Uno de los libros juveniles de obligatoria lectura para varias generaciones, fue el de “Robinson Crusoe”, una novela de Daniel Defoe publicada en 1719, que relata las peripecias de un marino abandonado en una isla desierta y que después de varios años se le aparece un náufrago a quien llamó “Viernes”, con el que convivió, hasta que finalmente años después, fueron rescatados por un buque que los llevó a Europa. Manuel Uribe Ángel, médico, escritor científico, político y geógrafo antioqueño, en la famosa colección del “Papel Periódico Ilustrado” entre 1886 y 1887 publicó un relato de Garcilazo de la Vega, el famoso Inca, según el cual en 1525 una embarcación de nombre “La Paloma”, naufragó en medio de un huracán cerca de Jamaica. El único que se salvó fue su capitán Pedro Serrano que, gracias a su fortaleza física, nadando logró llegar a un cayo desierto. Cuatro años permaneció Serrano a punto de volverse loco en el islote, sin fuentes de agua y con una vegetación constituida solo por arbustos espinosos y unas pocas palmeras. Se alimentó de tortugas, aves marinas, pescado y mariscos. Recolectó agua lluvia en los caparazones de las tortugas y en las conchas de mar. A los cuatro años ¡Oh sorpresa!, apareció en medio de las olas, un personaje a punto de desfallecer. Era un marinero de apellido Camacho, que había sido abandonado por su capitán en medio del mar. Ambos se quedaron sorprendidos al verse e incluso tuvieron inicialmente duros altercados. En el séptimo año de permanencia en el cayo, apareció a lo lejos un buque español, que recogió a Camacho y a Serrano, que tenía una barba que le llegaba hasta los pies. Ya en el buque salvador, Camacho murió de fiebre amarilla. El cayo se llamó de ahí en adelante “Serrana” por todos los navegantes y apareció con ese nombre en todos los mapas hasta nuestros días. Serrano fue llevado con barba y todo ante el Emperador Carlos V, el más poderoso del mundo en ese momento. El monarca quedó maravillado del relato de la odisea de Serrano y le otorgó una pensión de por vida y los medios para ir al Perú, donde quería radicarse. En el viaje y al hacer escala en Panamá, Serrano fue afectado también por la fiebre amarilla y no pudo llegar a su destino final. Los Estados Unidos desde 1890 le sostuvieron a Colombia que el cayo de Serrana había sido “descubierto” por un ciudadano norteamericano y que por lo tanto, de conformidad con la oprobiosa “Ley del Guano” de 1856, había sido incorporado a la jurisdicción de ese país. Posteriormente, en 1919, apoyado en ese anómalo título, el presidente Wilson, mediante una proclama, reiteró la soberanía de los Estados Unidos sobre ese cayo y sobre los de Roncador y Quitasueño y Serrana e instaló sin consulta con Colombia faros en cada uno de ellos. Estuvo entre 1928 y 1981 en condominio entre Colombia y los Estados Unidos y ahora buques norteamericanos pueden pescar en las áreas adyacentes. La Corte Internacional de Justicia, confirmó en su fallo de 2012 en el caso entre Colombia y Nicaragua, la soberanía de Colombia sobre el cayo, no obstante que había sido reclamado, no sólo por los Estados Unidos y Nicaragua y sino también por Honduras y Jamaica. (*) Decano de la facultad de Estudios Internacionales, Políticos y Urbanos de la Universidad del Rosario.