Danne Belmont tenía solo 11 años cuando ingresó a una fundación que les había hecho una tentadora promesa a sus padres: después de unas “buenas terapias”, el muchacho se olvidaría por completo de las ideas que lo llevaban a creer que había nacido en un cuerpo equivocado y que se sentía atraído por los hombres.
Danne, que muchos años después cambió su nombre y su género en la cédula, creció en un hogar tradicional y católico. Y salir del clóset no era para entonces una opción. Pero, la llamada a un amigo suyo del colegio les permitió a sus papás enterarse de que su hijo era diferente. “Después de eso, mis papás comenzaron a hacerme preguntas. Yo solo les dije que sentía que me gustaban los niños, pero que no sabía cómo llamarlo. Y me dijeron que se habían reunido con una psicóloga que les prometió que lo que yo vivía era algo que se podía revertir”, relata Danne en SEMANA.
Dicha psicóloga le aconsejó inicialmente a la familia una terapia de reafirmación hormonal para Danne: “Unas pastillas y una dieta especial para supuestamente corregir mis bajos niveles de testosterona que me hacían ser homosexual. Después de eso, me empezó a crecer mucho el vello corporal, y odiaba eso, porque con 12 años era el más barbado del salón y uno a esa edad no se quiere ver así”.
Pero no funcionó. Fue entonces cuando comenzaron a preguntarle si acaso la habían violado o había sido víctima de un algún tocamiento indebido. “Yo no había vivido nada de eso en mi vida. Y mis padres, lejos de entender que se trataba de una situación que podía ser normal, seguían buscando explicaciones. A mi mamá llegaron a decirle que, como me había consentido mucho de niño, por eso era homosexual. O incluso que, como yo era el segundo hijo del matrimonio, algo había pasado en el desarrollo de su embarazo que hizo que la mayoría de las hormonas se las llevaran mis hermanos (somos cuatro), y que por eso yo era gay. Y todo eso dicho por supuestos especialistas”, narra Danne.
Lo peor vino después. “Desesperados, porque insistían en que yo estaba confundido, mis padres acudieron a varias iglesias, unas católicas, otras cristianas. Supuestamente, para intentar sacarme los demonios que yo tenía dentro. Y me hicieron varios exorcismos”, dice.
Danne recuerda que una vez, en una iglesia cristiana, le taparon los ojos y la llevaron frente a todos, “un momento de gente rezando frente a mí para que me expulsaran el demonio. Para ese momento, tenía unos 14 años. Y eso se repitió varias veces”.
En otra ocasión, la llevaron a una finca muy apartada con su hermana. “Me dejaron cuatro días. Lo disfrazan de retiros espirituales para jóvenes, a los que no van los papás y a ellos realmente no les explican lo que va a suceder allí. Y durante todo el día te ponían a hablar con expertos que te ‘explicaban’ que ser homosexual estaba mal. Y en la noche me sometían a rituales donde me dejaban en medio de velas, de pie por muchas horas. Yo les decía que seguía siendo gay. Y por eso me dejaban sin dormir por casi 24 horas y me restringían la comida como una forma de castigo. Sin desayuno, sin almuerzo, sin comida”.
Esos días de horror, la llevaron a una fuerte depresión y a varios intentos de suicidio. “No es fácil. Te culpan a ti y a tu familia por ser quien eres. Este fue uno de los momentos más dolorosos de mi vida. Y todo este proceso va quebrando la relación familiar porque quedan heridas que cuesta trabajo sanar. En muchos casos, como el mío, se vive una ruptura familiar que queda para siempre porque ‘tú no quisiste cambiar o transformarte’, y te culpan toda la vida por eso”.
Después de eso, y en plena adolescencia, Danne se hizo activista. No deseaba que nadie más repitiera su historia. “En esa época, no había computador en mi casa. Entonces, me iba al colegio y buscaba la manera, sin que me vieran, de hallar información para comenzar a entenderme a mí mismo. Y durante años nunca conté lo que me había pasado”, cuenta.
Según Danne, ese doloroso pasado hizo que se le hiciera más difícil asumirse socialmente como persona trans. “Incluso, reconciliarme con mi vello corporal fue algo que me costó mucho. No me gustaba incluso llamarme gay, me llamaba a mí mismo marica”.
Lucha para erradicar las terapias de conversión
Hoy, a sus 32 años, dirige la Fundación GAAT, un grupo de apoyo para personas trans en Colombia que trabaja por los derechos de esta población desde hace 15 años. Y desde hace cuatro comenzó a recabar información sobre las mal llamadas ‘terapias de conversión’, conocidas técnicamente como ECOSIEG (esfuerzos de cambio de orientación sexual, identidad de género o expresión de género), con las que se pretende cambiar la orientación sexual o identidad de género de una persona.
En ese camino, la fundación comenzó a acompañar a numerosas familias del país para que recibieran “información responsable, técnica y académica sobre lo que realmente implican estas terapias en la vida de una persona; yo lo viví en carne propia con mi familia. La idea es que las familias sepan acompañar este proceso con información científica validada”, cuenta.
Dice que en muchas familias se han naturalizado estas violencias “porque creen que cuando una persona de la comunidad trans quiere hablar de su identidad se trata de una etapa que va a pasar, de algo que se puede corregir. Pero, la ONU ha categorizado estas terapias como torturas, que van desde psicológicas hasta físicas. Incluyen terapias de electroshock, exorcismos”.
Todo eso es lo que se busca erradicar con el proyecto de ley ‘Nada que curar’, ya que, según la líder LGBTI, dichas terapias no tienen fundamento científico “y pueden ser muy dañinas para la salud física y mental de las personas que las sufren, pues se basan en la creencia errónea de que la homosexualidad, la bisexualidad o la transexualidad son enfermedades que pueden ser curadas”. La Fundación GAAT, junto con otras entidades, comenzó tres años atrás a documentarse sobre la forma como se fue desarrollando esta práctica en Colombia.
“Encontramos que se hacen, muchas veces, a través de centros de culto que exorcizan o que te ponen pruebas como caminar con piedras en los zapatos. Pero también se hacen en IPS, centros médicos que se disfrazan de espacios para el tratamiento de adicciones y consultorios psiquiátricos. En Colombia hay, además, una gran relación entre terapias de conversión y conflicto armado, donde los actores armados les decían a miembros de la comunidad LGBT: ‘O usted cambia quien es, o se muere’. En algunos casos, hasta los violaban para cambiar su identidad sexual o de género”.
Además, no resulta fácil denunciar, pues existe un vacío legal al respecto que posibilita que estas prácticas se sigan repitiendo. “No es fácil llegar ante una autoridad y ‘denunciar’ que fuiste víctima de un exorcismo por ser gay. Todo eso es lo que busca transformar este proyecto de ley”, comenta.
Hoy, Danne cuenta que su familia “hace activismo conmigo y me acompañan a las marchas LGBTI. El camino no fue fácil, pero las familias son partes esenciales de este proceso. La idea es entender entre todos que estas prácticas, disfrazadas de terapias, son ineficaces y lesionan profundamente la dignidad humana. No existe evidencia científica que respalde su uso y, por el contrario, la evidencia demuestra que pueden generar graves consecuencias para la salud mental de las personas, como depresión, ansiedad, baja autoestima, pensamientos y conductas suicidas, autolesiones y trastornos alimenticios”.