Los cuidados de higiene, a menudo, se asocian principalmente con el aseo personal. Sin embargo, existen otros factores a tener en cuenta que no siempre reciben la atención merecida.
En la cama, por ejemplo, es bien sabido que cada cierto tiempo hay que lavar las cobijas y cambiar las fundas de las almohadas. No obstante, hay quienes no lo hacen con regularidad por distintos factores, entre los que destacan la falta de tiempo o el desconocimiento.
Además de las fundas, las almohadas también tienen una vida útil, o al menos pueden alcanzar un periodo en el que ya es conveniente reemplazarlas. Pero, ¿cómo saber cada cuánto realizar estos cambios?, ¿tienen alguna importancia para la salud?
Pues bien, la respuesta es que sí. En primer lugar, hablando específicamente sobre las fundas de las almohadas, estas pueden acumular una amplia variedad de microorganismos a medida que avanza el tiempo.
Por ejemplo, los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) mencionan que uno de los efectos que pueden ser causados por no cambiar las fundas de las almohadas es la conjuntivitis.
“Las conjuntivitis virales y bacterianas son muy contagiosas y pueden transmitirse fácilmente de una persona a otra”, precisan los CDC. Esta condición se caracteriza por la sensación de picazón e irritación en la zona ocular.
Las personas pueden reducir significativamente el riesgo de desarrollar conjuntivitis con medidas tan sencillas como lavar las fundas de las almohadas, las sábanas, los paños y las toallas con agua caliente y detergente con frecuencia.
La frecuencia de lavado puede variar ligeramente, aunque lo recomendable es que se realice uno semanal. De igual manera, en caso de que la persona sude demasiado en las noches o haya estado enferma recientemente, es mejor cambiar inmediatamente las fundas y no dar mayor espera.
¿Cada cuánto cambiar las almohadas?
En efecto, cambiar solo las fundas resulta más común y económico que reemplazar la almohada. Entonces, ¿cómo saber que ha llegado el momento?
La revista Mejor con salud reseña que, al igual que sucede con los colchones, las almohadas ven perdiendo su comodidad con el paso del tiempo. En tal virtud, al deteriorar su confortabilidad, también se va reduciendo su vida útil.
“Descansamos bien solo si hay alineación entre la cabeza, el cuello y la columna vertebral. La almohada tiene mucho valor en este propósito”, resalta la fuente consultada.
En síntesis, tanto una almohada como un colchón cómodos benefician la higiene postural durante el sueño, mejorando el descanso de cada persona durante este periodo. Cuando la almohada no ofrece una buena alineación entre cuello y cabeza, es probable que se desarrollen dolores o molestias.
Así mismo, al tratarse de una posición incómoda, es probable que la persona despierte constantemente para reacomodar la almohada y modificar constantemente su postura.
Aunque los tiempos pueden variar de acuerdo al uso y el tipo de almohada, la Fundación del Sueño recoge que deberían cambiarse cada uno o dos años. La importancia radica en siempre velar por la comodidad, garantizando un soporte adecuado para la cabeza durante el sueño.
Elementos a tener en cuenta
Si bien el tiempo configura un primer factor, existen otros detalles que condicionan la vida útil de una almohada. Por ejemplo:
Pérdida de altura: las almohadas permiten que la cabeza quede ligeramente por encima del tronco, sin embargo, cuando pierden altura, se torna plana y deja de ser cómoda a la hora de dormir.
Deformidad: en teoría, las almohadas deben ser suaves. No obstante, si se vuelven planas o adquieren cualquier tipo de deformidad, es probable que dejen de ser cómodas.
Alergias: no todos los cuerpos reaccionan de la misma manera. Lo que para algunos puede resultar inofensivo, a otros les puede motivar reacciones inesperadas. En caso de que el material de la almohada derive en alergias, lo más conveniente es cambiarla.