Shot de adrenalina
En el slingshot hay dos segundos en que uno se queda suspendido en el aire. No baja ni sube, solo le invade el desconcierto ante la inédita sensación de ingravidez. Es lo que le sucedió a José Rosas, uno de los primeros en practicar esta actividad extrema en Action Valley. Aquí, al usuario se le pone un arnés y se le acomoda sobre una liga para, pocos segundos después, como si se tratara de una cauchera, lanzarlo a 125 metros de altura a una velocidad de 160 km/hora. Arriba, José sintió la falta de gravedad, una sensación que se repitió en los cuatro rebotes que dio.
Salto al vacío
Lanzarse desde una elevada altura y solo sujeto por una liga. En eso consiste el bungee jumping, un deporte extremo que Mavi Malpica practicó en el salto más alto de Latinoamérica, de 122 metros de altura. Una vez al borde del precipicio, simplemente abrió los brazos y saltó. Al comienzo percibió un vacío en el estómago, aliviado con el primero de los varios rebotes que tuvo, mientras observaba la inmensa vegetación del distrito cusqueño de Poroy. Los escasos siete segundos de la caída le alcanzaron para el nerviosismo, la alegría, la euforia y la libertad, pero solo pudo gritar. Finalmente, el temor del inicio cambió por las ganas de volver a saltar.
Desafío en la montaña
Proveniente de Israel, Avishai Pearlson vive en el Valle Sagrado desde hace siete años y dirige el albergue Niños del Sol, donde cría a chicos en situación de abandono. Practica vía ferrata, una forma de escalar montañas en la que el usuario está sostenido por un sistema de seguridad. Lo hizo en compañía de sus pequeños, y mientras escalaba la montaña Konoq, Avishai sentía que estaba haciendo una locura.
“Y a la vez no había otro lugar donde hubiera preferido estar”, dice al recordar lo maravillado que se quedó al ver desde las alturas la majestuosidad del río Vilcanota. El máximo momento de adrenalina fue cuando tuvo que pasar por el puente colgante —que más parecía una cuerda floja— suspendido a 250 metros del suelo. Al llegar a la cima solo pudo sentir satisfacción. No solo por él, sino también por ver cómo los niños del albergue (invitados de manera gratuita por Natura Vive) habían tenido una experiencia única.
Sobrevolar el Valle Sagrado
El inglés Luke Anderson siempre había querido conocer el Valle Sagrado de los incas. Y lo hizo como un cóndor: se contactó con la compañía Parapente Cusco, que lo llevó hasta el Cerro Sacro y, junto al instructor, alzó vuelo en una vela. A 5 mil metros de altura vio las pampas de Chinchero y Anta, las lagunas de Piuray y Huaypo, los poblados de Santa Ana y Amantoy y Collanas, y el mirador de Raqchi.
Como había previsto, el valle sagrado se mostraba en toda su magnitud, pero él no contaba con un acompañante inesperado, un águila que se situó a su lado para escoltarlo por un buen tramo. El viaje duró 20 minutos, pero la emoción lo embargó por mucho tiempo más. La delgada y extrema líneaEn el kilómetro 224 de la ruta entre Ollantaytambo y Urubamba hay un conjunto de montañas que las personas atraviesan de un extremo al otro.
Lo hacen deslizándose a través de una polea suspendida en un cable inclinado. Esta actividad se llama zip-line y Ariane Stein, administradora dedicada al turismo en bicicleta, decidió vivirla en carne propia. Al comienzo tuvo que escalar en vía ferrata hasta los 400 metros y una vez allí se enfrentó al primero de los siete cables de zip-line, los cuales miden desde 150 hasta 700 metros. Sintió el terror de estar en las alturas, sin ningún lugar seguro donde caer. Para Ariane, todos debemos practicar esta actividad por lo menos una vez en la vida.
Artículo originalmente publicado en la edición 53 de la revista Avianca