Para Juan Carlos Guzmán Betancur robar es un trabajo como cualquier otro. Por eso se refiere a sus víctimas como ‘clientes’ y está convencido de que no ha hecho nada malo, pues siempre tiene cuidado de elegir millonarios que jamás extrañarían un reloj de marca o unos cuantos miles de dólares. Nunca personas de clase media que han ahorrado toda la vida para darse unas merecidas vacaciones. Su modus operandi tampoco es violento: en lugar de amenazar con armas o lanzar improperios, roba en silencio, casi con elegancia.Se especializa en los hoteles cinco estrellas. “El trabajo consiste en ver quién sale de una ‘suite’, dejar que se aleje lo suficiente y luego acercarme a una de las personas de la limpieza. Le digo que soy el huésped de tal ‘suite’ y que dejé la llave adentro. Todos los empleados del aseo tienen una ‘keycard’ maestra, lo difícil es convencerlos de que soy quien digo para que me abran la puerta. Aquello se logra hablando, rompiendo el hielo”, explica en Alias, un nuevo libro escrito por el periodista Andrés Pachón, en el que por primera vez el estafador colombiano más famoso del mundo relata sus fechorías, que algunos comparan con las del célebre Frank Abgnale Jr., interpretado por Leonardo di Caprio en Atrápame si puedes.Después de ingresar a la suite, Guzmán llama a la recepción para que le ayuden a abrir la caja fuerte con el pretexto de que olvidó la clave. Como se comunica desde el teléfono de la habitación, el staff del hotel no duda en desbloquearla y dejarlo con el botín en las manos. Sus operaciones tardan 20 minutos, durante los cuales debe estar atento hasta del más mínimo detalle. “La primera impresión es la que cuenta, así que siempre ando muy bien vestido. No hace falta usar trajes ni corbata. Me visto deportivo o casual, pero a la moda”, cuenta. El idioma no es problema: dice que habla inglés, francés, italiano, portugués, árabe, alemán y ruso. E incluso sabe imitar los acentos. “Con el tiempo pasé de ser un chaval tímido a alguien capaz de enredar con solo unas palabras”, añade Guzmán, quien asegura tener la ciudadanía española.Eso le ha permitido moverse fácilmente por Europa, pero de todas maneras conserva un arsenal de identidades y pasaportes para pagar con tarjetas de crédito robadas o ingresar a ciertos aeropuertos. Porque, pese a sus sofisticadas artimañas, Guzmán ha sido condenado en Estados Unidos, Francia, Irlanda y Reino Unido. Han sido penas cortas –algunas ni siquiera tienen que ver con las suplantaciones, sino con inmigración ilegal– y varias veces se las ha arreglado para escapar. “A él no le gusta que lo tilden de estafador –revela Pachón–. Si lo fuera, dice, estaría pudriéndose en una cárcel como Bernard Madoff. Por eso también actúa solo: si perteneciera a una banda organizada, se le podría ir muy hondo”.Guzmán siempre encuentra la forma de librarse, pues insiste en que la culpa es del hotel. Al fin de cuentas él no entró a hurtadillas por el tejado, no forzó las chapas ni obligó a nadie a entregarle el dinero. Afirma que no tiene procesos pendientes, pero Pachón constató que las autoridades en Suiza y Reino Unido aún lo están buscando. Para el vallecaucano de 38 años la Policía no vigilaría sus pasos, si en 1993, cuando tenía 17, su cara no hubiera aparecido en la prensa internacional.En ese entonces Guzmán se volvió noticia por llegar de polizón a Miami, escondido en el tren de aterrizaje de un avión. Al llegar lo encontraron casi muerto. Y con toda razón: a 10.000 metros de altura, sin presurización y con temperaturas de 20 grados bajo cero, sobrevivir es un verdadero milagro. Tan pronto se recuperó en el hospital, el joven se identificó como Guillermo Rosales, de 13 años. Según él, era un huérfano que merodeaba el aeropuerto de Cali y que un día, a la menor oportunidad, se trepó a una nave que se preparaba para despegar. Estados Unidos lo acogió como un héroe, pero el engaño no le duró mucho. Cuando lo descubrieron, explicó que había mentido porque no quería regresar a deambular por las calles de Roldanillo, donde nació. En Alias cuenta que sabía cómo funcionaban los aeropuertos porque a veces conseguía trabajo en el área de carga. Lo deportaron poco después y, como era de esperarse, volvió a volarse. Así empezó su carrera delictiva. Años más tarde una familia peruana que conoció en prisión le enseñó un método para robar turistas. Guzmán refinó la táctica y se convirtió en un experto. Tanto así que los detectives que siempre le han seguido la pista, se asombran de su “profesionalismo” . Una vez, por ejemplo, una pareja que había salido de una habitación donde él estaba robando, regresó antes de lo previsto. Era inevitable que lo vieran, así que se hizo pasar por un empleado: “Lo único que se me ocurrió fue echar mano de un fólder del hotel que tenía cerca. Me lo puse debajo del brazo y salí a plantarles cara. ‘Buenas noches –les dije–. ¿Cómo la están pasando en The Peninsula?’”, recuerda. Los huéspedes se asustaron y al principio no le creyeron, pero como Guzmán había revisado sus pasaportes guardados en la caja fuerte, los despistó al llamarlos por sus nombres. Les ofreció disculpas y como cortesía les envió una botella de Dom Pérignon, que por supuesto cargó a la cuenta de ellos. Luego de varias entrevistas y correos, Pachón no ha podido hablar con Guzmán desde agosto pasado. La última vez le dijo que tenía planes de casarse con un mexicano y vivir con él en un rancho ganadero. En todo caso, no descartaba volver a sus viejas andanzas. “Nadie tiene el futuro comprado. Las cosas pueden ponerse mal y la relación venirse a menos. Entonces tendría que regresar a mis asuntos –concluye–. No tengo nada de qué avergonzarme. Lo tendría si hubiera asesinado a alguien. Las veces que fui otro me sirvieron para olvidar buena parte de mi triste pasado”.