Manipular las nubes para provocar lluvia o reducir el granizo es un viejo sueño de la humanidad, que vuelve a la palestra ante el calentamiento global y las sequías.

Muchos Estados están mostrando un creciente interés en estas técnicas, lo que podría generar tensiones geopolíticas.

En Australia, la compañía eléctrica Snowy Hydro está finalizando actualmente su sembrado anual de las nubes en las alturas de Snowy Mountains, la cadena montañosa más alta del país.

Científicos buscan controlar la lluvia y usar el clima a su favor. | Foto: PA Media

El objetivo es aumentar las nevadas mediante generadores de partículas de yoduro de plata. Según la empresa, Snowy Hydro abastecerá así las reservas de agua para generar más energía hidroeléctrica.

Ya sea para la agricultura, el consumo humano o la electricidad, las enormes demandas de agua se ven agravadas por el cambio climático.

Según la ONU, 2.300 millones de personas ya viven en países donde la escasez de agua es un problema.

Muchos intentan modificar el clima ante esta amenaza, entre ellos India, Tailandia, Estados Unidos y China.

En 2020, Pekín publicó una circular detallando su estrategia: según el documento, China tendrá un sistema desarrollado de modificación del clima para 2025.

Los Emiratos Árabes Unidos también están intensificando sus esfuerzos. Su centro de meteorología lanzó hace algunos años un programa de investigación para mejorar la lluvia, dotado con subvenciones de 1,5 millones de dólares para cada proyecto de investigación seleccionado.

Desde los cantos a las ninfas de la lluvia en la Antigüedad, los intentos de hacer llover por encargo nunca han cesado.

Estados Unidos lo viene intentando desde finales de la década de 1940, incluso con fines militares.

Durante la guerra de Vietnam, Washington lanzó la “Operación Popeye” que consistía en sembrar nubes para intentar frenar las tropas de Ho Chi Minh. La eficacia de la maniobra sigue siendo objeto de debate.

El control de la lluvia podría dar una ventaja para el desarrollo de diferentes áreas. | Foto: Cortesía: Alcaldía de Medellín.

Desde entonces, las técnicas han cambiado poco, aunque se están llevando a cabo investigaciones.

En general, consisten en dispersar en las nubes partículas como yoduro de plata o sal higroscópica, ya sea por avión o mediante generadores o cohetes desde el suelo.

Las mini partículas introducidas en la nube modifican su estructura y potencialmente provocan la precipitación.

Pero la siembra de nubes presenta obstáculos, especialmente porque es difícil evaluar la eficacia real de las técnicas.

En Francia, la Asociación Nacional de Estudio y Lucha contra los Flagelos Atmosféricos (Anelfa), creada a fines de la década de 1950, practica esta técnica para reducir el granizo que daña los cultivos agrícolas.

“La eficacia sigue siendo difícil de evaluar debido a la gran variabilidad de este fenómeno natural”, reconoce Claude Berthet, directora de Anelfa.

“Pero nuestros registros muestran una correlación entre las áreas que recibieron yoduro de plata y aquellas que recibieron menos granizo”.

Snowy Hydro, por su parte, asegura que hay un 14% más de nieve en las Snowy Mountains durante las campañas de siembra.

Controlar las tormentas se ha convertido en un ambicioso objetivo de los científicos | Foto: Getty

Pero esto es solo un aspecto del problema.

“En el contexto del cambio climático nos dirigimos hacia una escasez de recursos hídricos, lo que generará cada vez más conflictos sobre los mismos”, advierte Marine de Guglielmo Weber, investigadora de tesis en el Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas.

En este contexto, “las técnicas presentadas como capaces de hacer que una nube descargue lluvia cuando normalmente habría tardado varias horas en hacerlo, se vuelven cada vez más propensas al conflicto”. En 2018, un alto funcionario iraní acusó a Israel de robar las nubes iraníes.

Sin embargo, no existe un derecho internacional de las nubes, lamenta el escritor y ex abogado francés Mathieu Simonet, quien acaba de publicar un relato sobre el tema.

“Las nubes son un bien común, por lo que se necesitan reglas comunes para compartirlo”, argumenta.

“Sobre todo, estas reglas comunes no deben determinarse por la ubicación geográfica en la que nos encontramos: las nubes circulan por todas partes. De la misma manera, no debe determinarse por las capacidades y la riqueza técnica de un país u otro”.

Mientras tanto, el autor recorre Francia para abogar por el reconocimiento de un Día Internacional de las Nubes.