Es un avión?_-¡No!-¿Es un pájaro?_-¡No!-¿Es el Tío Sam?_ Pues el 66 por ciento de los colombianos esperaría que sí, según una reciente encuesta contratada por RCN. ¡Cómo cambian los tiempos! Cuando hace sólo unos años un eventual intervencionis-mo militar norteamericano en nuestro país era visto como un acto de agresión imperialista ahora es percibido como un gesto humanitario de la superpotencia para acabar con la guerra. Es el SuperSam, con su doble S en el pecho. En cuestión de minutos pasamos del ideologizado Yankee go home al desesperanzador Yankee come home. Los inesperados giros que da la historia. O, más bien, la resignación colectiva que produce la guerra. Porque inclinar la cabeza ante la intromisión militar de un gobierno extranjero _y en particular de Estados Unidos_ es reflejo del estado de ánimo de un país que se siente frustrado, desmoralizado e indefenso. Pero ante todo derrotado. No en el terreno militar, donde se divisa una leve recuperación táctica del Ejército, sino en el sicológico, que es el flanco estratégico en los conflictos armados prolongados. Pese a que los colombianos hemos aprendido a convivir en medio de las balas y la violencia desde los albores de la República, sorprende que nunca hayamos querido asimilar sicológicamente el tema de la guerra. Nos da pánico. Creemos que asumir a cabalidad la guerra es traicionar nuestra pretensión civilista por la paz y la reconciliación. Por eso la historia reciente de Colombia ha sido la del alma de un pacificador en el cuerpo de un guerrero. Sólo hasta ahora, cuando los plomazos retumban en las goteras de las principales ciudades y los sobrevuelos de helicópteros no dejan dormir, nos empezamos a dar cuenta de algo que siempre oímos pero nunca quisimos creer: estamos en guerra. Cuando el presidente Barco le declaró la guerra a Pablo Escobar, la opinión pública, impertérrita, cerró filas en torno al gobierno para combatir los tentáculos corruptores de la mafia y el régimen del terror que se cernía sobre la sociedad colombiana. Pero, como bien lo anotó García Márquez: "Con las primeras bombas la opinión pedía la cárcel para los narcoterroristas, con las siguientes pedía la extradición, pero a partir de la cuarta bomba empezaba a pedir que los indultaran". Diez años después los colombianos ya no quieren indulto para los narcos sino marines para la guerrilla. Es así como la progresiva desmoralización del país, producida por el conflicto armado y la crisis económica, sumado a nuestro etnocentrismo y paranoia, nos tiene viendo visiones al horizonte: el oasis de la VII flota de la armada norteamericana. Pero aquí también se nos adelantó la historia. Porque después de haber intervenido más de 100 veces en América Latina durante este siglo (mandando tropa como en Guatemala, República Dominicana, Haití, Panamá, Cuba, Nicaragua, Granada, o 'indirectamente' como en Chile, Argentina, Brasil, Bolivia, Paraguay y Uruguay), Estados Unidos ya no está dispuesto a enviar marines a su patio trasero. Así la mayoría de los colombianos se lo pidan a gritos.Y no porque Clinton se lo haya dicho a Pastrana en una carta (típica mentira presidencial) sino por razones de política interna y de geopolítica internacional del coloso del norte. La decisión de la Casa Blanca de intervenir en un país debe contar con el respaldo de la opinión pública. Y para la mayoría de los norteamericanos, incluidos varios altos funcionarios en Washington, 'Tirofijo' no es Milosevic, Osada Bin Laden o Pablo Escobar. Todavía guardan un retrato romántico e idealista de una guerrilla que lucha contra un régimen opresor y corrupto (esto último todavía muy cierto). De otro lado, Colombia no es Panamá, Haití o Granada. Es un país de casi 40 millones de habitantes, con una accidentada topografía tropical y con una guerrilla de 20.000 hombres muy bien armados que lleva 30 años en el monte. Aquí influye el trauma de Vietnam, que sigue muy fresco en la memoria colectiva de ese país. A esto habría que sumarle el peligroso récord de Kosovo _guerra sin muertos_ que mal acostumbró a la opinión norteamericana y va a poner a pensar al Pentágono tres veces antes de enviar tropas a Colombia. Así que el disfraz rojo y azul de SuperSam seguirá colgado en un clóset de Arkansas. Al menos por un tiempo.