Por Francisco Argüello*

En tres meses al hotel Duruelo no le ha entrado un solo centavo. Ubicado en la salida de Villa de Leyva, es la clara radiografía de la incertidumbre empresarial. Lo dirigen los frailes Carmelitas, tradicional comunidad religiosa católica, que lo convirtió en un paraíso: jardines, galerías, terrazas, pasillos, flores, una mezcla de arquitectura colonial bien conservada de espalda a una gran montaña. Permanece cerrado desde la segunda semana de marzo. Y sin embargo, mantienen intacta la planta de 138 empleados. ¿Cómo? José Vicente Sierra, uno de ellos, se hace la misma pregunta. “No sé hasta cuándo aguantarán mis jefes”. Los curas le marcan al teléfono, preguntan por el establecimiento y aconsejan paciencia.

Sierra, como el resto de personal, sigue recibiendo salario. Unos permanecen en sus casas, otros asisten al hotel solitario. Temen que el polvo, la tierra y los animales de monte acaben con las 100 habitaciones, piscinas, 5 salones de conferencias y un moderno restaurante. “Hay que hacerle mantenimiento”, comenta Julia Teresa Munevar, de servicios generales.

El personal del hotel está intacto. Sin embargo, a sus empleados les preocupa que sus jefes no puedan aguantar la crisis generada por la covid-19 por mucho tiempo.

Debido a la situación, los empleados no tienen otra alternativa distinta a seguir el ejemplo de sus jefes: pegarse a los santos. “Confiamos en Dios y en la Virgen para que esta pandemia acabe pronto”, explica Sierra, nostálgico, porque extraña a los turistas a quienes les contaba, desde un envidiable balcón, la historia de Villa de Leyva, el único pueblo declarado monumento nacional desde 1954, en la era de Gustavo Rojas Pinilla.

*Periodista Canal Digital Semana