Se publicó hace unas semanas una biografía oficial de Ronald Reagan. Sin haberla leído, infiero de las críticas de prensa que el autor, en cerca de mil páginas, consigue demostrar que el mediocre actor de cine que llegó a ser presidente de Estados Unidos en el cenit de su poderío histórico era un completo imbécil. Lo sabíamos. Pero, aunque los supiéramos, era difícil de creer: no siempre las personas son lo que parecen. Y sin embargo a su biógrafo oficial, que dedicó años a la investigación del personaje y habló con cientos de sus amigos, conocidos, funcionarios, ministros, generales, colegas (tanto en el mundo del cine como en el de la política), médicos, hijos, no le quedó al final la menor duda: Ronald Reagan era exactamente lo que parecía: un completo imbécil.¿Qué es ser un imbécil? La palabra significa bobo, idiota, tonto, estúpido, majadero. Y todo eso le sienta a Reagan. Pero más que cualquiera de esas acepciones le cae como un guante la definición clínica de la palabra: "Se aplica a los débiles mentales cuyo desarrollo mental es el correspondiente a la edad comprendida entre los tres y los siete años". Eso parecía _y su biógrafo ha demostrado, según dicen, que eso era_ Ronald Reagan: un niño de cinco años que jugaba a ser el presidente del país más poderoso de la Tierra. Y si la Tierra no se hizo añicos en sus manos fue porque tuvimos suerte.Pues hay que reconocer que, dentro de lo catastróficos que suelen ser los presidentes de Estados Unidos (sean inteligentes como Richard Nixon o tontos como Gerald Ford, pues ha habido de todo), Reagan no lo fue demasiado. Tuvimos suerte. O, más exactamente, tuvo él suerte. Entre la gran variedad de imbéciles, idiotas, tontos, etcétera, que es posible establecer, el mediocre actor de cine que durante ocho años fue presidente de Estados Unidos corresponde al tipo del llamado 'bobo con suerte'.Porque todo en su vida le salió bien. Y, para empezar, le salió como él quería, sin esfuerzo, sin necesidad siquiera de ambicionarlo: le bastaba con estirar la mano, como la estira un niño de tres o de siete años, y la cosa deseada caía en su mano como una fruta madura, según el privilegio de los niños con suerte. Así, consiguió todo lo que quiso, cuando quiso. Y no eran sólo frutas: consiguió lo que también querían, y no lograron, muchos otros que partían llevándole considerables ventajas: eran inteligentes, o habían nacido ricos, o eran trabajadores, o por lo menos ambiciosos. Reagan no era nada de todo eso. Cuando trabajó en Hollywood, los estudios de cine le dieron como compañero de películas a un chimpancé llamado Bonzo. Y aunque Bonzo era visiblemente más inteligente y ambicioso que Reagan, fue Reagan el que se comió todos los plátanos.Todo lo que quiso, digo. De joven, siendo pobre, en plena depresión de los años 30, quiso ser locutor deportivo de radio, lo cual era entonces no sólo un oficio bien pagado sino muy prestigioso: como ser hoy presentador de televisión, o, en otros tiempos, ser obispo. Fue locutor deportivo. Quiso entonces volverse estrella de cine (hay que decir que, gracias a su físico, había sido ya modelo en una academia de arte). Y se volvió estrella de cine, con gran éxito entre las actrices y entre los espectadores, y no sólo entre los chimpancés. Cuando se estancaba su carrera quiso ser presidente del Sindicato de Actores. Y lo fue. Tuvo luego gran éxito como anunciante de camisas, pero prefirió probar suerte en la política y lanzó su candidatura para gobernador de California, el estado más rico y poblado de la Unión: lo eligieron arrolladoramente. Al cabo de ocho años de ser gobernador buscó la presidencia de Estados Unidos, y la ganó sin el menor problema. Cuatro años después, lo reeligieron. No tenía muchos proyectos para el cargo, pero soñaba, eso sí, con destruir lo que él llamaba infantilmente "el Imperio del Mal": la Rusia soviética. Bastó con que expresara su deseo, como los niños, para que la Rusia soviética se derrumbara como un castillo de naipes, y Estados Unidos quedara convertido en lo que Ronald Reagan siempre había creído que era: el imperio más poderoso de la historia.Después se le olvidó todo.Ahora nos dicen que, a pesar de ser _como confirma su biógrafo oficial_ un completo imbécil, fue un gran líder político. ¿Por qué no? A los líderes políticos no hay que juzgarlos por sus capacidades, sino por sus resultados: y a Reagan le fue bien. Tuvo esa suerte. Sólo queda la incógnita _irresoluble, como son todas las incógnitas de lo que pudo haber sido en la historia_ de qué hubiera pasado si el que hubiera tenido suerte hubiera sido el chimpancé Bonzo.(Ya digo que la biografía de Ronald Reagan no la he leído. Pero este artículo viene de que leí un artículo en donde llamaban a Andrés Pastrana "el Reagan colombiano". Y me quedé pensando).