en sus casas”, señaló.