Un disparo irrumpe en medio de la oscuridad. Entra en escena una mujer que parece haber perdido el sentido. Diez personas danzan sus lamentos. Quieren gritarlos pero entre ellos se silencian. Se tapan la boca unos a otros, como si compartir sus historias significara la muerte. No se sabe quienes son y tampoco importa. Lo importante es lo que tratan de decir. Su apariencia devela un origen rural. Caen al suelo, se levantan y cuentan con su cuerpo lo que les pasó: torturas, destierros y noches de sangre. Lo hacen en un escenario cubierto de tierra, testigo principal del conflicto en el campo colombiano. Es una realidad ajena a los habitantes de las grandes ciudades que, como el avestruz, esconden su cabeza en la tierra ante el peligro inminente. Este universo es llevado a escena por la compañía teatral francesa L’Explose. La mirada del avestruz hace un retrato del conflicto colombiano desde la danza contemporánea. Se estrenó en el 2002 y representó al país por ocho años en diferentes festivales internacionales. Su reinauguración se llevó a cabo este 8 de junio, con sala llena y espectadores que se levantaron de sus asientos para ovacionar el conmovedor espectáculo. Estará en temporada de jueves a domingo hasta el 25 de junio, en Factoría L’Explose (Carrera 25 N° 50 - 34).
La obra, escrita por Juliana Reyes y dirigida por Tino Fernández, es interpretada con furia, desespero y sutileza. No hay un solo diálogo. Los cortos monólogos de algunos personajes son entorpecidos por ruidos que los demás provocan. Se golpean sillas o sus estómagos con tal de no escucharse. Los agobia un miedo evidente que los obliga a sufrir en silencio. Cada movimiento está cargado de símbolos. Hay alusiones a la última cena, imitan la pose del sagrado corazón y disponen sus manos en señal de oración, como alucinados por una aparición divina. Se preparan para morir, se lavan los pies y se vendan los ojos. También, en la misma mesa donde se ubican como si fueran los doce apóstoles, tiene lugar una acalorada discusión. No hay gritos ni palabras. El tono del enfrentamiento lo dictan taconazos con aires de flamenco.
La obra tiene un carácter melancólico, que a veces se interrumpe por celebraciones fugaces. Tal vez, para recordar que en el campo padecieron horrores, pero también amaron y fueron felices. Es una mirada cruda al destierro, que se hace contundente en una escena en la que una mujer es literalmente arrancada del suelo. Contra su voluntad, la levantan en una plataforma, mientras su única preocupación es recoger tierra del suelo y juntarla en su regazo para llevarla consigo. La plataforma es inestable, amenaza con dejarla caer, la lanza al vacío y da vueltas como queriendo expulsarla. Ella se sujeta como puede, con una mano, con sus piernas, se descuelga pero se aferra: metáfora cruda de los desplazados que llegan a las grandes ciudades y luchan por no ser arrojados a la nada.La mirada del avestruz es un recordatorio del país invisible que muchos ignoran. Convierte los lamentos de las víctimas en una pieza de arte y se levanta como un grito en contra de la sangre derramada en los campos colombianos.