En este, el jardín más bello de Francia, el zumbido incesante de las abejas y de las tijeras de podar comienza a las 7 de la mañana. El agua fresca que se derrama sobre los macizos despierta el perfume de limón y menta de los geranios rojos y rosados que se esparcen como manchas impresionistas. Las capuchinas invaden el sendero principal, los iris azules y malva emergen con su aroma manso de algodón, las dalias bulbosas se imponen en los lechos como planetas rodeados de lunas de colores.El responsable de esta viva y fragante pintura es Jean-Marie Avisard, jefe jardinero de la casa de Claude Monet, en Giverny, norte de Francia.

Desde hace 30 años, todas las mañanas, los rayos del sol de la región de Normandía bañan su frente. Con su tropa de 10 jardineros, mientras los gallos del pueblo cantan al nuevo día, recorre cada esquina de este paraíso de una hectárea y media para cortar las flores marchitas, regarlas si la lluvia se ausenta o replantar los ramilletes robados por turistas románticos. “Es una carrera contra el reloj, pues los primeros visitantes llegan a las 9 de la mañana y todo tiene que estar perfecto. La idea es que, cuando entren, vean un magnífico cuadro impresionista”, dice Jean-Marie.

Este hombre de 53 años, de manos grandes, dedos delicados y mirada florida, tiene la ardua labor de continuar la historia que comenzó en la primavera de 1883. En ese entonces, Monet buscaba un lugar silencioso cerca de París para escapar de la vida infernal de la capital y para vivir con su amante Alice Hoschedé y sus ocho hijos. En abril, sin saber que sería su hogar hasta su muerte, el pintor arrendó una casa acogedora cerca del pequeño río Epte, afluente del Sena.

Su obsesión por la naturaleza comenzó al año siguiente cuando, durante una estadía en Bordighera, en Italia, visitó el jardín del rico comerciante Francesco Moreno. Su desorden salvaje y al mismo tiempo armonioso lo deslumbró. Ese día decidió que el patio de su nueva residencia debía ser una obra de arte vegetal y luminosa.Cuando regresó a Giverny, reemplazó los manzaneros con cerezos y elaboró macizos con flores de todo tipo en función de las semillas disponibles en la región. Anuales, bianuales, primaverales, estivales, exóticas o comunes irrumpieron con sus esencias en la parte trasera de la sublime casa, también escenario de sus neurosis cromáticas.

Nenúfares, pintada en 1919. Ahora se encuentra en el Metropolitan Museum of Art, Nueva York | Foto: Foto: Met Museum

La fachada de un rosado pálido asediada por trepadoras, los postigos verdes vivos, el comedor en amarillo de cromo y la cocina de azules claros y profundos completaron el lienzo.Hoy, la propiedad de Monet es una reproducción aproximativa de los matices y las fragancias que el pintor veía y respiraba todas las mañanas al abrir las ventanas. Los jardineros que asisten a Jean-Marie son escenógrafos de la historia, pues trabajan con 350 mil flores de incontables variedades para reconstituir el parterre del pintor a partir de cuadros, fotos y relatos del artista, pero también de su familia o de los incontables amigos que frecuentaban su hogar.

Algunas partes son más fáciles de calcar que otras. La casa rosada, su entrada de geranios o las capuchinas del sendero central aparecen en fotos o pinturas, pero poco se sabe de una buena parte de la finca, sobre todo de algunas porciones del Clos Normand, el rectángulo principal. Gracias a ese vacío histórico, los jardineros son también creadores que graban su estilo en la tierra. Claire-Hélène, responsable del oeste del Clos Normand, se divierte al diseminar sus flores en grupos pequeños, como una artista puntillista.

White Water Lilie, pintada en 1899. Un puente sobre un estanque de nenúfares del jardín del pintor | Foto: Getty Images

Rémi, responsable del este, decora sus macizos con conjuntos más homogéneos y grandes.El fragmento cuya reproducción seguramente corresponde más a la realidad de hace un siglo es el jardín de agua, ubicado en una parcela que el pintor compró del otro lado de las hoy desaparecidas vías del tren. En 1893, desvió un brazo del Epte para crear un estanque donde posar sus nenúfares. “Son mis plantas preferidas. Es una planta exótica de tallos profundos, sus flores se despiertan con el sol y se acuestan con la noche. Todos los días, montamos en una barca y nos acercamos para asegurarnos de que las manchas de nenúfares no invadan el lago —explica Jean-Marie—.

Monet dejaba que la luz golpeara el estanque y que se colara entre las plantas acuáticas para crear un efecto de reflejo con el puente japonés, pero también con el sauce llorón y las sombras de los otros árboles”.No es sorprendente que esta composición tan perfecta, a tan solo 50 minutos en tren de París, sea el segundo destino más visitado de Normandía, después del monte Saint-Michel. Quizás algún día sea el primero. Así lo cree Khalifa Elmam, propietario del bistró L’arrivée de Giverny, quien desde hace 30 años ve llegar a su restaurante una buena parte de los visitantes que desembarcan en la estación del tren de Vernon, puerta de entrada del pueblo de Monet.

“En los ochenta, solo había militares y fábricas. Hoy, gracias a la restauración de la casa, la región florece y el mundo entero viene a vernos”, afirma.En total, 600 mil personas vienen entre mediados de marzo y finales de octubre, los siete meses de apertura de la propiedad. “No solo basta ir al Museo de Orsay para saber quién es Monet. Sin este lugar, que al fin y al cabo es su taller a cielo abierto, no se puede entender al artista”, manifiesta Lucy, estudiante estadounidense en París, que llegó a Vernon en el tren de la una de la tarde. Monet estaría de acuerdo con ella. “Aparte de la pintura y la jardinería, no soy bueno para nada”, solía decir.

Al entrar a la habitación de Claude Monet, el 5 de diciembre de 1926, Georges Clemenceau, gran hombre de estado francés, vio con horror a su entrañable amigo cubierto por un manto negro. Inmediatamente arrancó las cortinas azul lavanda como las vincas del jardín y las lanzó sobre el cuerpo. “¡Nada negro sobre Monet!”, exclamó. Con su desaparición, el pintor dejó casi dos mil pinturas, 272 de su jardín de agua, 52 del Clos Normand y 350 mil flores eternas.

Artículo originalmente publicado en la edición 64 de la revista Avianca