La sociedad tal cual como la conocemos comenzó a ser moldeada y transformada hace un poco más de dos siglos, a principios de la edad contemporánea en un periodo conocido como la primera revolución industrial. Doscientos años es relativamente poco tiempo, considerando que es prácticamente un abrir y cerrar de ojos frente a los trescientos mil años de historia de la humanidad.
Algunos pueden estar más familiarizados con la revolución francesa, de carácter social y político, que con la revolución industrial de procesos de producción que tuvo su epicentro en Inglaterra. Fueron eventos de distinta naturaleza que coexistieron en Europa y significaron una doble revolución que cambiaría por siempre la forma en que vivimos.
La primera revolución industrial y sus dos predecesoras, la segunda y tercera revolución industrial, fueron periodos marcados fundamentalmente por la aplicación de la primera ley de la termodinámica de la transformación de energía.
Inicialmente, las personas aprovechaban la energía mecánica generada por el caudal de los ríos para dar movimiento a sus máquinas de moler y fabricar. Con la invención de la máquina de vapor fue posible generar movimiento de rotación, convirtiendo energía térmica en mecánica. Estos sistemas fueron evolucionando hasta desarrollar los barcos a vapor que reducirían los tiempos de viaje al nuevo continente y las primeras locomotoras que unirían las costas este y oeste de los Estados Unidos.
Posteriormente con el uso del generador eléctrico, fue posible convertir la energía mecánica en eléctrica mediante la rotación de conductores en campos magnéticos. Esta energía podía ser transmitida a través de cables, lo que llevó construir plantas centralizadas, de energía térmica, hidráulica, nuclear, etc., para la distribución en forma de corriente eléctrica.
La energía eléctrica se transmitió tanto a las fábricas como a nuestros hogares donde proliferaron todo tipo de electrodomésticos que transforman esa corriente eléctrica nuevamente en movimiento, calor, luz, etc.
Desde antes de comenzar el siglo XX, ya el nuevo epicentro de innovación y tecnología se había trasladado de Inglaterra a los Estados Unidos, en parte gracias a esos avances en el transporte originados en la primera revolución industrial que permitieron tomar ventaja del extenso territorio norteamericano y comercializar sus recursos naturales como el petróleo. El haber sido una nación poco afectada por las dos guerras mundiales contribuyó a la continua inmigración de trabajadores, científicos y emprendedores en busca del sueño americano.
La segunda y tercera revolución industrial tienen su epicentro en Estados Unidos. Esta última, también llamada por algunos la era digital, empieza hacia mediados del siglo pasado con la invención del transistor. Este dispositivo, hecho inicialmente de materiales semiconductores como el germanio pero posteriormente de silicio, reemplaza los tubos de vacío para amplificar señales eléctricas y así expandir las distancias de los cables telefónicos.
El transistor fue rápidamente replicado en varios laboratorios en Japón, donde Sony se convierte en la principal competencia comercial de producción masiva de radios y televisores americanos presionando a su reducción de precios. El campo de aplicación de los transistores se extendió al de compuertas lógicas en circuitos de calculadoras y computadoras.
Con el paso del tiempo, técnicas de fotolitografía fueron usadas para fundir millones de transistores integrados en láminas de silicio y diseñar microprocesadores. Este elemento se convertiría luego en el componente esencial de los computadores, y estos a su vez de las redes y el Internet.
Las fábricas de circuitos integrados, como Intel, se ubicaron inicialmente en California, más específicamente en las zonas metropolitanas de San José y San Francisco, donde se formó un cluster tecnológico conformado por fábricas, emprendedores, diferentes instituciones educativas y universidades, siendo una de las principales Stanford, e inversionistas de todo el mundo. Ésta área se denominó Silicon Valley por ser el epicentro de innovación de empresas que capitalizaron la invención del transistor de silicio.
A finales del siglo pasado, diferentes focos geográficos de especialización tecnológica también se concentraron en países vecinos a Japón, como Corea del Sur, Taiwán y China. La mayoría de los productos y servicios de alta tecnología que disfrutamos en la sociedad moderna son el resultado de esas complejas cadenas globales de valor agregado con eslabones especializados en múltiples regiones del mundo.
Uno de los productos más sofisticados que ha desarrollado la sociedad es el teléfono inteligente, el smartphone. Este producto incluye en sus componentes más de la mitad de los elementos de la tabla periódica provenientes de más de 40 países. No existe una persona en el mundo con el conocimiento necesario para fabricar un smartphone y no alcanzaría toda una vida para obtenerlo.
Este producto, que para muchos es la principal herramienta de trabajo en la sociedad actual, es el resultado de un conocimiento de diferentes sociedades a nivel global. Por ejemplo, su diseño puede ser en Estados Unidos, Alemania o Israel, la fabricación de sus microprocesadores en Taiwán, Tailandia o Filipinas, las pantallas provienen de Corea del Sur, las cámaras de Japón, su ensamblaje hecho en China, India o Vietnam y su distribución en diferentes sitios de Europa o Australia.
Donald Trump, en un intento de persuadir a Tim Cook, CEO de Apple, de ensamblar los iPhone en Estados Unidos, inició una guerra comercial con China. Sin embargo, esto solo aumentaría los costos y tiempos de fabricación, ya que muchos de los componentes para ensamblar el iPhone provienen de China. El mismo Trump luego anunció que desistiría de su idea pues podría costarle a Apple ceder participación de mercado a su principal competidor el fabricante coreano Samsung.
La globalización permite que los smartphones, cada vez con mayor capacidad de procesamiento, menos consumo de energía y menos costo, lleguen a las manos de más de un tercio de la población mundial conectando a más personas al internet. La masificación del smartphone se ha convertido en la principal plataforma tecnológica de modelos de negocios disruptivos, como es el caso de la mayoría de los llamados unicornios.
La creciente demanda de dispositivos IoT, el desarrollo de 5G y la situación coyuntural de la pandemia han generado escases de circuitos electrónicos y microprocesadores. Para un país como el nuestro, es importante poder participar más directamente en las etapas de producción de estos componentes. Incluso actividades de relativamente bajas habilidades como el ensamblaje de estas partes son un punto de partida para ascender en la cadena de valor a actividades más intensas en conocimiento.
Este fue el sendero que siguieron naciones asiáticas como Corea del Sur y China, generando empleo, reduciendo su porcentaje de pobreza y disminuyendo la brecha social. Mientras tanto, la desigualdad, vista por varios economistas como una carrera entre la tecnología y la educación, sigue aumentando en nuestro país.
Intel anunció el año pasado que retornaría a ensamblar en Costa Rica, lo que significa miles de empleos directos e indirectos, incluyendo ingenieros y programadores locales. Esta multinacional ha puesto sus ojos en ese país desde finales de los 90, principalmente por su estabilidad política, dos costas, industria manufacturera y zonas francas de libre comercio; características que Colombia también puede ofrecer con la diferencia de ser al mismo tiempo un mercado más atractivo de mucho mayor tamaño.
Este tipo de inversión extranjera directa ayudaría a acelerar los círculos virtuosos generadores de clusters de tecnología en Colombia, aumentando las posibilidades de proliferación de emprendimientos locales con actividades más intensas en conocimiento.
Por: Pablo Santos