La muerte, la semana pasada, de la doctora Catalina Gutiérrez Zuluaga, residente de la Facultad de Medicina de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá, no deja de despertar la solidaridad del gremio médico dentro y fuera del país. Y con el correr de las horas se siguen conociendo testimonios desgarradores de lo que han vivido otros colegas al interior de esta alma mater.
Por medio de una carta pública, Edwin Duarte Fonseca, médico egresado de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia de la ciudad de Tunja, quien realizó su residencia en la Javeriana, narró –por ejemplo– los años de sufrimiento que vivió mientras intentaba formarse como cirujano.
“El día más feliz de la residencia es cuando uno pasa y el otro cuando la termina”
Duarte relata que entendió plenamente a qué se referían los comentarios que recibió al comienzo de su residencia, que apuntaban a que “el día más feliz de la residencia es cuando uno pasa y el otro cuando la termina”.
Cuenta que, como decenas de médicos, llegó a la Javeriana buscando “aprender”. “Pagamos sumas impresionantes de dinero para llegar a esa meta, y por más que uno sepa de las voces de otros lo que le espera, yo no estaba preparado para todo lo que iba a vivir”, dice en su carta.
Y recuerda que para poder cumplir con todas las obligaciones que demandaba su residencia, vivía una verdadera lucha “contra el tiempo y el cansancio. Debías llegar tipo 3 de la mañana o antes, incluso quedarte en el hospital para revisar todas las historias y tener una entrega de turno digna para tus profesores. Buscabas métodos para aprender todo lo que se debía saber; antepones el hambre, piensas desesperadamente cómo cumplir con los objetivos, cómo estudiar las tareas pendientes y cumplir con las diversas actividades académicas. Son días en los que apenas puedes dormir dos o máximo tres horas cada día”, asegura el profesional.
En otra carta conocida por SEMANA, titulada ‘El silencio’, que un médico que pasó por la Javeriana firma como “anónimo, lamentablemente”, se cuenta cómo “el poder que tienen unos pocos lo destruye todo, los sueños, la tranquilidad, la ilusión de ser cirujano, el mismo futuro profesional”.
“Ya no son como antes, ya no se les puede pegar”
En dicha carta, el autor se atreve a dar nombres: “El posgrado en Cirugía General de la Javeriana y su correspondiente departamento del Hospital Universitario San Ignacio estuvo a cargo de Lilian Torregrosa, e incluso seguramente hoy en día aún lo está a través de sus cuerdas de titiritero. Reconocida en el ámbito médico por sus logros como cirujana general con experiencia en cirugía de mama, magíster en bioética y cargos administrativos que le han permitido blindar su ego, esconder su doble moral y continuar pisoteando a su gusto a sus propios colegas, minimizando y ridiculizando a sus estudiantes”.
Y va más allá: “Muchos aseguran que se trata de debilidad de los residentes, el clásico ‘ya no son como antes, ya no se les puede pegar, ni castigar ni levantar la voz, ahora tienen preturno, posturno, días libres y aún se quejan’. Se escudarán en la salud mental o errores de los procesos de selección, en que académicamente no rinde cuando no existe un estándar de medición de su conocimiento, dejándolo a la suerte de la subjetividad”.
Además, asegura que debe llamar la atención cuando se retiran hasta cinco residentes en dos años o varios aplazaban por seis meses o hasta un año sus estudios. “Desarrollaron técnicas de persecución cada vez más sorprendentes y silenciosas que llevan al residente a dudar de sí mismo, sus sueños y capacidades para lograrlo, llevándolo poco a poco a tomar la decisión de retirarse ‘voluntariamente’”.
“Deseaba que me hospitalizaran para no ir”
En SEMANA también entregaron su testimonio otros profesionales de la salud como el reconocido médico Carlos Jaramillo. El experto en medicina funcional narró cómo comenzó a tener asma en medio de la angustia que sentía por los turnos y que muchas veces deseó estar hospitalizado para no tener que ir. “Antes de entrar a cirugía, me tenía que hacer una micronebulización. El neumólogo me incapacitaba, pero yo no podía faltar a mis turnos. Los tenía que cubrir a alguien y ¿quién los iba a cubrir?, pues mis compañeros de residencia. ¿Cómo los iba a dejar yo clavados haciendo turno cada tercera noche y no cada cuarta noche porque yo estaba incapacitado? Entonces lo que a mí me pasaba es que deseaba que entrara en un nivel de baja saturación tan grave que me tuvieran que hospitalizar. Yo hacía mis turnos con broncoespasmo”, contó.
“Esto se tiene que acabar. Es demasiado aterrador. No es solamente un estudiante. Esto no es que ‘ay, pobrecita, la maltrataron solo a ella y ya’. Es algo que viene siendo así desde hace muchos años. Siempre ha sido normal que a los residentes los maltratan, los atropellan, los acaban. Como te dicen a ti desde el primer día: ‘Hermano. Esto es un tema de aguantar’”, afirmó.
Otro profesional que entregó su testimonio fue el doctor Rawdy Reales, reconocido por compartir sus conocimientos en plataformas digitales y por su libro Historias que curan. Él recordó el sufrimiento que vivió a manos de su coordinador de internado, un coronel activo del Ejército, quien tenía “fama de ser absurdamente estricto, altivo, prepotente y a quien no le temblaba la voz para insultar a cualquiera”.
Un día lo llamó despectivamente “costeñito”. Y no encontró solidaridad de sus compañeros. “Están tan malacostumbrados, que lo normalizaron. No tolero una falta de respeto, independientemente de quien sea”, dijo el médico.