“Mi papá murió a las nueve de la mañana del viernes en Mónaco. Yo estaba afortunadamente con mi hija Andrea. Pudimos estar las dos, agarradas de la mano de mi papá durante más de una hora y media hasta que él dio su último suspiro.

Los últimos, fueron meses muy difíciles, sobre todo, porque la muerte de Sophia fue muy dura. Estuvo casi tres meses hospitalizada, sufriendo muchísimo. Ella luchaba por mantenerse viva porque no quería dejar solo a mi papá. Él fue todos los días a visitarla a la misma hora. Se sentaba al lado de ella y le agarraba la mano. Otras veces se metía a su cama de hospital y la abrazaba. Así podían permanecer durante horas.

Fernando Botero Angulo vivió en Pietrasanta, París, Mónaco y Nueva York. | Foto: Oscar Gonzalez/NurPhoto

El momento en que se fue Sophia fue muy difícil para él. Jamás imaginó que ella se iría antes que él. Pero creo que la gente después de una cierta edad tiene una actitud posiblemente más filosófica hacia la muerte de la que tenemos la gente más joven. Él aceptó con resignación la muerte de Sophia, pero la sentía muy presente en su vida. Y eso me parecía maravilloso. Me llamaba la atención, porque mi papá siempre fue una persona muy pragmática.

Y ahora nos sucedió una cosa extraordinaria a mi hija y a mí. Llegamos al hospital a las 7:20 de la mañana, nos recibió una enfermera en cuidados intensivos y nos dijo: “Estoy aquí para ayudarlas y acompañarlas. Mi nombre es Sophia”. Las dos sentimos que era como un ángel que se nos había aparecido. Estábamos seguras de que ella de alguna manera nos estaba acompañando en este momento”.