Arrodillado frente al templo de la Garra del Jaguar, Richard D. Hansen señala una esquina que conserva quizá el último rastro de la nobleza maya. “Es la huella de la mano de un obrero que amasó un pedazo de tierra hace tres mil años”, dice, mientras intenta identificar surcos en las yemas de esos dedos antiquísimos que acaso edificaron el friso que adorna el monumento, y que parecen iluminar, desde el otro lado del tiempo, el alma del arqueólogo. “Siento el espíritu de ellos conmigo”, confirma. Está ataviado con un pantalón caqui y camisa de cazador, y ante las ruinas de esa primitiva pirámide luce como la mezcla perfecta entre Indiana Jones y el barón Alexander von Humboldt. Y aunque le faltan el sombrero prodigioso del primero y la arrogancia del segundo, está embarcado —a sus 64 años— en la aventura de demostrar que lo que descubrió tras 38 años de terquedad es la cuna de una civilización única y de una sociedad del primer milenio antes de Cristo increíblemente evolucionada.
“Lo deduje cuando hallé trozos de vasos de cerámica sobre los pisos del periodo preclásico, que indican que el modelo de desarrollo maya, como se había considerado, estaba equivocado —explica—. Esos fragmentos, en efecto, prueban que se trataba de una civilización adelantada siglos”.Habla en un español fluido y castizo, con dejos guatemaltecos, a pesar de que nació en Twin Falls, Idaho. Llegó a Guatemala en 1979 en una misión arqueológica planeada para tres días, pero se quedó 38 años cuando descubrió el legendario Reino Kan —como también se conoce la Cuenca Mirador—. “Comencé a cavar, pero cuando llegué al piso estaban las piezas de cerámica del Preclásico maya. Desde entonces fui descubriendo la importancia de este proyecto que rebatía a los grandes expertos de Harvard y Pennsylvania, pues su modelo evolutivo estaba mal: esas evidencias decían que el gran desarrollo de la civilización maya venía de mil años antes, y terminé descubriendo un lugar único en el mundo: no hay otra maravilla similar en el planeta”.
El Mirador es una inmensa metrópolis escondida en la selva al norte de Guatemala. Existió hace 2.500 años y calculamos que tuvo entre 100.000 y 200.000 habitantes. Solo El Mirador tiene 38 kilómetros cuadrados de edificios, plataformas y residencias y, de ellos, 16 kilómetros cuadrados son de arquitectura monumental. La Cuenca Mirador, que rodea esta zona, es un tesoro único con unas 350.000 hectáreas de bosque tropical por el lado guatemalteco y otro tanto en el lado de Campeche, en México.
Con ese descubrimiento, Richard D. Hansen reescribió la historia de la cultura maya, que hasta ese entonces se pensaba era la de unos recolectores y cazadores. “Hemos realizado excavaciones en 51 ciudades en la Cuenca Mirador. Hay docenas más que no conocemos todavía, pero hicimos un mapeo con un sistema nuevo llamado LiDAR para poder penetrar la vegetación y ver todas las ciudades en su esplendor: sus calzadas, sus terrazas, plataformas, pirámides, palacios, reservorios, canales y residencias”, dice. Hansen hoy es el director del proyecto Cuenca Mirador y Jefe Científico Mayor del Instituto para las Investigaciones Mesoamericanas de la Universidad de Idaho. Pero esos títulos no le dan tanta satisfacción como la que sintió en 2009, cuando descubrió la pirámide de La Danta, la más grande del mundo en volumen.
“Desde lejos parece una montaña, pero no lo es. Como toda la zona, está recubierta por una capa vegetal que impide verla en su magnitud y lo más increíble es que los mayas tuvieron que hacerla, literalmente, a mano: cada piedra debió ser transportada por personas, pues en esa época no había caballos ni ruedas”, advierte.Todos los secretos de esta incesante búsqueda del pasado están consignados en su libro Cuenca El Mirador, escrito por el arqueólogo que más sabe en el mundo sobre la civilización maya.
Incluso el actor Mel Gibson lo contrató como consultor de la película Apocalypto, nominada al Globo de Oro a la Mejor Película de Habla no Inglesa. Hubiera podido ser el protagonista, con su pinta de veterano Indiana Jones y su joven sapiencia de Alexander von Humboldt, pero su sencillez seguramente se lo hubiera impedido. Sus deseos son, quizá, menos cinematográficos: “Mi sueño es que el mundo pueda ver este bosque verde en 200 años”, dice.
‘Estamos ante una página de la historia’
¿Qué percepción tuvo cuando vio las ruinas de la cuna de la civilización maya? La primera vez que las vi en persona fue en 1974, cuando fui con mis padres a conocer Tikal. Jamás pensé que iba a estar involucrado en un proyecto tan grande y tan ambicioso en las selvas del Petén. Y cuando en 1979 vi las ruinas majestuosas de El Mirador, quedé con la boca abierta no solo por el tamaño del sitio, sino también por su antigüedad.
¿Tenían superautopistas los mayas?Los sistemas de supercarreteras mayas, de tamaños entre 25 y 40 metros de ancho, conectaban los complejos arquitectónicos de la Cuenca Mirador. Eran importantísimos para formar el primer estado político y económico de las Américas, al unificar la zona en una escala jamás vista antes. La palabra maya para calzadas es sacbe o sacbe’ob, que significa ‘caminos blancos’. ¿Se siente usted un poco como Indiana Jones? Mi trabajo es más como el de Alfred Maudslay o el de Sylvanus Morley, o el de los mismos John Stephens y Lloyd Catherwood en 1840. Estamos explorando por primera vez las evidencias de grandes ciudades perdidas en la selva que nacieron y murieron: es una página de la historia humana que estamos revelando por primera vez para toda la humanidad.
Texto: Germán Hernández
Colombiano, exeditor en Publicaciones Semana.
Artículo publicado originalmente en la edición 57 de la revista Avianca