“Deseo tener una vida saludable y hacer ejercicios diariamente en 2050. Para alcanzar estos objetivos, voy a parar de fumar y comer grasa en 2030″. Para una persona, puede sonar ridículo hacer compromisos -aunque no tan sencillos para la mayoría- con plazos tan largos, considerando su importancia. Entonces, ¿por qué no sería igualmente ridículo para las empresas e inversionistas asumir compromisos con relación al cambio climático? De hecho, la transición tiene su lugar en la agenda de la sostenibilidad y hay motivos para eso.

Antes de todo, es importante considerar que la crisis climática es relevante y urgente. Hace pocos meses, Antonio Guterres, secretario general de las Naciones Unidas, mencionó en el evento del Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) que estamos cerca del punto en el cual no habrá más posibilidad de mantener el aumento de la temperatura global hasta 1.5 grados Celsius en comparación a los niveles preindustriales 1 - el objetivo más audaz del Acuerdo de París.

En este contexto, ¿cómo defender acciones enfocadas en la transición para avanzar más rápido hacia una economía más sostenible?

En primer lugar, las acciones climáticas tienen también consecuencias sociales. Siendo así, no nos podemos olvidar el concepto de transición justa. Debemos, sí, buscar una transformación económica enfocada en actividades que generen impactos positivos -o al menos, que no generen impactos negativos-, pero aquellas con consecuencias negativas deben recibir apoyo focalizado en el corto-mediano plazo.

Eso porque muchas regiones y personas dependen económicamente de estas actividades. De ser así, es fundamental que este proceso de “enverdecimiento” de la economía sea acompañado por el cuidado de no dejar a nadie detrás, buscando oportunidades de trabajo decentes para todas y todos, incluidos aquellos que se encuentran en actividades y sectores no verdes. Igualmente, se deben observar y fomentar temas como los derechos humanos y la igualdad de género en las áreas más afectadas por esta transición.

La producción y el cuidado del medio ambiente deben ir de la mano. | Foto: iStock

No obstante, debemos considerar que las regiones tienen diferentes condiciones financieras y de desarrollo socioeconómico. Así, sus capacidades para avanzar hacia una economía más sostenible son diferentes entre sí y pueden demandar un período de transición para actividades menos impactantes, pero no necesariamente verdes.

El proceso anterior puede tomar tiempo, así como los cambios en los patrones de producción y consumo. En este sentido, deben existir acciones e incentivos para un cambio hacia modelos productivos y de consumo sostenibles -como los de economía circular. Aquí, las inversiones en tecnologías innovadoras y el uso más eficiente de los recursos también son esenciales -y suelen llevar tiempo hasta su implementación.

Finalmente, existe el tema de la política fiscal y del financiamiento sostenible. En el primer caso, hay la necesidad de un cambio de visión para una reforma fiscal verde en el mediano-largo plazo, así como la incorporación de los costos climáticos en la toma de decisión, evitando incentivos incorrectos. En el corto plazo, estos incentivos deben estar enfocados en actividades de impacto ambiental positivo.

Ese movimiento en el ámbito fiscal y presupuestario debe ser acompañado por uno del sistema financiero para la movilización de recursos -también privados- hacia acciones climáticas concretas.

Los expertos aseguran que empresas que tienen criterios de sostenibilidad en su operación, son más rentables. | Foto: getty images

Un ejemplo práctico es el caso del carbón. Su uso es cada vez más contestado por la sociedad, los aportes de los gobiernos en diferentes niveles a este combustible son cada vez más controversiales, y se encuentra en la lista de actividades no financiadas por parte de inversionistas.

Sin embargo, existen regiones e incluso países bastante dependientes de su producción y consumo. En este grupo se encuentran varios países en vías de desarrollo. Por ejemplo, China, India, Indonesia, Sudáfrica, Brasil y Colombia están entre los 20 países con más reservas de carbón en el mundo. En el caso chino, más de 50 % del carbón producido en el mundo es consumido en su territorio, que cuenta con más de 1.000 GW de capacidad instalada en termoeléctricas movidas por este mineral 2 .

Considerando eso, además de las inversiones significativas en la generación de energías renovables 3 , China también tiene planes para la expansión de la producción y uso del gas natural -un combustible fósil, pero con menor intensidad de emisiones frente al carbón. No solamente por ser uno de los mayores productores del mundo también de este combustible, sino por entender que esto lo permite reducir las emisiones más rápido, a menor costo y de modo más viable para las regiones menos desarrolladas de su territorio.

De esa forma, el país gana tiempo para cumplir metas para que las energías renovables respondan por aproximadamente un tercio de la generación de energía nacional, como también que el gas natural represente aproximadamente un 15 %. En el caso del gas, destinado principalmente a la industria y el transporte.

La energías renovables se han convertido en parte clave para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). | Foto: Enel Colombia

En el caso de la movilización de los recursos, Brasil puede ofrecer lecciones interesantes. Con el mercado de deuda temática más grande de Latinoamérica y el Caribe, el país cuenta con casi USD 2.000 millones en emisiones denominadas de “transición”. Son emisiones de deuda basadas en proyectos o metas de empresas de energías y del sector agropecuario que no eliminan el uso de combustibles fósiles, pero buscan su uso de modo más eficiente.

Por otro lado, en muchos casos, algunos grupos económicos buscan realizar una transición más lenta y suave como un modo de aplazar acciones y, por ende, inversiones necesarias. De ninguna forma es lo que se defiende en este artículo: los compromisos y metas climáticos son necesarios y deben ser robustos; las políticas y presupuestos gubernamentales deben ser más enfocados en actividades de impacto ambiental y social positivo -y reducción de los incentivos perversos a hidrocarburos y otros segmentos-; y, claro, promover acciones concretas por parte del sector privado.

De hecho, la inacción climática puede traer efectos aún más severos y costosos para la sociedad en el futuro, penalizando en mayor medida, como siempre, los más vulnerables socialmente. Asimismo, tan importante como pensar en las generaciones futuras y las condiciones que van a encontrar para su desarrollo, es pensar en las generaciones actuales y su capacidad de enfrentar cambios sociales y económicos relevantes, especialmente en aquellas con menos recursos.

Por Fred Seifert, director para Latinoamérica y el Caribe de NINT, an ERM Group Company.