Un sentimiento pesimista cunde entre expertos, emprendedores y líderes de la industria tecnológica mundial: los efectos nocivos de las redes sociales y de la tecnología sobre la democracia y la cultura van a empeorar en los próximos diez años. Habrá más fake news, más elecciones manipuladas, más polarización política y más contenidos insulsos. Lo dijeron casi 1.000 personas de alto nivel en la industria consultados por Pew Research Center, en un informe publicado la semana pasada. Las preguntas fueron: “Entre ahora y 2030, ¿cómo utilizarán la tecnología los ciudadanos y la sociedad civil?” y “¿Grupos y Gobiernos afectan la democracia mediante el uso de la tecnología?”. La mitad dijeron claramente que el uso de la tecnología debilitará la democracia debido a la velocidad y al alcance de la distorsión de la realidad que ella genera, el declive del periodismo y el ascenso de un capitalismo de vigilancia sobre los ciudadanos. Entre académicos, activistas y ejecutivos de compañías relevantes de Silicon Valley hay una clara preocupación por el poder de las grandes tecnológicas y su papel en los debates políticos, así como por el uso que hacen de los datos de sus billones de usuarios. Uno de los expertos encuestados aseguró que la democracia está bajo asedio por el abuso de los servicios en línea y por los ciudadanos que creen todo lo que leen en muros y trinos, y que tienen problemas para distinguir los hechos de la ficción.
Danah Boyd, investigadora principal de Microsoft Research, dijo que “la tecnología se diseña ingenuamente, imaginando todo lo bueno, pero no construyendo salvaguardas para evitar lo malo”. Y Susan Etlinger, del Grupo Altimeter, señaló que revertir el daño de la era de las noticias falsas es bastante difícil, y se volverá exponencialmente más difícil a medida que las noticias falsas se conviertan en la norma, que es exactamente lo que está ocurriendo. Si por allá llueve, por acá no escampa. El Centro Nacional de Consultoría publicó también la semana pasada los resultados de un estudio de apropiación digital que arroja datos desconsoladores acerca del uso de la tecnología por los colombianos. El indicador bueno se despacha rápidamente: 80 por ciento de los colombianos son usuarios de tecnologías digitales. Pero casi todos los demás indicadores del informe son para prender las alarmas. La mitad utiliza el mundo digital para el entretenimiento y la comunicación, léase, pasan horas en YouTube y en WhatsApp. En palabras de Carlos Lemoine, director del análisis, nos reímos con los memes, damos likes, vemos YouTube, escuchamos listas de música en Spotify, y hasta ahí. Es un uso pasivo de las increíbles herramientas que ofrece la tecnología. El 27 por ciento de los usuarios está en un nivel intermedio, en el que además de lo anterior, mordisquean las ventajas educativas de internet y la participación; y solo el 6 por ciento está en el nivel avanzado, en el que la tecnología es utilizada para la productividad, el trabajo, los negocios y las transacciones financieras. La medición más fuerte de la investigación es la del indicador de apropiación digital del país, que se construye combinando el uso que las personas hacen de internet con las intenciones, es decir, para qué lo usan. Esto permite ir más allá de la cifra triunfal que suelen citar otras fuentes, sobre el alto consumo de video, por ejemplo. En el examen de los usos, el trabajo investiga la utilización que la gente hace de las diferentes plataformas y servicios digitales disponibles, como el correo electrónico, la mensajería instantánea, las redes sociales, etcétera; mientras que en las intenciones examina categorías como el entretenimiento, la comunicación, la generación de empleo y los negocios, entre otras. Mediante la técnica de análisis envolvente de datos, el estudio genera una “frontera eficiente”, en la que se ubican los individuos más avanzados en cada uno de los dos campos, en usos y en intenciones. Colombia está en 0,23. ¿Cuál es el problema? Que Europa y Estados Unidos están en 0,35, lo que significa que nuestro país necesitará al menos 20 años para alcanzar el nivel europeo de apropiación digital. Inclusive estamos por debajo de Chile y Argentina, cuyos índices de apropiación marcan 0,31 y 0,30, respectivamente. Con relación a estos dos países, el rezago de Colombia es de diez años.
Para completar el panorama, el Centro Nacional de Consultoría encontró evidencias de que la brecha tecnológica tiende a ampliarse. En el pasaje bíblico del evangelio de Mateo quedó sentenciado que al que tiene se le dará más, y al que no tiene, hasta lo poco que tiene se le quitará, por ello los expertos en estadística bautizaron como efecto Mateo a este fenómeno. “Se observa que las personas bilingües o los hijos de padres con educación superior alcanzan más rápidamente los niveles superiores de la ruta digital. Lo mismo ocurre en los países: aquellos que tienen mayor PIB cuentan con ciudadanos digitales más sofisticados”, explica el estudio, que calculó un indicador Gini digital que, tal como el Gini de ingresos, mide la desigualdad. Y adivinen: el Gini de desigualdad digital en Colombia es de 0,53, superior al de ingresos, que está en 0,52. Es decir, tenemos más desigualdad en lo digital que en la riqueza. El indicador de apropiación digital, en su sentido más amplio, busca identificar de manera más precisa si la tecnología está al servicio de la gente o si la gente está al servicio de la tecnología. Claramente, la tecnología le va ganando a la gente. De hecho, hay tantas personas –especialmente jóvenes y niños– que han perdido a tal punto esa lucha que ya es necesario, no solo en nuestro país sino en todo el mundo, el despliegue de campañas masivas de desintoxicación digital. La participación es un uso de internet que en Colombia crece rápidamente. Por participación se entiende la capacidad de utilizar las tecnologías para cambiar el mundo real. Una cosa es que a una persona le gusten las marchas; otra es que salga a marchar. Participación no es simplemente darle like a una causa política o social con la que se esté de acuerdo. Carlos Lemoine considera que Twitter es un escenario de participación con influencia en el mundo real de la política colombiana, pero que es un poco polarizadora. El algoritmo de Twitter, junto con las preferencias de los ciudadanos por seguir a personas que piensan igual, produce el efecto burbuja, mediante el cual los bandos cuentan con seguidores fieles y ardorosos que no se comunican, sino que se insultan.
Frente a semejante panorama, el análisis interpela a las políticas públicas. Hay brechas estructurales que la tecnología no va a solucionar. Si el país quiere que la población haga usos de internet más productivos y edificantes, es la educación y no la tecnología la que puede ayudar en esa meta. “El 5G no necesariamente va a mejorar la calidad del uso de las telecomunicaciones”, sostiene Lemoine. Sería más eficaz el esfuerzo en educación para tal propósito. El Estado colombiano ha hecho bien su tarea de conectar y tender autopistas, pero es hora de pasar “al siguiente nivel”, el de mejorar la apropiación tecnológica. Para ser justos, hay que señalar que el indicador Gini digital está mejorando desde que se calculó por primera vez en 2016, mientras el Gini de ingresos se mantuvo estable o a la baja. Así que la próxima medición, en dos años, podría salir algo mejor. En el ámbito global también hay miradas positivas. En la encuesta de Pew Research Center hubo visiones optimistas en relación con la posibilidad de que en la década que sigue se obtengan unas democracias más participativas gracias a la tecnología. No obstante, el editor de tecnología de The Atlantic, Alexis Madrigal, lo pone en estos términos: “Los pesimistas tienen críticas específicas y montones de evidencia. Los optimistas tienen... optimismo”.