Los pequeños espacios no son signo de precariedad, sino de lenguaje Jorge Hugo Marín, Director de La Casa de La Maldita Vanidad Desde su creación, esta casa ha sido liderada por Jorge Hugo Marín y de secuaces, amigos, actores y artistas que dijeron sí para acompañarlos en un proyecto hecho con amor, fuerza y convicción. En 2009, en la casa de Marín se estrenó El Autor Intelectual y también se encendió el fuego de una de las compañías contemporáneas con más nombre y credibilidad de la ciudad, La Maldita Vanidad. Uno se sienta en las graderías, negras y pequeñas, y el telón no se abre, porque en esta casa, una con habitaciones, baño, sala y ventana, todo está siempre abierto. Entre una luz tenue se puede observar a Ella Becerra sentada frente a un espejo desgastado y adornado con muchas pelucas. Lleva puesto un brasier morado, una faja, un pantalón negro de seda, y una bata levantadora roja. En sus cabellos, dos trenzas, y en sus ojos toda la fuerza de una actriz talentosa y la melancolía de Silvana, el personaje que interpreta esta noche. Le puede interesar: “¡Evitamos el infarto yendo al teatro!”: Milagros Martín sobre la zarzuela La obra Promesa de fin de año da inicio a las celebraciones en torno a esta casa, refugio de artistas y espectadores ávidos por ver una realidad distorsionada pero más legítima que la que ven en las noticias. Nada más consecuente que comenzar la fiesta con un montaje propio, bajo la dramaturgia y dirección del capitán del barco. Para este, Marín partió de una noticia de esas en las que se corre la tinta, de las que parecen borrarse de la historia, pero con un poco de tacto e inteligencia la reescribió para volverla inmortal. En el 2014, la alcaldía de Bogotá construyó unidades de atención médica y psicológica para los habitantes del barrio Santa Fe. Como paciente, a una de estas unidades acudió una mujer originaria de la costa colombiana, quien le pedía al médico de turno -y al Estado- para practicarse un cambio de género. A partir de esta noticia empieza la ficción. Esa mujer que pedía un cambio de género, en el fondo pedía que le devolvieran sus raíces, la memoria de su cuerpo, sus años de juventud, lo que tenía que ser y le robaron. Esa mujer, ese chico, pedía su esencia de vuelta, y más allá de un periódico llegó al lugar en el que nada pasa de moda: el teatro. En este, Ella Becerra le brindó su cuerpo para seguir protestando. Así nace Silvana, la protagonista del relato.

La Maldita Vanidad, siempre ha sobresalido por plasmar en sus puestas en escena problemáticas sociales propias de nuestro contexto.  Foto: Mauricio Arango. En esta oportunidad, La Casa de la Maldita Vanidad, nombre que sirve de recordatorio del ego de quienes deciden ser artistas -como Jorge Hugo menciona entre sonrisas-, ofrece una historia que parece sacada de un cuento de ficción de Bradbury pero bien puede parecer normal este país lleno de absurdos e ironías que escapan al sentido común y a la lógica. La historia de un niño secuestrado y obligado a convertirse en mujer, que, desde ese momento, prostituye su vida al servicio de otro, parece una problemática común, de todos los días. Lo más desolador es que, cuando crece, ese niño es culpable de todos los males que le impusieron y le obligaron a tener.

El actor David Puentes, encarna a Silvo, un niño de Medellín que es secuestrado y obligado a convertirse en mujer y prostituirse. Foto: Mauricio Arango. Aquí no caben machismo, feminismo, ningún -ismo, sólo cabe entender que nadie tiene derecho de trastocar ni dañar el lienzo que es el cuerpo, donde habitan todas las palabras y vibraciones que somos como humanos. Y que si por algún motivo este se ve violentado, hay que reconstruirlo y volver a entregarle un pincel a su dueño para dibujarse de nuevo. En la fuerza del arte se esconde el pincel de la reconstrucción. Mientras, este grupo de artistas, que entregan su aura y su cuerpo, juegan el rol de artesanos que ayudan a reconstruir con pinceladas suaves y sutiles esos rasguños que la violencia instaura en el cuerpo de algunos. La melancolía, el duelo, el miedo, y el amor son las notas principales de esta composición que conmueve y remueve a quienes se sientan a verla. Invita también a ser más cuidadosos cuando de nuestras bocas salen expresiones violentas como puta, travesti, marica, o cualquier juicio sin argumento que atenta contra el otro, sin conocer su historia. Habitamos un país donde las víctimas, parece, siempre resultan las culpables. Y reconstruir y dibujar nuevos lienzos parte de entender la historia del otro, en no convertirlo en una noticia que pasa de moda.  Por fortuna, espacios como La Maldita Vanidad desempolvan relatos así, los ficciona, los vuelve visibles de nuevo en el barrio La Soledad.

Ella Becerra y Fernando de la Pava, son dos de los actores más reconocidos y con más recorrido de La Maldita Vanidad. En esta ocasión cada uno representa personajes marcados por la violencia y los excesos. Foto: Mauricio Arango. Se celebran diez años en los que estos artistas han hecho llorar, reír, angustiar y sorprender con dramaturgias juiciosas, actuaciones impecables y algo que los identifica. La narración de ficciones desde la cotidianidad y la vida a personajes del día a día, ubicando al espectador tan cerca del actor y de la escena que parece que lo hiciera parte esa historia, una víctima o un cómplice más del crimen. Aplausos a Jorge Hugo Marín y todos sus secuaces, Ella Becerra, Fernando de La Pava, Angélica Prieto, Daniel Diaza, Juan Pablo Acosta, Saeed Pezeshki, Gabriel Gómez, y muchos más artistas y grupos que han hecho que este espacio sea un referente del buen teatro en la ciudad. Y esperamos que sean muchos más años de trabajo y de regalar historias a un país que necesita llenarse de recursos para aprender a reconstruirse y desdibujar lo implantado.   Le puede interesar: "La ópera se parece más a un partido de fútbol que a un concierto": Alejandro Chacón PROMESA DE FIN DE AÑO Fecha: Del 30 de mayo al 6 de julio Hora: 8:00 p.m. Lugar: Casa de La Maldita Vanidad (Carrera 19 N° 45a-17) Boletas: $35.000 precio único