Cada verano, millones de personas se van de vacaciones por todo el mundo. La Organización Mundial del Turismo estima que las llegadas internacionales, que miden los viajes en todo el mundo, estarán un 2 % por encima de las cifras de 2019, previas a la pandemia. Sin embargo, como cada vez somos más los que nos vamos de vacaciones, algunos de los destinos turísticos más importantes del mundo están más abarrotados que nunca. Y eso ha provocado incluso protestas ciudadanas en algunos de esos lugares.
Los residentes de algunas ciudades europeas se han manifestado pidiendo a los turistas “que se vayan a casa”. Destinos como Ámsterdam están haciendo lo que antes se consideraba impensable: ahora desaniman activamente a los turistas a visitarlos. La masificación turística se ha convertido en un rasgo indeleble de los viajes y merece cierta comprensión. Pero ¿qué es la masificación turística? ¿Cómo reaccionamos ante ella? ¿Por qué parece ir en aumento?
La masificación turística
En líneas generales, la masificación se produce porque muchas personas deciden ir al mismo lugar al mismo tiempo. Existen tres principios básicos de este fenómeno. En primer lugar, la masificación es real, genera estrés y compromete nuestra experiencia de viaje.
En segundo lugar, nos sentimos más hacinados en presencia de comportamientos incompatibles. Por ejemplo, es más probable que nos sintamos hacinados en una acera si tenemos que esquivar a alguien en patinete eléctrico, a un ciclista y a un par de vendedores exaltados que en un festival de música lleno de gente, donde todo el mundo actúa de forma similar.
En tercer lugar, un sitio está abarrotado cuando creemos que lo está. No existe una medida estándar de la masificación para el visitante. Es un fenómeno que se experimenta individualmente.
No podemos entender la masificación turística sin tener en cuenta el contexto de los residentes locales. Hace poco nos enteramos de que en Barcelona, como parte de una protesta contra el turismo, los manifestantes rociaron a los turistas con pistolas de agua. Los habitantes de una ciudad no hacen tal cosa a menos que estén realmente hartos. Esto nos lleva a lo que yo llamo “el pacto anfitrión-huésped”, que es la idea de que los visitantes deben limitarse a las zonas turísticas para que los residentes puedan mantener la inviolabilidad de sus barrios.
Con el auge de los alquileres de corta duración, muchos visitantes pueden ir más allá de las zonas turísticas de la ciudad. Algunos pueden pensar que, al ceñirse a las zonas turísticas, su viaje resulta superficial y no merece el tiempo y el dinero que cuesta.
Los alquileres de corta duración pueden permitirles evitar a otros turistas y vivir una experiencia más auténtica. Sin embargo, puede empeorar las cosas para los residentes, que deben enfrentarse a más turistas invadiendo sus barrios.
Cómo afrontar la masificación
Algunas personas se sienten atraídas por las multitudes mientras que otras las detestan. Para estas últimas, hay cuatro formas sencillas de afrontar el estrés que provocan las aglomeraciones. La primera consiste en modificar los planes de viaje para evitarlas. Es el método más básico y común: se trata simplemente de evitar ciertos lugares cuando sabemos que van a estar abarrotados.
Otro método es la racionalización. Por ejemplo, los visitantes del Museo del Louvre pueden estar más dispuestos a tolerar las aglomeraciones porque esperan que todo el mundo quiera ver la Mona Lisa.
La cuestión es que la gente entra a sabiendas en los espacios turísticos masificados. Y lo hace por varias razones: el interés, el miedo a perderse algo (FOMO, por sus siglas en inglés), la validación de que están en un lugar importante o porque las multitudes les brindan una cierta sensación de seguridad. La racionalización explica por qué vemos a miles de personas en el mismo lugar al mismo tiempo.
Un tercer método de afrontamiento es el cambio de producto. Se trata de rebajar intencionadamente el valor de un destino turístico para evitar la disonancia entre querer visitarlo y huir del gentío. Cuando alguien te dice que Tofino era un pintoresco pueblecito canadiense de surf pero que ahora se ha convertido en un lugar turístico está realizando un cambio de producto.
La cuarta opción es la acción directa. Consiste en ponerse en contacto con las autoridades para rectificar una situación. Puede ser tan sencillo como pedir a un funcionario de un museo que haga callar a un grupo ruidoso o publicar una reseña de las cataratas del Niágara sugiriendo más información sobre cómo evitar las aglomeraciones.
Estos métodos son similares para visitantes y residentes, pero estos últimos tienen un conocimiento más profundo del lugar y mayor capacidad para sortear las aglomeraciones con eficacia.
El impacto de las redes sociales
Hay quien sostiene que el turismo dio un brusco giro a peor con la llegada de las redes sociales. Puede ser, pero el verdadero impacto de las redes sociales es que han convertido el viaje en un símbolo de estatus más visible. Antes de las redes sociales, los viajeros imprimían sus fotos y las compartían con su familia y sus amigos. Ahora podemos compartir nuestras fotos instantáneamente con el resto del mundo.
Además, el deseo de tener las experiencias más instagrameables nos hace evitar riesgos. En esencia, nos anima a ceñirnos a los recorridos, destinos y atracciones ya probados en lugar de buscar lugares fuera de los caminos trillados. Esto refuerza el principio básico de la masificación: mucha gente decidiendo ir al mismo sitio al mismo tiempo.
Dadas todas estas tendencias, se espera que la mayoría de los viajes pospandémicos sigan siendo viajes a destinos más seguros, donde los turistas creen que es más probable que obtengan el valor de su dinero. En otras palabras, los viajeros irán a lugares donde consideran que vivirán experiencias que merecerán la pena.
Todos los turistas quieren disfrutar cuando están de vacaciones. Por muy incómodo que resulte el hacinamiento, miles de personas que viajan al mismo sitio al mismo tiempo se sienten más seguras que yendo por su cuenta.
Por: Joe Pavelka
Professor, Department of Health and Physical Education, Mount Royal University
Este artículo fue publicado originalmente en inglés en The Conversation