La Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda dentro de sus pautas para una alimentación saludable la ingesta de carnes magras.
Precisamente, el pollo es una de ellas, por lo que suele ser un elemento clave en la dieta de muchas personas. No obstante, alrededor del mismo también circulan varios mitos.
Uno de los debates más grandes frente al consumo de pollo aborda la siguiente pregunta: ¿con o sin piel?
Aunque algunos toman su decisión basándose más en el sabor y temas de gusto, otros evalúan especialmente las características de esta parte del pollo y su posible impacto en la salud.
De acuerdo con la Fundación Española de Nutrición (FEN), el pollo es un alimento rico en proteínas, ácidos grasos monoinsaturados, ácidos grasos insaturados, fósforo, niacina y vitamina B6.
“La carne de pollo tiene como componente mayoritario, en un 70 % aproximadamente, al agua. Le siguen las proteínas con alto valor biológico, dado su contenido en aminoácidos esenciales”, detalla la FEN.
Ahora bien, frente a la manera más saludable de comer pollo, la sugerencia de la OMS apunta a reducir en lo posible la ingesta de grasas. Precisamente, de ahí viene el concepto de carne magra, es decir, con bajo contenido de grasas.
“El pollo se puede considerar una carne magra, sobre todo cuando se consume sin piel donde reside una parte importante de la grasa”, expone la FEN en ese sentido.
Teniendo en cuenta este detalle, es claro que lo más saludable es consumir el pollo sin la piel. Así mismo, es clave prepararlo de una manera que no adquiera grasas añadidas, evitando, por ejemplo, el famoso pollo broaster, apanado o frito.
¿Cuáles son los riesgos para la salud de consumir la piel del pollo?
Pero, ¿qué pasa con quienes deciden incluir la piel del pollo en su dieta? La revista Mejor con salud reseña que la piel del pollo se compone en un 32 % de grasa.
En ese orden de ideas, hace que su densidad energética sea elevada, lo que puede dificultar el cumplimiento de una pauta hipocalórica.
En palabras más sencillas, consumir la piel del pollo incrementa considerablemente la ingesta calórica de la persona, aumentando el riesgo de desarrollar sobrepeso u obesidad en el largo plazo.
No obstante, esta lectura no debe ser extremista. Al tratarse de una fuente de grasas natural, su consumo no sobra y, de hecho, aporta nutrientes esenciales para el organismo. En tal virtud, el riesgo viene cuando se abusa de su consumo.
Mantener una dieta equilibrada y complementarla con hábitos de vida saludable es primordial. Partiendo de este punto, es válido que las personas que sufren, por ejemplo, de enfermedades cardiovasculares o problemas de colesterol eviten el consumo de piel de pollo y opten por otras fuentes alimenticias.
En vista de que la piel concentra la mayor cantidad de grasa del pollo, su consumo desproporcionado podría potenciar los problemas de índole cardiovascular.
Por esta razón, es conveniente acudir a un nutricionista para estructurar un plan alimenticio acorde a las necesidades de cada persona.
¿Cuál es la forma más saludable para cocinar el pollo?
La preparación es fundamental -y no solo cuando se habla del pollo-. Es durante este proceso cuando se añaden otros ingredientes que pueden condicionar el valor nutricional final de cada comida.
Puntualmente sobre el pollo, el portal Saber Vivir recomienda prepararlo asado. De esta manera, la grasa se desprende y no termina entrando de lleno al organismo. Por el contrario, cuando se fríe, la piel retendrá la grasa.
“Además, cuando se cocina a altas temperaturas, como pasa con la fritura, puede volverse crujiente pero también puede generar compuestos potencialmente dañinos, como acrilamida. Así que si quieres prepararlo así alguna vez, es mucho mejor que le quites la piel”, anota el citado portal.
En resumen, el consumo de la piel del pollo no resulta dañino por sí solo. El problema viene en escenarios particulares, cuando se cae en los excesos o se cocina de una manera poco idónea.