En 2023 ha sido común encontrar empresas ‘#1′ en sostenibilidad. De hecho, de alguna forma, hay varias en cada segmento de negocios. De ser así, ¿no estaríamos mucho más cerca de un mundo sostenible frente a lo que indica la evidencia? En realidad, hay mucho más greenwashing e intenciones audaces en estas afirmaciones que la capacidad de entender un punto fundamental: no es necesario ser número uno para ser una empresa efectivamente sostenible.
Aunque existan varios marcos relacionados con los temas ambientales, sociales y de gobierno corporativo (ASG), hay una tendencia clara entre ellos: hay cada vez más demanda por generar compromisos sólidos, alineados a sus negocios, robustos y verificables. Más que eso, las exigencias por el monitoreo y el reporte (auditado) de los resultados de estas metas también son frecuentes.
Un ejemplo viene del Taskforce for Climate-related Financial Disclosures (TCFD), la más relevante iniciativa sobre la comunicación de los impactos del clima para empresas. Sus recomendaciones indican que, subyacente a la comunicación, existe la necesidad de establecer una estrategia para el tema, con políticas y prácticas de gestión, metas y métricas para acompañamiento y una estructura de gobernanza.
Otro ejemplo, específicamente aplicable a los bancos, son los Principios de Banca Responsable (PRB, por sus siglas en inglés). En este caso, dichas entidades deben establecer objetivos asociados a compromisos ampliamente reconocidos, tener prácticas de negocios para concretarlos, responsabilidades internas bien definidas y prácticas transparentes de comunicación.
Los signatarios de los PRB deben elaborar un plan de acción a 4 años para cumplir con las metas establecidas. Acá, son dos puntos a destacar: (i) la definición de las metas debe ser basada en la ciencia; (ii) los resultados de dicho plan de acción deben ser revisados por un tercero al final de su periodo de vigencia.
“Camino hacia la sostenibilidad”
Pero los ejemplos no vienen solamente de iniciativas voluntarias, sino de la regulación. Para el sector financiero, la Superintendencia Financiera de Colombia (SFC) emitió la Circular 031, que retoma las recomendaciones del TCFD y amplía las exigencias de reporte con la solicitud de comunicaciones trimestrales y anuales para explicar los avances de los emisores en la gestión de los riegos y oportunidades climáticos.
Estos ejemplos sirven para apuntar que hay un “camino hacia la sostenibilidad” que puede ser seguido por las empresas e instituciones financieras. Este empieza con un diagnóstico, con el doble objetivo de entender la materialidad de los temas ASG para la empresa -cómo la empresa puede contribuir con ellos (materialidad de impacto) y cómo ellos la pueden afectar (materialidad financiera)- y cómo están las políticas y prácticas de la entidad frente a estos retos.
Este ejercicio invariablemente va a indicar a las empresas que hay temas más o menos relevantes dentro de la amplia agenda de la sostenibilidad que deben ser manejados. Ninguna organización, de ningún sector, está expuesta y puede contribuir con todos ellos en una misma intensidad. Por lo tanto, es con estos resultados que una entidad puede definir sus metas ASG.
La definición de metas depende, además, del nivel de ambición de la organización. Algunas entidades serán más audaces que otras, pero esto puede estar relacionado con factores como la materialidad de los temas ASG, las capacidades establecidas internamente en un momento específico o simplemente una decisión más conservadora -variables que pueden cambiar a lo largo del tiempo. En todo caso, las metas deben contribuir significativamente a una agenda, ser realistas, medibles y, por su supuesto, cumplirse.
Con las metas definidas, se deben establecer acciones concretas para alcanzarlas: estrategia, políticas, prácticas, procedimientos y herramientas para la gestión de los riesgos y oportunidades. Una vez más, hay recomendaciones TCFD exactamente para estos puntos, mientras que los PRB, en sus principios 3 y 4, establecen directrices para estos puntos tanto para los negocios (relación con los clientes), como para la relación con las otras partes interesadas.
Para cumplir con dichas acciones, es importante tener un orden lógico, fechas para su concretización, evidencias que deben ser levantadas y, claro, responsables. Por eso, TCFD y los PRB (principio 5) -siguiendo el uso de estas iniciativas como ejemplo- poseen lineamientos para la gobernanza de los temas ASG.
Finalmente, llegamos al punto de la comunicación. Y dejarla para el final no es casualidad: es parte de cómo está establecido el camino hacia la sostenibilidad: para TCFD, hay que cubrir todas las recomendaciones de gobernanza, estrategia, gestión de riesgos, metas y métricas para tener un reporte efectivo; igualmente, para los PRB, es a través del cumplimiento de los 5 principios anteriores que se podrá divulgar resultados efectivos bajo el principio 6 (transparencia y prestación de cuentas).
Contrariamente, al proceso indicado, en muchos casos, las empresas empiezan directamente por una comunicación de resultados poco contundentes, sin evidencias y/o con una correlación frágil con su negocio. En otros, las entidades, después de un proceso de diagnóstico que puede haber sido robusto, saltan directamente a comunicarse como referentes antes de lograr avances en sus acciones y metas por la simple expectativa de alcanzarlos. En cualquier caso, enfocarse en la comunicación antes de tener evidencias de avances es un paso en dirección al greenwashing.
En conclusión, es mejor ser un fast follower coherente y con resultados tangibles, aunque la comunicación no sea la más efectiva, que un excelente comunicador con pocas evidencias a proporcionar. En el mediano y largo plazo, los primeros serán mucho más consistentes -para sus proprios negocios y para las partes interesadas- que los demás. Y es sobre eso que trata la agenda ASG.
Por: Fred Seifert, socio director para Latinoamérica y el Caribe de NINT, an ERM Group Company.