A Carlos Sarria los síntomas del trastorno obsesivo-compulsivo (TOC) se le manifestaron desde niño, pero solo fue diagnosticado hace unos pocos años. Hasta entonces, creía que se trataba de un enemigo silencioso que vivía en su cabeza y lo llevaba a hacer cosas impensadas: parquear hasta 12 veces su carro en una misma tarde o bañarse 20 veces en un mismo día solo porque un famoso que vio en televisión le causó envidia.
De esa amarga experiencia nació primero un pódcast, que comenzó a grabar de forma espontánea en plena pandemia del covid-19, y que, sin mayores pretensiones, compartió en Spotify. Producción que en pocos días logró un impacto insospechado y llevó a este periodista de La FM, de RCN Radio, a convertirlo en una producción de más alcance.
Este año, en esa búsqueda por sensibilizar a los colombianos sobre la salud mental, editó un libro. Ambos llevan por nombre Diga bueno, una expresión que le ha servido a Sarria para enfrentar una condición con la que tuvo que aprender a convivir: “Un ‘man’ que a veces me ha hecho vivir unos días terribles, pero que también me ha dejado grandes enseñanzas”.
SEMANA: Más allá de la definición médica, ¿cómo describe el trastorno obsesivo-compulsivo?
Carlos Sarria: Básicamente, es un trastorno en el cual hay obsesiones que se traducen en pensamientos abusivos. Y esos pensamientos intrusivos siempre son malos. Son de catástrofes, enfermedades, cosas malas que pasan. Me llegan esos pensamientos intrusivos de un momento a otro y eso me obliga a hacer alguna compulsión para no pensar más en esa idea catastrófica que me lleva a creer que le va a pasar algo a mi familia o a mí. Y eso me llena de miedo.
SEMANA: ¿Cómo fue vivir de niño con este trastorno en tiempos en los que de salud mental se hablaba muy poco?
C.S.: Es duro. Cuando uno es niño, no entiende la dimensión de lo que tiene. Pero vas creciendo y eso finalmente avergüenza un poco. Tú sabes que tienes algo que no es normal y de lo cual las personas pueden sacar provecho para burlarse o verte como bicho raro. Eso da temor. Y, en mi caso, tenía un componente religioso. Cuando me llegaban esos pensamientos intrusivos, me preguntaba si Dios me castigaría por cosas que hacía. Imagínate eso en un ambiente de colegio y tú siendo un niño y sintiendo que tienes que rezar. Y los demás viendo que uno está rezando por todo, con imágenes del Divino Niño y esas cosas, pues obviamente te miraban muy raro. Causaba extrañeza, incomprensión en los demás. No llegué a experimentar bullying, pero sí mucha incomprensión. Siempre he dicho que cuando uno acepta que tiene un trastornoobsesivo-compulsivo como el mío es como salir del clóset. Un día dices: “Listo, ya, me libero, acepto que tengo esta joda y quiéranme así porque es algo que finalmente no puedo cambiar, que me produce crisis, que puedo tratarlo, pero que no se cura”.
SEMANA: A usted lo diagnosticaron hace solo unos siete años. ¿Cómo aprendió a manejarlo hasta ese momento?
C.S.: Simplemente, no lo hacía. Uno trataba de manejarlo de cierta forma, procuraba disimularlo lo más que podía, pero lo único que hacía era que la gente no se diera cuenta de mis compulsiones. Por ejemplo, como que iba caminando en la calle y me llegaba de repente un pensamiento intrusivo y me llevaba a arrodillarme y echarme la bendición. Porque en mi caso esas obsesiones tienen un componente religioso. Me llevaban a ponerme a rezar.
SEMANA: Cómo recuerda el momento en el que el trastorno llegó a su vida y usted ya pudo ponerle nombre a eso que llevaba años experimentando.
C.S.: Desde niño descubrí que algo me estaba pasando. No sabía qué era, pero sabía que no era normal. Empecé a informarme, a investigar y, tras muchos años, después de todo lo que yo investigué, dije: “Esto es trastorno obsesivo-compulsivo, esto es TOC”. Y empecé a ir a psiquiatras, muchos. Lo hablé con mi papá. Le decía: “Siento que tengo una cosa rara”. Gracias a su apoyo comencé a consultar a especialistas, que no me pararon muchas bolas. Recuerdo un psiquiatra al que le hablé de mis obsesiones y compulsiones. El tipo se quedó mirándome y me dijo: “¿De qué me está hablando?”. Y le respondí: “Pues, si usted no sabe de qué le estoy hablando, yo menos, a eso vine”. Al final me dijo: “No les pare bolas a esos pensamientos, hombre, enfóquese en estudiar, en salir adelante en la vida”. Hoy creo que los psiquiatras son como, digamos, para las mujeres ir al ginecólogo o para los hombres ir al urólogo. Uno se tiene que sentir en confianza con ellos. Pasé por varios hasta que di con una que me diagnosticó con TOC y me dijo que tenía una forma severa de ese trastorno.
SEMANA: ¿Siente que siguen existiendo estigmas sobre las enfermedades de la salud mental?
C.S.: Sí, totalmente. Ha habido avances, pero hace falta mucho para hablar con más libertad de estas cosas. No escapas a que la gente que te conozca diga: “Ese man tiene una cosa rara”. Cuando yo salí del clóset, la gente comenzó a entender muchos comportamientos y entendió muchos comportamientos míos. Pero sigue habiendo el señalamiento. Hace falta crear más conciencia de que los trastornos mentales existen y no distinguen edad, sexo y condición social. Que no hay que dejarlos avanzar, hay que ir a terapia.
SEMANA: ¿Cómo ha sido manejar ese tema en familia?
C.S.: Mi papá, que era médico, fue un apoyo definitivo en este proceso. Y antes de casarme con mi esposa le conté de mi diagnóstico. Le pregunté: “¿Se monta en el bus o no?”. Y ella me dijo: “Hagámosle”. También ha sido un apoyo incondicional. Mi hija aún está pequeña, pero llegado el momento lo conversaré con ella, le contaré mi historia.
SEMANA: ¿Cómo nació el pódcast Diga bueno?
C.S.: En la pandemia. Eso fue durísimo, porque que le digan a una persona con este trastorno que no puede salir a la calle porque afuera hay un virus que está matando gente es tenaz. Pensé que debía hacer algo para exorcizar ese miedo del covid. Y, como soy comunicador, tomé un micrófono que me había regalado mi esposa y simplemente comencé a contar mi historia. Algo muy espontáneo. Un amigo me ayudó a producir ese contenido y, para mi sorpresa, tuvo una acogida enorme, muchos se identificaron con lo que contaba. Es lo mismo que espero que suceda con este libro. No soy médico ni psiquiatra, pero sé que mi experiencia puede ayudar a muchos.