Han sido 40 días de parálisis en el mercado que se ha traducido en incertidumbre, no solo para empresarios, también para los obreros de a pie que quedaron temporalmente desempleados o que, de estar en vacaciones obligatorias, temían que una continua prórroga de esta quietud supusiera la pérdida del trabajo definitivo. En los mejores casos, algunos pudieron hacer teletrabajo; en la mayoría, empezaron a colgarse con los pagos de facturas, del arriendo y de las deudas y, en los más extremos, tuvieron que pedir ayuda a amigos y vecinos porque el hambre se había adueñado de sus casas.
A finales de abril, el Gobierno nacional anunciaba la reactivación de este sector: cientos de empresas, que debían adaptarse a rigurosas condiciones de seguridad sanitaria contra la propagación de la covid-19, se adecuaron a este sistema de trabajo cuya prioridad en seguridad no es solo la de accidentalidad laboral, también la de propagar este virus invisible y altamente contagioso que tiene paralizado a medio planeta.
Con estas medidas llegaron los tapabocas, el área para lavado de manos con jabón, el amonio cuaternario para desinfección de prendas y vehículos que ingresen, los termómetros para medir la temperatura al ingreso, espacio suficiente para respetar distanciamiento de 2 metros entre trabajadores, las zonas aisladas para cambiarse de ropa y almorzar, así como zona de lavandería que garantice una desinfección de las prendas. Todo un protocolo para salir de casa y para entrar al trabajo con protección (esto último, en ocasiones, supone casi una hora de demora por trabajador teniendo en cuenta la fila obligatoria para entrar, el lavado de manos, el cambio de ropa, etc.).
Así, a comienzos de mayo, varias empresas del país obtenían el certificado de las secretarías del hábitat municipales que les entregaban el visto bueno para retomar actividades en esta nueva normalidad, con algunos cambios como la hora de ingreso y de salida. Con el fin de evitar la congestión en transporte público masivo, los obreros comenzarían su jornada a partir de las 10 de la mañana y hasta las 7 de la noche, incentivando, así mismo, el uso de transporte individual como la bicicleta.
Desde Semana Noticias quisimos conocer la historia de un trabajador de una construcción, la de Víctor Méndez, quien es encargado de la seguridad y el protocolo de la obra Torre Acqua de la constructora Habitus, en el centro de Bogotá. Víctor fue de los afortunados en poder hacer teletrabajo, pero temió perder el trabajo y vio de cerca a compañeros que pedían comida básica para sobrevivir mientras el empleo estuviera congelado porque "la necesidad no da espera ni entiende de cuarentena", dijo. Piensa en su hija María Victoria y su esposa María Fernanda, que es ama de casa. Las dos dependen del sueldo de Víctor en la obra.
En esta nueva normalidad, Víctor se despierta más tarde y su transporte ya no es el SITP, si no una bicicleta que la misma empresa le prestó para que esté más seguro en su ida al trabajo. Recorre en cada trayecto 18 kilómetros a punta de pedal desde Suba hasta el centro de la capital, donde está la construcción. Siempre con el tapabocas puesto y yendo por vías principales (son más transitadas y, por tanto, más seguras, además de tener ciclorruta permanente).
Está agradecido de volver a trabajar y ver que sus compañeros vayan a recibir sueldo cada quincena, pero admite que, como encargado de seguridad, le preocupa que se acaten las normas al pie de la letra. Es el primero en llegar a la obra, ya que debe recibir a sus 120 trabajadores. Su responsabilidad es grande: mide la temperatura al ingreso, verifica que se haga el cambio diario de tapabocas, que se haga un lavado de manos correcto y que los obreros se vistan con las prendas que la empresa les entrega específicamente para hacer su labor.
De hecho, en el primer piso de la obra se improvisó una zona de lavandería que funciona día y noche. Al frente de la misma está la señora Flor, quien antes hacía labores de aseo. Su trabajo ahora consiste en lavar y secar las 240 mudas (hay dos para cada trabajador) y llevar un registro minucioso de que nadie ingrese a la obra con la ropa que trae de casa. A las 9 de la mañana debe estar lista la tula de cada trabajador con su ropa limpia y a las 7 de la noche recibirá las prendas usadas para lavarlas. Por supuesto, las máquinas también se desinfectan continuamente.
Es indiscutible la alegría de volver a trabajar porque esta reactivación paulatina no solo calma la angustia de la billetera vacía, también porque da luces de que la añorada rutina está próxima a volver. Pero los obreros son conscientes de que el coronavirus le ha costado la vida a miles de personas y nadie quiere exponerse al contagio --ni, mucho menos, ser un peligro para la familia--. Los obreros vuelven con una sonrisa en medio del desconcierto de aprender a trabajar más protegidos que nunca.