¿Por qué decidió hacer un documental sobre el Teatro La Candelaria?A lo largo de mi vida, he combinado el trabajo teatral con el cine, la televisión, la pedagogía, la literatura. Desde niño, desde la época en la que el Teatro La Candelaria (que en la segunda mitad de los años sesenta se llamaba “La casa de la cultura”) iba a Cali, sus obras me produjeron sensaciones esenciales. Sin lugar a dudas, los inventores del teatro moderno en Colombia fueron Santiago García y su grupo de colaboradores. Creo que una de las razones por las cuales comencé a estudiar teatro fue para tratar de repetir lo que veía en el escenario a través de grupos como La Candelaria o el TEC. Desde esas ya lejanas épocas hasta hoy, les he seguido sus pasos. He visto todas sus obras y me las sé casi de memoria. Soy un adicto feliz al Teatro La Candelaria, como miles de espectadores en Colombia y en otros escenarios del mundo. En 2006, cuando cumplieron 40 años, Señal Colombia quiso rendirles un homenaje. Me propuse realizar un documental de 90 minutos que se llamó finalmente “El Teatro La Candelaria: recreación colectiva”. Pero, cuando se le rinde homenajes a los artistas vivos, dichos homenajes se desactualizan. Por eso ahora, cuando cumplen la hazaña de celebrar sus 50 primaveras, decidí hacer una nueva reflexión audiovisual sobre el grupo. Es decir, sobre lo que ha pasado con ellos entre 2006 y 2016 y lo que representa, hoy por hoy, hacer teatro en el mundo.
De izquierda a derecha: Alfonso Ortiz, Sandro Romero Rey, Patricia Ariza y Santiago García. ¿Cómo comenzó la idea de crear un documental?Yo trabajaba como productor delegado en Señal Colombia y propuse la realización de un documental exhaustivo que diera cuenta de la historia del grupo. Fue un trabajo que hice feliz, que grabé y edité casi con los ojos cerrados, porque esa historia me la sabía de memoria y quería que quedara inmortalizada para siempre. El teatro es efímero. El cine y la televisión, en nuestra época, parece que aspiran a la eternidad. Quise, por consiguiente, prestarle un poco de perenne presencia al teatro, gracias a los artificios del video.¿Qué montaje recuerda con afecto?No soy muy bueno para hacer listas. Creo que todos los montajes del Teatro La Candelaria, en algún momento de mi vida, han representado un acontecimiento significativo. Desde los lejanísimos recuerdos que tengo de “Galileo Galilei” de Brecht, “La Orestíada” de Esquilo, o “Marat Sade” de Peter Weiss, hasta llegar a verdaderos monumentos escénicos como “Guadalupe: años sin cuenta” (considerada, por muchos, la obra más importante del teatro colombiano en toda su historia), “Los diez días que estremecieron al mundo” y “La tras-escena” (las dos piezas nacionales más divertidas de teatro dentro del teatro que recuerde), “El diálogo del rebusque” y “El Quijote” (catedrales hispánicas desde la mirada latinoamericana), en fin, “En la raya”, “Maravilla Estar”, “El viento y la ceniza”, “Corre Carigüeta”. Decenas de títulos que se completan en el nuevo milenio con la intensa trilogía del cuerpo o el regreso a la reflexión política a través de “Camilo”. No, no soy capaz de escoger uno solo: el Teatro La Candelaria es demasiado grande para simplificarlo en un solo título.¿Viendo que las nuevas generaciones son altamente mediáticas, considera que el teatro ha pasado a un segundo plano para los jóvenes?Es una vieja polémica que cada cierto tiempo pareciera regresar. El arte, hoy por hoy, no tiene fronteras. Las artes plásticas se alimentan de la representación en vivo, la danza del video, la música del performance. Los públicos se multiplican. En mi lejana adolescencia en Cali, las gentes del cine miraban con desconfianza a los que hacían teatro y viceversa. Yo me movía sin problemas en los dos mundos y, poco a poco, fui confirmando cómo, a través de ejemplos memorables como el de “La mansión de Araucaima” de Carlos Mayolo, los mejores resultados aparecieron en la película gracias a los actores de teatro. Ni el mundo audiovisual va a acabar con el teatro, ni el teatro representa la vanguardia y la televisión o el cine son medios “reaccionarios” como insisten algunos. Nunca, como ahora, ha habido tanto público para el teatro como el que se tiene en Bogotá. Por lo demás, el teatro no tiene que ser un arte de multitudes. El teatro es un arte de un público cualificado.
Rodaje de ‘La Candelaria: años cincuenta. En la foto, algunos actores del grupo y Sandro Romero Rey. ¿Además de documentar tendrá otra participación en esta importante celebración de los 50 años?Parte de mi vida cotidiana le pertenece al teatro. Vivo el teatro a diario. Soy el Coordinador del Programa de Artes Escénicas de la Facultad de Artes-ASAB de la Universidad Distrital. Y dentro de mi actividad, convivo con actores de La Candelaria, voy a sus obras, a sus fiestas, a sus mesas redondas, a sus reflexiones. Formo parte de esa gran familia de habitantes de la escena, en la que los amigos del Teatro La Candelaria son los innegables protagonistas.El documental, además del homenaje que se le hace al grupo ¿qué más busca resaltar?Es una reflexión sobre la persistencia, sobre el paso del tiempo, sobre cómo crear más allá de la vejez. Después de “Antígona” (2006), La Candelaria ha creado seis espectáculos y no ha parado de hacer remontajes de sus obras y ha hecho miles de representaciones de su repertorio. Espero que sea un canto a la vida de un grupo que no se cansa nunca y que necesita reinventarse año tras año para mantenerse con vida.¿Qué mensaje les da a todos los que creen que el teatro pasa por un momento difícil?No acostumbro estar enviándole mensajes a nadie ni mucho menos creo que el teatro esté pasando por un momento difícil. Cada cual verá si va o no va al teatro. Los que están pasando por un momento difícil son los que no van al teatro. No saben de lo que se pierden. Tal vez, lo único que podría decirles es que el teatro no está a contracorriente del cine, de la música, de la danza, de las fiestas, de la política, de las redes sociales, del flirteo o de las celebraciones. Al contrario, en el teatro nos encontramos con una conjunción feliz de formas que sólo pueden experimentarse cuando se está allí, de cuerpo presente, en sus ceremonias.