En Vélez, Santander, el aroma dulce y el sabor único del bocadillo es un sello distintivo que conquista a locales y turistas por igual.
Gracias a la creciente curiosidad por conocer los secretos detrás de este icónico producto, ha nacido “La ruta del bocadillo”, una experiencia única que abre las puertas de las fábricas artesanales para mostrar el cuidadoso proceso de elaboración del dulce que ha cautivado a generaciones.
Este recorrido turístico no solo permite disfrutar del sabor característico del bocadillo, sino que también brinda la oportunidad de conocer la manera tradicional y el trabajo meticuloso de su elaboración, que lo ha convertido en un símbolo cultural de Colombia.
Sandra Aguirre, una de las pioneras de la iniciativa afirmó que es necesario que el mundo conozca cómo es la elaboración artesanal del dulce y por qué este ha conquistado paladares fuera del país. A sus 37 años, Sandra es administradora de uno de los puntos de venta más conocidos de Vélez y una promotora de la tradición local.
Denominación de Origen: un sello de calidad y autenticidad
La historia del bocadillo es una muestra del compromiso con la calidad. Este dulce de guayaba, que forma parte del legado gastronómico de la región, recibió en 2017 la Denominación de Origen Colombiano por parte de la Superintendencia de Industria y Comercio.
Este reconocimiento no es cualquier certificación: solo 12 productos en el país ostentan este sello, que garantiza la autenticidad, calidad y los métodos tradicionales de producción.
El proceso para recibir esta distinción no fue sencillo. Aproximadamente 70 fábricas en toda la provincia de Vélez trabajan con un enfoque artesanal y a la vez meticuloso en sus procesos industriales, lo que asegura que cada bocadillo veleño sea un producto de excelencia.
La denominación protege tanto la receta como los métodos tradicionales que se han transmitido a lo largo de los siglos, convirtiéndolo en un patrimonio cultural y económico de la región.
Precisión y sabor
El recorrido por “La ruta del bocadillo” es una invitación a descubrir los secretos de su producción. Uno de los momentos más fascinantes es cuando los visitantes pueden observar a los maestros artesanos en acción.
Un experto en la elaboración de bocadillos toma una pequeña muestra de la mezcla en plena cocción, utilizando sus dedos para evaluar el punto exacto de consistencia.
Este ritual, que puede parecer sencillo, requiere años de experiencia para perfeccionarlo. El control del punto de cocción es clave para lograr la textura y el sabor perfectos que caracterizan al bocadillo veleño.
Una vez que la mezcla ha alcanzado el punto adecuado, se extiende cuidadosamente en moldes de madera y se deja reposar en un cuarto oscuro durante al menos 12 horas. Este proceso de enfriamiento es esencial para que el dulce adquiera la consistencia firme pero suave que lo hace tan especial. Después de reposar, el bocadillo se corta y se prepara para el empaque.
El empaque es una labor que sigue siendo manual, cuando se realiza en hojas de bijao, un material natural que también contribuye a la preservación del sabor.
Los bocadillos se envuelven uno a uno, con un proceso que involucra ocho pliegues precisos. Esta tarea es un reflejo de la destreza y la dedicación de los trabajadores locales, quienes con sus manos producen más de 70 mil toneladas del dulce cada mes.
Un legado de sustento familiar
Más allá de ser un producto delicioso, el bocadillo veleño representa una fuente de empleo fundamental para la región. Cerca de siete mil habitantes de Santander dependen directamente de la producción de este dulce, una tradición que se ha mantenido viva por más de dos siglos.
Las fábricas que participan en “La ruta del bocadillo” no solo preservan una técnica ancestral, sino que también impulsan el turismo y la economía local.
Al final del recorrido, los visitantes tienen la oportunidad de empacar su propia caja de bocadillos, una experiencia práctica que les permite llevarse a casa no solo un dulce, sino un pedazo de la tradición veleña.
“La ruta del bocadillo” es más que un recorrido turístico: es una experiencia que conecta a los visitantes con la historia, la cultura y el sabor de una de las joyas gastronómicas de Colombia.