Las cifras que deja la malaria (o paludismo) a su paso no son nada alentadoras: en 2021, casi la mitad de la población mundial estaba expuesta al riesgo de padecerla y ese mismo año se calcula que hubo en el mundo 247 millones de casos y unas 619.000 personas a las que les causó la muerte.
Por regiones, África, según la Organización Mundial de la Salud, OMS, soporta una fracción desproporcionadamente alta de la carga mundial de morbilidad. En 2021, este continente concentró un 95 por ciento de los casos de malaria y un 96 por ciento de las defunciones; de ellas, un 80 por ciento correspondió a niños menores de 5 años.
Por eso, la ciencia no ha ahorrado esfuerzos en combatirla. Este viernes, la revista especializada Science Advances publicó el trabajo de un grupo de investigadores de la Universidad de Ginebra (UNIGE), que descubrieron que el parásito causante de la malaria utiliza una clase de sensor especial para actuar que, convenientemente manipulado, podría desorientar y desactivar a este patógeno.
El hallazgo supone un gran paso adelante en la lucha contra esta enfermedad, especialmente mortífera en el África subsahariana y que afecta cada año en todo el mundo alrededor de 250 millones de personas, según recordó UNIGE en un comunicado.
Los expertos, liderados por el profesor del Departamento de Microbiología de la Universidad Mathieu Brochet, descifraron al parásito causante de la malaria: es del género plasmodium y tiene unos sensores ausentes en otros microbios capaces de diferenciar si se encuentra en un ser humano o en un mosquito.
Eso es algo vital para el ciclo de expansión del parásito, que es transmitido por el mosquito anófeles a los seres humanos a través de sus picaduras; de ahí pasa al hígado, donde crece durante unos diez días; más tarde al sistema sanguíneo humano en donde contagia glóbulos rojos. Y, una vez allí, puede nuevamente “viajar” a otro mosquito.
“El sensor está hecho de cinco proteínas y, si se elimina, el parásito no se da cuenta de que ha dejado de estar en la sangre para llegar al mosquito, con lo que ya no es capaz de continuar su desarrollo”, indicó Brochet.
El patógeno también puede quedar “desorientado” si se manipulan sus sensores cuando se encuentra en la fase de expansión en la sangre del cuerpo humano: normalmente, en esa etapa se desarrolla en los glóbulos rojos, y cada 48 horas destruye los que ha contaminado para multiplicarse y parasitar otros nuevos.
Cuando el plasmodium se encuentra en el hígado, el paciente no muestra ningún síntoma, mientras que en la fase de multiplicación a través de los glóbulos rojos sufre ya episodios de fiebre muy alta.
“Observamos exactamente el mismo mecanismo: sin el sensor, el plasmodium, se encuentra atrapado en los glóbulos rojos, es incapaz de continuar su ciclo infeccioso”, añadió el microbiólogo.
Los sensores de los que se vale el parásito, sustitutos de órganos sensoriales de los que carecen este tipo de microorganismos, permiten detectar moléculas presentes únicamente en el mosquito o en el ser humano, modificando así su comportamiento.
El equipo de UNIGE ha identificado ya las moléculas que el plasmodium detecta en el insecto, pero aún no las que lo orientan en el cuerpo humano, por lo que sus estudios deben continuar para poder aumentar los usos prácticos del hallazgo.
“Entender este mecanismo biológico tan específico será un importante paso para contrarrestar al parásito”, añadió Brochet.
El sistema de sensores está presente también en otros parásitos de la misma familia de los causantes de la malaria, como el toxoplasma, agente de otra enfermedad que puede desarrollarse en casos graves, la toxoplasmosis, por lo que con este descubrimiento también podría combatirse con mayor facilidad.
De Colombia para el mundo
En Colombia, el equipo liderado por dos científicos colombianos fue reconocido recientemente por el Instituto Nacional de Salud de los Estados Unidos (NIH) como uno de los seis mejores centros de investigación en inmunología de la malaria, labor que lideran desde Cali.