Los Juegos Olímpicos están llenos de poderosos símbolos que transmiten lo que significa el deporte para el mundo y cómo a través de él se puede lograr la unión de todos los continentes, uno de los principales objetivos de las justas.
En total, son cinco elementos que reúnen el espíritu olímpico y que acompañan las competiciones en todo momento; sin embargo, hay dos que resaltan sobre los demás, debido a que resultan ser los más llamativos: la bandera olímpica con sus aros y la llama y antorcha olímpica.
Esta última es, tal vez, la más importante y la que reúne toda la esencia de lo que es la competencia olímpica. De hecho, en la antigüedad el fuego era considerado un elemento de purificación, sagrado, divino y puro, por lo que en la era moderna se quiso continuar con esta tradición. Por eso es que una vez se enciende, esta viaja por todo el mundo llevando el mensaje de unión y pureza entre los pueblos, el verdadero espíritu de este evento.
No por esto, los otros símbolos no son protagonistas, pues cada uno tiene su momento durante las competencias y la ceremonia. El lema olímpico “Citius, Altius, Fortius”, que significa “más rápido, más alto, más fuerte”, invita a los deportistas a dar lo mejor de sí durante las competencias.
Así mismo, el himno es fundamental y, por último, la rama de olivo, la cual se le impone a cada deportista que sube al podio tras conseguir una medalla, convierte cada acto de premiación en algo memorable.
¿Cómo hacen para que no apague la antorcha?
Lo primero que hay que decir es que una cosa es la llama olímpica y otra es la antorcha; el primero es el fuego como elemento y el segundo es el dispositivo que se encarga de portarlo durante todo su recorrido al rededor del mundo y cuyo diseño depende de cada organización.
Teniendo esto claro, lo siguiente que hay por decir es que el fuego siempre se prende en Olimpia, Grecia, cuna de los Juegos Olímpicos de la antigüedad, y desde allí emprende su viaje alrededor del mundo hasta llegar a la ciudad anfitriona de las justas donde se mantiene encendida hasta que terminen las competiciones.
En este sentido, muchos se preguntarán si es un viaje que recorre miles de kilómetros, que soporta lluvia, poderosos vientos y hasta viajes en avión, cómo se hace para mantenerla encendida.
La clave detrás de todo esto es la tecnología, pues es necesario un importante dispositivo para garantizar que esta no se apague hasta que se clausuren las justas.
El ritual, que se cumple al pie de la letra desde hace más de 90 años, implica que sean los rayos del sol de Olimpia los que enciendan la llama; para ello, un espejo parabólico se encarga de concentrar el calor necesario para que esta se encienda cuando sea el momento de emprender el viaje. Este simbólico acto es el que carga de misticismo a ese elemento, pues de allí en adelante es sagrado y no puede apagarse.
Luego de encenderse, el fuego es transmitido a la antorcha olímpica, crucial para que el fuego logre superar las diferentes condiciones que se cruce en su camino.
El principal combustible es el gas propano, lo que le permite mantenerse estable y ser mucho más resistente al viento y al agua; además, contiene un mecanismo interno que regula su suministro y garantiza el fuego. Otro dato importante es que esta llama es capaz de soportar vientos de hasta 70 kilómetros por hora y lluvias con carga de 50 mililitros por hora.
A toda esta tecnología se le suma un equipo de 10 personas que están contratadas en vigilar la llama las 24 horas del día; esto también implica que haya un plan B por si se apaga el fuego.
La organización recurre a llamas secundarias que también cumplen el protocolo de haber sido encendidas con los rayos del sol de Olimpia y los cuales son contenidos en linternas especiales que son activadas en caso de que fallen los protocolos.
Precisamente, estos elementos entran en acción cuando la antorcha debe viajar en avión, pues el fuego no es permitido en las aeronaves y el protagonismo se centra en las linternas, parecidas a las que emplean los mineros bajo tierra y las cuales alojan el fuego original hasta llegar a un nuevo destino.
La mística de la antorcha es tal, que durante su existencia ha soportado viajes en barco, caballo y hasta en camello; además, ha viajado al espacio en dos oportunidades, aunque como es lógico, por la falta de oxígeno no se ha podido encender.
¿Se ha apagado la llama olímpica?
Pese a todo este protocolo, la llama se ha apagado en dos oportunidades; la más reciente en 2004, justo en Grecia, cuando en el Estadio Panathinaiko, de Atenas, el fuego se extinguió, por lo que fue necesario emplear una de las linternas alternas para volver a encenderlo.
La primera fue en los Juegos Olímpicos de Montreal 1976; en esa ocasión, tras apagarse, alguien de la organización la encendió con un mechero tradicional, hecho repudiable que obligó a que se apagara de nuevo para poner en marcha el protocolo oficial que obliga al uso de las llamas alternas.