En León, España, el verano llega a su punto máximo. El día está despejado, y a las siete de la tarde el sol todavía ilumina con fuerza el estudio de la nutricionista Beatriz Robles. Detrás suyo se ve el pendón de su primer libro: Come seguro comiendo de todo, lanzado hace pocas semanas. Las presentaciones a los medios las ha realizado a través de las plataformas digitales, sin contacto directo con sus lectores, sin brindis en las librerías, pero con una sonrisa permanente, y siempre desde ese estudio de su casa. Hace varios años, por esta misma época, Beatriz preparó una tortilla española. Hacía más de 30 grados, el huevo estaba poco cuajado, y aunque le supo delicioso, estuvo “fastidiadilla” durante varias semanas tras la intoxicación que le produjo. Entonces decidió darle un vuelco a su carrera profesional. Hizo una licenciatura en Tecnología y Ciencia de Alimentos y luego estudió Nutrición Humana y Dietética. Hoy, por medio de su trabajo y de su libro, busca que seamos más conscientes de la inocuidad de los alimentos y nos nutramos mejor.  SEMANA: Todos hemos estado “fastidiadillos” tras una comida mal manipulada, ¿por qué los protocolos de inocuidad alimenticia todavía no son tan claros? BEATRIZ ROBLES: Los estudios serios sobre seguridad alimentaria empezaron a lo sumo hace 20 años. Antes había algunos sistemas, pero no muchos protocolos. En 1996 y 1997 hubo dos crisis alimentarias que afectaron a toda Europa, la de las dioxinas en los pollos en Bélgica, y la epidemia de las vacas locas en todo el continente. Fue un punto de inflexión que obligó a implementar una legislación. Entonces, llevamos poco tiempo aprendiendo con juicio sobre el tema. SEMANA: ¿Cuándo empezamos a darle importancia a lo que comíamos? B.R.: Hace 40 años la oferta alimentaria era muy básica. Pero, al ampliarse, comenzaron a producirse alimentos procesados que le sentaron mejor al paladar de las personas. Así, pasamos de cubrir nuestros requerimientos mínimos a tener una oferta de comida que no nos nutría, pero que era muy accesible. Ahí es cuando nos damos cuenta de que debíamos prestarle mucha más atención a la alimentación. SEMANA: Ahora nos llegan millones de mensajes sobre lo que es saludable y lo que no. Nos hablan del azúcar, de la inflamación, de dietas crudiveganas… ¿Por dónde empezamos? ¿A quién le debemos hacer caso? B.R.: La esencia del mensaje sobre la buena nutrición es la misma. Una dieta saludable está basada en productos fundamentalmente de origen vegetal, combinada con algunos productos de origen animal como carnes blancas, huevos y leche. Así mismo, tenemos claro que debemos evitar las carnes rojas y los embutidos.  SEMANA: Pero la oferta de alimentos ha cambiado mucho. Hoy encontramos orgánicos, cero kilómetros, superalimentos… B.R.: Es cierto, ahí es donde surgen dudas sobre si los productos son buenos o son malos y estos resultan en propuestas o tendencias para cumplir un objetivo. Pero estoy convencida de que el consumidor final es capaz de tener un buen filtro para saber si una información es válida o no. ¿Te están tratando de vender un producto o alguien está ganando algo con esa recomendación que te dan? Si no tenemos un pensamiento crítico no sobreviviremos a la avalancha de información diaria. SEMANA: ¿Cuáles son las reglas básicas para comer seguros? B.R.: Hay dos prácticas fundamentales, la temperatura y la contaminación cruzada. Los alimentos que vienen refrigerados deben mantener la cadena de frío y la comida que recalentamos debe calentarse hasta el centro. Lo segundo es que no contaminemos un alimento con otro. No se puede cortar con el mismo cuchillo el pollo y luego las verduras. Tenemos que lavarlo primero. SEMANA: ¿Cómo ser un consumidor consciente y responsable con el planeta? B.R.: Este es un poco el concepto de la soberanía alimentaria. La alimentación no consiste tan solo en nutrirse bien, debemos pensar en ella como una decisión que contribuye a la salud del cuerpo y a la del planeta. Si queremos comer saludable y sostenible debemos optar por productos de origen vegetal, cercanos y de temporada. ¿De qué nos sirve preparar un salmón orgánico si viene del otro lado del mundo y deja una huella de carbono enorme? SEMANA: Viendo la alimentación desde esta posición holística, deberíamos fijarnos también en el bienestar del trabajador que está en el campo. B.R.: Absolutamente. En los entornos de las ciudades no tenemos idea de cómo funcionan la agricultura o la ganadería. Simplemente vamos al supermercado. Ese alejamiento nos hace frivolizar la producción, no nos damos cuenta de lo que pagamos y lo que llega al productor primario. Pensar en las condiciones laborales de toda la cadena de producción, desde el campesino hasta el cajero del mercado, tendría que estar dentro de nuestro esquema de decisiones. *Periodista. Lea también: ¿Por qué deberíamos prestarles más atención a los productos orgánicos?