“Él fue un papá extraordinario. Tengo los recuerdos más maravillosos de mi infancia, porque justamente fue una infancia mágica pese a que mi papá vivía una situación económica muy precaria. Pero compensaba la falta de dinero con su imaginación tan fantástica, con los juegos que nos inventaba. Siempre fue un padre preocupado, pendiente, dispuesto a apoyar, pero de manera muy filosófica. Para él, las cosas había que trabajarlas, lucharlas, pero siempre podías contar con su apoyo.
Recuerdo que, cuando éramos chiquitos e íbamos a pasar la tarde del viernes a su casa en Nueva York, nos preparaba una sopa de ojos. Lo que pasaba es que debajo de su apartamento había una tienda que vendía prótesis. Él compraba una sopa de tomates en lata a la que le ponía unos ojos de cristal. Y nos decía: “Qué delicia, esto sabe a ojos y es la cosa más deliciosa”. Uno se comía esa sopa, consternado, mientras los ojos se bamboleaban en el tomate”.