La innovación tecnológica está en constante crecimiento en las instituciones educativas, donde los estudiantes tienen la oportunidad de convertir sus ideas creativas en realidad. Un ejemplo inspirador de este avance tecnológico se encuentra en la Universidad de Antioquia y el Instituto Tecnológico Metropolitano (ITM), donde un equipo de estudiantes y profesores se unieron para crear un asombroso proyecto: un perro robot que simula el funcionamiento del organismo de un perro vivo.
Este modelo canino logra simular la apariencia de un perro real. Su pelaje contribuye a la ilusión de interactuar con un animal vivo. Esta innovación representa un avance revolucionario, especialmente para los estudiantes de medicina veterinaria, ya que les brinda una herramienta invaluable para sus prácticas y estudios de anatomía canina.
Para los futuros veterinarios, tener acceso a un robot que simula un perro real es una oportunidad única para adquirir experiencia. Pueden estudiar y comprender la anatomía de los perros de una manera que no era posible antes, puesto que a lo largo del tiempo han venido haciendo sus prácticas con muñecos de peluche y estructura rígidas que dificultan conocer realmente la fisionomía del can.
“El proyecto nace de la idea entre las dos instituciones de educación superior, donde la Universidad de Antioquia nos plantea la necesidad de hacer un entrenamiento con alta fidelidad anatómica para los estudiantes y profesionales de veterinaria, nosotros desde el área de la Ingeniería Biomédica, como la tecnología al servicio de la salud, planteamos una solución de un diseño mecatrónico mediante diferentes módulos que pudieran simular múltiples parámetros fisiológicos, que permitiera identificar la reanimación cerebro cardiopulmonar en un perro”, puntualizó Diana Orrego, docente del grupo de Investigación e Innovación del ITM.
El inicio de la creación
El origen de esta idea se basa en la necesidad de preparar a los estudiantes para enfrentar la realidad de la medicina veterinaria de una manera más efectiva. El proyecto tomó forma gracias a una generosa donación: el cuerpo de un perro pequeño que había fallecido recientemente. Esta donación proporcionó la materia prima necesaria para llevar a cabo un proceso innovador en el campo de la educación médica.
El proceso de plastinación fue la clave para conservar los órganos del perro de manera meticulosa. Esta técnica implica la eliminación de las células originales y su reemplazo con acetona y silicona, lo que permite preservar la anatomía y la estructura de los órganos. Poco a poco, el cuerpo del perro adoptó la apariencia y la forma de un animal real, creando un recurso educativo de mucha utilidad.
“Es un desarrollo revolucionario que puede cambiar la metodología de la enseñanza, porque se plantean escenarios clínicos que involucran de manera directa a los estudiantes”, afirmó Lynda Tamayo, profesora de la Facultad de Ciencias Agrarias de la UdeA.
Este proyecto ha dado como resultado final un perro robot que sorprende por su apariencia y realismo. Sin embargo, más allá de su parecido con la apariencia física de un perro vivo, entre las aplicaciones se incluye la posibilidad de llevar a cabo la reanimación cardíaca, cerebral y pulmonar. Además, los profesionales de la medicina veterinaria pueden utilizar este robot para examinar el estado neurológico, medir la presión femoral y tomar muestras sanguíneas.
La recompensa de un buen trabajo
El trabajo en equipo de los investigadores les permitió obtener la patente otorgada por la Superintendencia de Industria y Comercio (SIC) el 28 de septiembre del año actual. Este hito les asegura el reconocimiento legal y los derechos exclusivos sobre su innovador modelo canino.
Con la patente en su poder, los creadores de este perro robot, ahora tienen la oportunidad de explorar alianzas estratégicas con profesionales del campo. Esta colaboración podría allanar el camino para la producción industrial de este modelo.
“Al ser una creación tan novedosa, tan diferente a lo que existe actualmente en el mercado, fue posible protegerla por un periodo de 20 años”, aseguró el abogado de propiedad intelectual de Transferencia del Conocimiento UdeA, Felipe Londoño.