Desde 1991, la comunidad de Keene, en New Hampshire, tiene una cita con la celebración de Halloween: un evento que todos se toman muy en serio. Tanto así, que en 2013 alcanzaron el récord mundial al mayor número de calabazas iluminadas (30.581). Para que esto sea posible, todos ponen de su parte.
Como Walter y Margaret Gladstone, quienes las cultivan en un terreno de 80 hectáreas; Chris Smith, sus estudiantes y las familias de la escuela St. Joseph, quienes se encargan de transportarlas y decorarlas, o Nancy Sporborg, quien lidera el festival desde su fundación en 1991. Lo que comenzó como un festival de la cosecha, es hoy un colorido evento familiar que exalta la tradición de los Jack-o’-lanterns, las calabazas huecas talladas a mano con rostros monstruosos o muecas burlonas, e iluminadas desde adentro con una vela, hacen parte de las decoraciones típicas de Halloween y se cree que derivan de los celtas, quienes las usaban para ahuyentar a los espectros malignos. Desde entonces, Maine Street, una calle en el centro de Keene, famosa por la filmación de la cinta Jumanji, se llena de calabazas resplandecientes que sonríen en lo más alto de los andamios.
“Este festival no es algo que vienes a ver, es algo de lo que eres parte. Cada calabaza representa a una persona que hizo un trabajo tallándola y que, si trabajamos juntos, todo es posible”, dice Nancy. Para hacerlo realidad, la preparación inicia cuatro meses antes cuando en la granja de Walter y Margaret, en Vermont, llamada Newmont Farm, se siembran las primeras semillas de calabazas cuyo fruto aparece al inicio del otoño.
A partir de septiembre, los campos empiezan a teñirse de naranja. Las calabazas, del tamaño de una pelota de fútbol hasta una de baloncesto, que pueden variar entre 13 y 22 kilogramos, arropan el terreno de la granja hasta perderse de vista. Una semana antes del festival son llevadas a Keene, donde las tallan para su exhibición.
Cuando llega el 31 de octubre, la calle principal se convierte en un paseo peatonal donde lo que más se escucha es: “Trick or treat”. Los músicos tocan para los visitantes, mientras los niños disfrazados compiten para obtener el mayor número de dulces. Flota en el aire el suave aroma del café de esencia de calabaza, acompañado de esponjosas donas de manzana y canela. Halloween puede parecer frío y aterrador para muchos pero, para los habitantes de Keene, es una fiesta comunitaria.
En Keene, un pequeño pueblo de casi 24 mil habitantes al suroeste de New Hampshire, el cambio de estación revive también tradiciones coloridas como el Festival de Calabazas, un abrebocas del espíritu festivo y jovial que invade a los lugareños en la víspera de la celebración de Halloween. O como dice Sean McKinley, habitante de Hampton y visitante regular del festival, “una muestra del impacto que puede generar una comunidad cuando se une y hace de una noche no algo atemorizador sino surreal”.
Artículo originalmente publicado en la edición 65 de la revista Avianca