Si estas imágenes no escuecen, no causan indignación o, al menos, preocupación, es que Colombia padece una enfermedad crónica sin remedio.
Y si un Gobierno permite que una senadora exalte a su esposo fallecido, que solo dejó un legado de crímenes y sufrimiento, es que perdió completamente el norte, si es que alguna vez lo tuvo. O que justifica toda la barbarie que protagonizó aquel sujeto, conocido como alias Tirofijo, tan de infausto recuerdo.
Vean primero la despedida a unos comandantes guerrilleros en una región en donde que se dedican a masacrar, extorsionar y a cometer todo tipo de delitos. Viajaron en helicóptero para llegar a una cita con otros compañeros.
Los despiden los niños y campesinos como si fuesen héroes, grandes pacifistas, y los reciben unos muy afectuosos delegados extranjeros.
Esos que visten con camisa blanca y pantalones caqui son de las mismas Farc-EP que estuvieron detrás del secuestro de 79 policías del Esmad, del asesinato de uno de ellos. Y los que confinan a poblaciones enteras para darse bala con las otras Farc en su guerra por la coca, las vacunas y el oro ilegal.
Todo sea por el embeleco de la ‘paz total’.
Colombia, ¿un país arrodillado?
Fue un espectáculo lamentable en todos los sentidos. Había Guardia Campesina, manipulada por la guerrilla. Una puesta en escena para encumbrar a las Farc-EP. Y escogieron de protagonista a un sanguinario comandante, alias Marlon Vásquez, que sería el cerebro de la matanza de seis soldados en Buenos Aires, Cauca, en 2021.
Tuvo el descaro de hablar al país con un cinismo insultante.
“Hay que devolver el honor perdido al Ejército Nacional”. “Necesitamos más ojos y más manos prestas y dispuestos a visibilizar cualquier intento guerrerista. Riesgos que deben advertirse a tiempo y corregirse porque pueden significar el fracaso de la tan anhelada paz total”, dijo el comandante Nelson Vásquez.
Y resulta incomprensible que dejaran que asistieran niños. Ya verán que más adelante, algunos colegas, activistas, mamertos y miembros de la comunidad internacional, desde un escritorio de Bogotá, se rasgarán las vestiduras cuando vean que las Farc-EP reclutan menores de edad con enorme facilidad.
¿Por qué no se van a ir con ellos? ¿Qué hay de malo?
También este domingo tuvimos a los adoradores de alias Tirofijo, Manuel Marulanda, para los amigos. El motivo fue el 15 aniversario de su fallecimiento.
Encabezó la ceremonia tuitera la senadora Sandra Ramírez, que fue su compañera y no muestra una gota de arrepentimiento. Nada que aprende el quinto mandamiento.
Proclamó ante el mundo que era un hombre de paz, una divinidad incomprendida
En otro país lo considerarían un delito de apología de la criminalidad, del terrorismo, y un insulto a sus incontables víctimas que aún no cierran sus heridas.
También se unió a la mascarada alias Timochenko, lo que sería considerado un agravante porque preside un partido político con bancada, que surgió en un proceso de paz porque, supuestamente, estaban arrepentidos.
Pienso que el silencio del Gobierno ante semejante canallada es elocuente. Habría que decirle al presidente Petro que alabar a un homicida, secuestrador, extorsionista, reclutador de niños, sí es una canallada, una ignominia.
Aunque la verdad es que todas las encuestas concluyen que la mayoría de colombianos apoya arrodillarse ante los autores de infinitas tragedias, creyendo que así se acaba la violencia.
Y este Gobierno jura que es el primero que le apuesta a negociar. Y no es verdad.
El listado de intentos, muchos esperpénticos, es interminable. La catedral de Escobar, Maguncia y otros con el ELN, el Caguán, Ralito y un largo etcétera de intentonas que, si bien reducen en algo la violencia, nunca la acaban, solo muta.
Porque para cambiar, es imprescindible admitir el error. Y aquí casi ninguno se arrepiente de verdad de lo que hizo. O anuncian que demandarán al Estado porque son tan víctimas como sus víctimas.
Y rescriben la historia y después es la que enseñan en colegios y universidades. Y la que viven los niños que despiden con banderitas blancas a criminales.
Si ese es el país que queremos, ¿qué hacemos?