Verano de lapachos amarillos y yerba quemándose para el ‘cocido’; tierra húmeda; un humor callejero a prueba de todo y una identidad colectiva que se hace fuerte hablando en guaraní. Es el legado de un pueblo nómade —los guaraníes— que no dejó ruinas en su territorio pero sí este enorme capital simbólico: la primera lengua indígena americana que alcanzó estatus de idioma oficial de un país. Pero no siempre fue así: el guaraní fue una lengua discriminada en Paraguay, y sus hablantes sufrieron acoso y agresiones durante siglos. “Hay todavía un estigma, un prejuicio, con el guaraní”, asume Ladislaa Alcaraz, ministra de la Secretaría de Políticas Lingüísticas. Y, sin embargo, fue la lengua de la resistencia, que veló la información sensible al enemigo durante la Guerra de la Triple Alianza (1864-1870); y fue herramienta para construir identidad en la posguerra, entre las cenizas. Hoy es el sonido de Asunción —junto al español—, en las calles y las plazas del Centro, en sus mercados y bares, y en los restaurantes de moda.
La musicalidad de sus términos —en seis palabras seleccionadas por los propios habitantes de la ciudad— es, al mismo tiempo, una reivindicación y una exploración de la naturaleza y la cultura de la capital de Paraguay. Mbeju (tortilla de almidón de mandioca) “En las casas más humildes y en las más pudientes vas a comer lo mismo”, advierte Rodolfo Angenscheidt, dueño y chef de Tierra Colorada Gastro, puesto 47 de la lista The 50 Best Latin American Restaurants. El mbeju es el ‘primer desayuno’, en Asunción, acompañando al cocido —yerba mate tostada y agua caliente—. Es la comida del pueblo, junto con la chipa (pan de almidón) y el terere (infusión fría). “Los asuncenos empezamos bien temprano, antes de las 7 a.m. —destaca Lilian Molinas, asesora en Desarrollo Turístico—. Tiene que ver con el calor: aprovechamos las horas frescas. Las chiperas en las esquinas del Centro ayudan a ir despertando: “Chipa y mbeju, caaalentitooos…”.
Seco, crocante, delgado y texturado, el manjar precolombino se vuelve un imprescindible en la cocina abierta de doña Carmencita Toledo —en la Loma de San Jerónimo, el primer barrio de Asunción—, donde es fundido el almidón con el queso cremoso y amasado con el amor que solo una doña sabe dedicarle. Detrás del placer que provoca —dice Angenscheidt— “el secreto está en el tiempo de cosecha de la mandioca: a los siete meses, ni un día más, para que mantenga el punto exacto de la blandura”.Tereré (infusión fría)En la Plaza de la Libertad —pleno Microcentro de Asunción—, la artesana sigue machacando yuyos (hierbas) que irán a parar a la guampa, el recipiente en el que se bebe el tereré. “Es la sangre de la Tierra, en cada remedio que agregamos”, dice Rafaela Cardozo, vendedora del Paseo Artesanal. En la mayoría de las empresas de la zona es mal visto tomarlo. Entonces, a las 9 a.m. en punto, los oficinistas invaden la plaza en busca de un pedacito de sombra, con termo, guampa y compañía. “Siempre es con alguien”, define Lilian Molinas. Hierbas secas para el mate, y frescas para el terere.
Es la esencia del olor de Asunción: mezcla del cocido quemado, las hierbas machacadas y las flores de estación: por estos días, la del Chivato —delonix regia, “la flor del fuego”—, color naranja intenso en cada esquina.Asunción Ryakuã (aroma a Asunción)También huele, Asunción, a jazmines, “y a baldíos y yuyales; tambos y chiqueros; arroyos poluidos —describe el arquitecto Jorge Rubiani, en Postales de la Asunción de antaño—. Y al aroma de la yerba quemándose para el cocido; a la tierra húmeda; a la menta’i”. El naranjo es, quizás, un resabio de aquello que cuenta Rubiani en sus Postales…: fue la única especie preservada por Hernandarias —en 1598, junto con el limonero— cuando ordenó “talar a todos los árboles desde el suelo, para prevenir enfermedades en esta ciudad tan abajada y sombreada”. “Por el contrario —cuestiona Rubiani al conquistador—, la ciudad era fatigada pero por los fuertes rayos solares, no por el exceso de sombra”.Kuña Tajy (mujer-lapacho) El asunceño relaciona a “la mujer más gloriosa de Latinoamérica” —como la definió el papa Francisco, durante su visita de 2015— con el árbol nacional (lapacho, o Tajy), de hojas amarillas, blancas o rosadas, dependiendo de la estación. Tajy: significa “fuerte y resistente” como su madera, el “nombre” y la “cosa” unidos por una cualidad común como en una utopía borgeana. “Es un sobreviviente —elogia el biólogo Raul Rivarola—; tiene una resistencia increíble a la poda, y responde con amor a los asunceños”.
Como las residentas que pelearon a la par de los hombres contra la Triple alianza, y como las reconstructoras, que salieron a repoblar el país tras la derrota, “el tagy —describe Mito Sequera, director de la ONG Axial Naturaleza y Cultura—; no le tiene miedo a nada; no se deja doblegar”.Rohayhu (te amo)En el Café de Acá (barrio Carmelitas), Javier González (31) y Juan Manuel Castillo (25) —que están saliendo hace dos años— asumen que, si bien hubo avances en la aceptación de la diversidad sexual en el país durante los últimos cinco años, “todavía queda mucho por hacer para legitimar todas las formas del amor”. Este año, el reclamo por la sanción de una Ley de Matrimonio Igualitario se reivindicó en la Marcha del Orgullo Gay y, en simultáneo, los diarios daban cuenta de una pareja expulsada de uno de los principales shoppings —el Mariscal López— por darse un beso. Parte de la ciudad sigue clamando por una diversidad más allá del estereotipo del amor romántico —como el que se canta en las guaranias y las polcas—.Py’aguapy (estómago sentado)“Representa el estado pleno de la tranquilidad”, explica el profesor Diego Duarte, del Ateneo de Lengua y Cultura Guaraní. “Es el modo de ser propio del amba’py (paraíso en la Tierra, el Paraguay primigenio), que se va perdiendo aceleradamente. ‘Tranquilo, pá’, dice el asunceño, a pesar de todo”. “Pueblo sereno, relajadito”, lo había definido la ministra de Políticas Lingüísticas, cuando el viaje comenzaba: “Paraguayo que no habla, escucha el silencio; apenas responde, porque es respetuoso. Al final, dirá su verdad”.
Julián Gorodischer / Periodista y editor argentino. Escribió los libros Golpeando las puertas de la TV, La ruta del beso, Orden de compra, La ciudad y el deseo y Camino a Auschwitz.
Artículo publicado originalmente en la edición 80 de la revista Avianca