Del mismo modo que Nueva York tuvo (tiene) a George Gershwin, Buenos Aires tuvo (tiene) a Astor Piazzolla. Se trata de dos compositores descomunales que, en su música, lograron sintetizar el ADN de sus ciudades con maestría y sensibilidad. Sin embargo, sería de un reduccionismo absurdo sostener que Buenos Aires suena solo a Piazzolla, o a tango.
Es cierto que el gen tanguero es fundamental e indispensable en nuestra identidad sonora: ya sea en la amplitud modulada de una vieja Spika que larga la voz aguardentosa del ‘Polaco’ Goyeneche en alguna cocina de abuelos, ya sea en la radio online del Club Atlético Fernández Fierro que emite las 24 horas las piezas que renuevan el repertorio del género en el siglo XXI; ya sea en las milongas, con el 2x4 que marca los pasos de baile de las parejas habitués, ya sea en ese bandoneonista solitario que escuché anoche en la línea B del subterráneo, emulando a Aníbal Troilo en un vagón que lo llenó más de aplausos que de billetes. Incluso, hace un tiempo, el propio Charly García me dijo que, de un modo más bien solapado, un aura tanguera sobrevolaba buena parte de su obra.El sonido de una ciudad, sin embargo, va más allá de sus músicas. Por ejemplo, el pregón (usualmente mañanero), amplificado desde el megáfono (usualmente destartalado) del techo de una camioneta (usualmente desvencijada) que anuncia que compra “heladeeeras rotas, televisoooores rotos, muebles vieeejos” forma parte del paisaje sonoro de los barrios.
No por casualidad, Los Espíritus incluyeron una grabación de campo que registra ese momento cotidiano al comienzo de Perro viejo, una especie de rockabilly bluseado, compuesto por su excantante, Santiago Moraes, que es un fiel retrato de la vida en el barrio de La Paternal, y que forma parte de Gratitud, su disco de 2015. Un registro casi antropológico que le abre paso a una gran canción.Las composiciones de Escalandrum, ese sexteto en eterno movimiento liderado por el baterista Daniel ‘Pipi’ Piazzolla, logran otro buen retrato de Buenos Aires, desde la óptica del llamado ‘nuevo jazz argentino’. Recogen, de algún modo, el legado de Astor, pero también de obras emblemáticas de Jorge López Ruiz, como El grito (1967) o Bronca Buenos Aires (1970).
En las esquinas de la ciudad, la juventud se vuelca a dos lenguajes casi universales. La cumbia, ritmo que une a Latinoamérica y se expande al mundo, y el hip-hop, con sus batallas de rimas con acento porteño y el trap en el tope de los charts, ostentan una tradición propia en una ciudad polirrítimica y caótica, elegante y melancólica, problemática y febril aunque, claro está, definitivamente encantadora.
Buenos Aires, en cinco canciones
Primavera porteña, de Astor Piazzolla
Escalandrum Acuático, de Escalandrum
Mañana en el Abasto, de Sumo
Moscato, pizza y fainá, de Memphis la blusera
Perro viejo, de Los Espíritus
Por: Humphrey Inzillo. Editor de la revista argentina Brando.
Artículo publicado originalmente en la edición 80 de la revista Avianca