Dieter Bruhn inspira respeto. Curiosidad. Cuando vocifera, la gente escucha a este hombre como a nadie en el puerto. Inspira, se diría, reverencia. Mucho ha llovido, desde que se abrió el mercado de pescado en 1703, sobre las piedras que sostienen el histórico edificio del Fischmark y los puestos callejeros de especies frescas y ahumadas, gallinas ponedoras y conejos, frutas exóticas, carne, café, pan, cerveza y artesanías.
Nunca en estos siglos, sin embargo, ha dejado de ser un lugar variopinto y nunca, durante las últimas seis décadas, Dieter Bruhn ha ahorrado un esfuerzo de su voz para detener la mirada absorta de gentes a las que tiene apenas unas cuantas horas, frenéticas, para convencer antes de que abandonen las orillas del río Elba y regresen a las calles de Hamburgo.—Seguiré hasta los cien años —dice.
Dieter, que nació en 1939 en este lugar del norte, el principal puerto de Alemania, anda por el Fischmark desde que tenía unos 20. Como algunos de estos jóvenes, que madrugaron este domingo a tomarse una cerveza con gafas de sol puestas mientras una pareja se besa, apasionada, a un lado de la pista: el antiguo edificio de la lonja, con bóvedas donde se subastaba pescado, hoy recibe bandas locales de rock, pop o música tradicional. Aquí hay pocas reglas y no muchas convenciones.
El día empieza temprano, a las 5 de la mañana. Y luego de apenas cuatro horas, a las 9:30 —ni un minuto después—, todo habrá terminado, todo se habrá esfumado mientras la ciudad se despereza. El mercado desaparece, pero el puerto continúa con una vida que no cesa desde los tiempos en los que el barrio de Altona era un poblado danés y luego prusiano. Son apenas unos metros los que separan el mercado del casco antiguo de Altona —al norte—, hoy un distrito de Hamburgo; unos pasos apenas los que lo separan, ¿o sumergen?, en el distrito elegante y burgués de comercios tranquilos, parques verdes, villas señoriales y paseos junto al río…
Otros pasos, más hacia el oriente, lo separarán del barrio St. Pauli, más bullicioso, más típicamente de gentes que han crecido y madurado frente al ir y venir de barcos y mercancías.Cien kilómetros, alguno más, alguno menos, hacen falta para que el río Elba suelte sus aguas en el Mar del Norte, en los parques nacionales del mar de Frisia, un patrimonio natural de la humanidad según la Unesco. Poco tiempo, minutos más, minutos menos, les quedan a los Marktschreier del mercado para vociferar las bondades irrechazables de bananos, peces, hierbas…Hay quien viene a comprar. Hay quien se divierte.
—Mi puesto es un espectáculo porque entretengo a la gente —sentencia Diter Bruhn, sus manos apoyadas sobre un mostrador.Anguilas y salmón ahumado son lo suyo: Aale Dieter (Ánguilas Dieter) se llama su puesto, reconocido como el más viejo y respetado del lugar. Tradición pura nutre sus venas. Y éxito, también, algo no del todo común y que afanosamente buscan en el negocio de fruta de Liane y Günther, su marido, quienes intentan vaciar el camión, rebosante, que trajeron hoy. No todos los días son tan buenos o no para todos en este atiborrado lugar que transita entre un sector de servicios y la puesta en escena para los turistas. La esencia de Hamburgo, empero, persiste. Y Dieter ya no vocifera: a las 9:30 termina otro domingo.Lo vendió todo.
Artículo publicado originalmente en la edición 74 de la revista Avianca