Hasta noviembre de 2017 duró el emporio que montó Assi Moosh en playas del Caribe colombiano. El 24 de aquel mes, cuando llegó a la oficina de Migración Colombia para realizar un trámite a fin de obtener la ciudadanía colombiana, las autoridades lo detuvieron mientras el pequeño ejército que siempre lo acompañaba esperaba en la calle. Salió expulsado del país y por diez años no podrá volver, pero prometió regresar.

A fines de julio pasado la Fiscalía ordenó su captura luego de allanar una de sus propiedades en Cartagena, Casa Benjamín, en el marco de la Operación Vesta I. También pidió a la Interpol una circular azul para lograr su detención. Nadie conoce el paradero de Moosh desde que, hace ocho meses, las autoridades lo expulsaron y lo entregaron a sus pares de Israel en Tel Aviv.

De esa manera, terminó un ciclo de una década de negocios turbios para el israelí de 44 años, señalado por las autoridades de dirigir una red de turismo sexual con base en el Hostal Benjamín, en Taganga, un idílico corregimiento de pescadores a solo 10 minutos de Santa Marta. Tenía ramificaciones en Palomino (La Guajira), Cartagena, Medellín, Bogotá e, incluso, en Playa del Carmen, en la Riviera Maya mexicana. El negocio habría desaparecido, aunque hay vestigios de temor e incertidumbre entre sus víctimas.

“Ellos se la pasaban armados en las camionetas y decidían hasta dónde se podían parar los vendedores ambulantes. Eran agresivos y peligrosos y la gente del común les cogió miedo”

Mujeres jóvenes y menores de edad habrían sido las perjudicadas por la operación del israelí en Magdalena, que en el papel funcionaba como un centro turístico con sus permisos e impuestos al día. Sus clientes, principalmente, eran jóvenes israelíes que, tras prestar el servicio militar obligatorio en su país, gozaban de una temporada de vacaciones y de una retribución en efectivo.

A ellos, Moosh les ofrecía una oferta de atractivos planes y alojamiento económico junto con paquetes que incluían drogas y sexo. Entre tanto, los tagangueros eran obligados a vivir entre salvajes bacanales, consumo indiscriminado de droga y el desfile de hombres sospechosos.

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“Ellos se la pasaban armados en las camionetas y decidían hasta dónde se podían parar los vendedores ambulantes. Eran agresivos y peligrosos y la gente del común les cogió miedo”, narró entonces a SEMANA un atemorizado habitante que pidió omitir su nombre.

Sin embargo, las autoridades le seguían la pista a Moosh además por otros motivos. Desde 2010 buscaban saber más acerca de la fuente de su cuantioso patrimonio y lo tenían en el radar por su posible relación con el tráfico de estupefacientes.

No sería una actividad desconocida para ese extranjero. El diario Haaretz reveló que a finales del 2003 cayó en Holanda bajo sospecha de encabezar el envío de éxtasis desde allí hacia Lejano Oriente. Luego, según ese mismo medio, operó con base en Japón hasta “tener problemas con la Yakuza, la mafia japonesa” y terminó en España. Así mismo, se habría diversificado al enviar estupefacientes desde Colombia, México, Brasil y Perú hacia el Viejo Continente.

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En Taganga, las autoridades están a la espera de concretar las operaciones de extinción de dominio del Hostal Benjamín, que en principio cerraron en mayo pasado durante diez días por temas de documentación. Y la adelantan un procedimiento administrativo para clausurarlo, así como el predio Nirvana, también de propiedad de Moosh.

“Ha bajado considerablemente la visita de israelíes al territorio”, señaló la secretaria de Seguridad y Convivencia Distrital de Santa Marta, Priscilla Zúñiga, quien manifiesta que tampoco se nota el impacto económico en la región, dado que los clientes de Moosh le compraban a él todo lo que requerían.

Los negocios del israelí habrían quedado a cargo de un par de hombres, también israelíes, de su entera confianza. Contra ellos también Migración Colombia hizo uso de la facultad discrecional de expulsarlos del país, sin contar con que varios individuos trabajaban en el país con visa de turismo.

Para ese entonces se supo que Moosh había prometido regresar a Taganga, a lo que el entonces ministro de Defensa, Luis Carlos Villegas, contestó que “aquí lo estaremos esperando”. Los habitantes de este lugar paradisiaco tienen la esperanza de que las autoridades no los abandonen y sueñan con que este ‘diablo’ por fin los deje en paz.