José Luis vive en uno de los 15 asentamiento urbanos de Arauca. Del esfuerzo de su trabajo como obrero dependen su esposa, su suegro y sus dos hijos; uno de ellos, menor de 1 año de edad. Con la llegada del coronavirus, hace 3 semanas, quedó sin empleo y sin posibilidad de buscar, ya que debe quedarse confinado en casa. Aunque el país parezca paralizarse, en su casa la vida sigue: su bebé necesita pañales y su hijo tiene hambre. Desde entonces, cada mañana se pregunta si podrá comer hoy o tendrá que pasar el día con el estómago vacío. La necesidad apremia y, por eso, coloca un pañuelo rojo y desde la puerta de su casa exclama "necesitamos ayuda". Como José Luis, cada vez más colombianos que, en este momento sufren dificultades económicas, cuelgan en sus puertas y ventanas estos pañuelos o trapos rojos, una iniciativa solidaria que inició en el sur de Bogotá y que ha llegado a varios rincones del país. Estos son algunos de sus testimonios:
En Soacha, en decenas de apartamentos del conjunto Villa Nueva del barrio Hogares, también cuelgan en las ventanas su pañuelo rojo. Un sector donde vive un gran número de familias víctimas de la violencia, las cuales aseguran no recibir actualmente ningún tipo de subsidios para lograr sobrevivir esta cuarentena. EL objetivo es que con los pañuelos pueda identificarse a las familias más necesitadas, y que vecinos, amigos o personas a las que les llegue su historia les ayuden, incluidos, por supuesto, el Gobierno nacional y las autoridades locales. Auxilios que les permitan sobrellevar esta compleja situación.
Pero, mientras palabras como "solidaridad" y "necesidad" destacan entre los vecinos de estos asentamientos, otros ven ahí una "oportunidad", el momento de aprovecharse de esta situación. Por eso, ediles, veedores y los mismos habitantes han denunciado en todo el país presuntos hechos de corrupción por parte de las autoridades locales y contratistas a la hora de repartir las ayudas alimentarias a personas vulnerables (lo cuál ya están investigando la Fiscalía, la Contraloría y la Procuraduría). Pero la justicia es lenta y ciudadanos como José Luis tienen el tiempo en su contra porque cada día tienen bajo su techo varias bocas que alimentar mientras, pacientemente, esperan que se pueda salir a la calle para seguir sobreviviendo.