El astronauta de la ESA Andreas Mogensen ha captado un Evento Luminoso Transitorio (TLE), también conocido como ‘duende rojo’, que ocurre sobre las tormentas, entre 40 y 80 kilómetros sobre tierra.
A partir de la imagen, tomada en octubre pasado, los científicos estiman que el tamaño del duende rojo es de aproximadamente 14 por 26 kilómetros.
Como los duendes rojos se forman sobre las nubes de tormenta, no son fáciles de estudiar desde la Tierra y, por lo tanto, se ven principalmente desde el espacio. Sin embargo, se han visto pocos duendes desde el suelo.
La imagen fue tomada con una cámara especial instalada en la cúpula acristalada en la Estación Espacial Internacional. Se trata de una cámara Davis, que funciona más como el ojo humano, detectando cambios en el contraste en lugar de capturar una imagen como una cámara normal.
El consumo de energía de una cámara para eventos es muy bajo, del orden de unos pocos vatios, y al mismo tiempo puede tomar el equivalente a 100.000 fotografías por segundo.
“Estas imágenes tomadas por Andreas son fantásticas. La cámara Davis funciona bien y nos brinda la alta resolución temporal necesaria para capturar los procesos rápidos del rayo”, dijo en un comunicado Olivier Chanrion, científico principal de este experimento e investigador principal de DTU Space.
El experimento Thor-Davis investiga los rayos en la atmósfera superior y cómo podrían afectar la concentración de gases de efecto invernadero.
Se basa en el antiguo experimento de Thor de la primera misión de Mogensen en 2015, cuando también capturó imágenes de un trueno diferente que se dispara hacia el espacio, un chorro azul. El experimento está dirigido por la Universidad Técnica Danesa (DTU) junto con la ESA.
Científicos encuentran la clave para detectar las mayores estructuras del universo primigenio
Astrofísicos han confirmado un nuevo método para encontrar protocúmulos de galaxias, las mayores estructuras del universo primordial.
Estos progenitores de los actuales cúmulos galácticos son esenciales para comprender la evolución del Universo, pero muy difíciles de detectar.
El estudio -liderado por el Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC) y la Universidad de La Laguna (ULL), junto con un grupo de universidades italianas- demuestra que un tipo particular de galaxias, denominadas submilimétricas, son excelentes indicadores de la presencia de protocúmulos distantes. Los resultados se publican en la revista Astronomy & Astrophysics.
Los protocúmulos de galaxias son las estructuras más grandes que poblaron el cosmos primordial apenas 1.000 millones de años después del Big Bang. La comunidad científica está especialmente interesada en estas poblaciones galácticas, progenitoras de los actuales cúmulos de galaxias, ya que al ser tan antiguas pueden ayudar a comprender los procesos de formación y evolución de las estructuras a gran escala del Universo. Sin embargo, identificar protocúmulos no es nada fácil y son muy pocos los que se conocen.
Para resolver este problema, un equipo científico internacional ha propuesto un nuevo método centrado en un tipo particular de objeto: las galaxias submilimétricas. Descubiertas a finales de la década de 1990, deben su nombre a su intensa emisión en la banda submilimétrica, es decir, la región del espectro electromagnético comprendida entre el infrarrojo y las microondas.
Se encuentran entre las galaxias más masivas y polvorientas del Universo, y tienen una elevada tasa de formación estelar, que puede superar en más de cien veces la de la Vía Láctea.
Gracias al estudio realizado, el equipo científico ha demostrado inequívocamente que las galaxias submilimétricas son excelentes indicadores de protocúmulos distantes.
Para conseguir este resultado, buscaron estas estructuras primigenias alrededor de doce galaxias submilimétricas y descubrieron que once de ellas están alojadas en ocho protocúmulos. De estos ocho, el nuevo estudio confirmó, de forma independiente, tres que ya se conocían y se encontraron pruebas de la presencia de cinco estructuras nuevas. Una de ellas, alrededor de la galaxia GN10, figura entre los protocúmulos más distantes jamás observados: su luz tardó más de 12.500 millones de años en llegar a la Tierra.
Con información de Europa Press