Por: Santiago Aparicio*
En ciertas ciudades costeras del país añoran los palos de mango, esos que daban sombra y refrescaban, y que fueron talados para darles paso a nuevas vías y centros comerciales. En el desierto de la Guajira, antes bosque húmedo y tropical, escasea el agua, pero, paradójicamente, ocurren inundaciones que bloquean todo a su paso. En Medellín y Bogotá han tenido que alertar a los deportistas de no salir a ejercitarse, debido a los altos niveles de contaminación atmosférica que surgen de las emisiones generadas por la industria, el transporte y por los incendios forestales. En algunas zonas del Pacífico piensan dos veces qué peces comer o en qué ríos bañarse porque abunda el mercurio de la minería ilegal.
En el ámbito global, junio de 2023 superó el récord del mes más cálido de las últimas centurias en la Tierra. Estos meses, las olas de calor han llegado a temperaturas máximas históricas, que superan de lejos, y llegan a doblar, lo que la Organización Mundial de la Salud indica como temperatura ambiente óptima para el ser humano: entre 18 y 24oC. Desde diversos puntos se levantan alertas rojas: Tokio (35 oC), Beijing (40 oC), Madrid (38 oC), Roma (41,8 oC) o Las Vegas (47 oC).
Es imposible tapar el sol con las manos. La vida como la conocimos se ha transformado. Se requiere que nos adaptemos para poder estar mejor preparados y así evitar la intensificación de los detonantes de las crisis actuales, que terminan directa o indirectamente impactando nuestro diario vivir.
La confluencia de múltiples crisis, concatenadas, sistémicas y en progresivo escalamiento, como la climática, la de pérdida de biodiversidad y la de contaminación, ha generado una situación asfixiante en la que vemos cómo, día a día, le entra agua al barco de madera en el que navegamos. Barco en el que vamos todos, unos en zonas más o menos vulnerables, zonas con más o menos salvavidas y botes de emergencia.
El Estado está llamado a brindar la dirección, a crear las reglas de juego, las condiciones habilitantes y a poner los cimientos y las bases estructurales de largo plazo que nos permitan avanzar en la transición.
Las empresas, con todas las pymes que hacen parte de su cadena de valor, tienen la oportunidad de responder a tiempo al llamado de los mercados, en los que existe una creciente tendencia a escoger productos sostenibles por parte de los compradores, lo que dinamiza las acciones para abordar estas tres crisis.
Según el estudio de Nielsen Global Sustainable Shoppers Report 2023, Colombia ocupa el segundo lugar entre los países cuyos compradores creen que es importante o muy importante que las empresas implementen programas para mejorar el medioambiente.
La ciudadanía juega un rol crucial en demandar más productos sostenibles y lograr hábitos que no solo contengan o no generen daño, sino desarrollar acciones que regeneren. Si los Estados son aquellos dinosaurios T-Rex, grandes y lentos, que van nivelando el suelo e indicando con su cuello largo que sobrepasa las copas de los árboles por dónde es el camino, las empresas son los jaguares que pueden moverse ágil y dinámicamente detonando y materializando las acciones climáticas que se requieren.
La innovación juega un rol fundamental en este accionar conjunto, que debe adaptarse a las condiciones cambiantes y aprovechar las oportunidades para desplegar soluciones. Más del 50 por ciento del PIB mundial depende de la naturaleza y esta está siendo afectada a ritmos nunca antes vistos.
El Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) reportó, en 2022, una disminución promedio global del 69 por ciento de las casi 32.000 poblaciones estudiadas –entre 1970 y 2018– de mamíferos, aves, anfibios, reptiles y peces. Latinoamérica es una de las regiones más afectadas.
Es imprescindible que los Estados y las empresas empiecen a valorar, conservar, proteger y regenerar el capital natural en sus distintas formas y, a la vez, gestionar los riesgos que representa haberlo afectado. Un ejemplo de capital natural esencial para abordar la crisis climática son los humedales, que son reguladores hídricos, funcionan como esponjas contra las inundaciones y contribuyen a mitigar el impacto en temporadas de sequía.
Estamos sentados en una rama de un árbol alto que gradualmente estamos cortando, corriendo el riesgo de caer. Quienes se anticipen al momento y tengan la adaptabilidad como principio serán quienes mejor preparados estén para el contexto cambiante que hemos empezado a navegar.
Las ventajas comparativas de Colombia nos brindan la oportunidad de impulsar una economía basada en el capital natural con la que construyamos ventajas competitivas. El valor que genere este capital podría consolidar la bioeconomía, lo que contribuiría a que, gradualmente, el país pueda ir sustituyendo los ingresos que recibe por las industrias extractivas.
La misma riqueza en biodiversidad es la que brinda la columna vertebral para tener mayor resiliencia ante los impactos del cambio climático. La naturaleza que poseemos, siendo el país más biodiverso por kilómetro cuadrado, es el botiquín de emergencia de Colombia ante estas múltiples crisis.
* Diseñador de soluciones climáticas