Desde hace 40 años Colombia decidió no producir vacunas y unirse a un grupo de países latinoamericanos para comprarlas en conjunto y obtener los beneficios de la economía de escala.

Esta idea resultó muy buena en términos de salud pública, pues América fue uno de los primeros continentes del mundo en eliminar la poliomielitis y hoy tiene bajo control el sarampión y la rubéola. Pero desincentivó la industria privada, que actualmente debería estar construyendo sus instalaciones para producir la futura vacuna contra el coronavirus y asegurar el abastecimiento del país. Colombia tiene una industria farmacéutica local robusta, con presencia de empresas nacionales y extranjeras que manejan unos 90 laboratorios que producen medicamentos en la nación. No obstante, ninguno de ellos tiene capacidad de fabricar vacunas porque carecen de las instalaciones requeridas, y tampoco cuentan con una referencia de precios adecuada para animarse a invertir. Justamente por la decisión de comprar las vacunas mediante el Fondo Rotatorio de la Organización Panamericana de la Salud (OPS), estas salen al menor precio posible, lo que hace difícil que nuevos competidores logren entrar.

A esta dificultad se suma otro problema coyuntural: aún nadie sabe cuál modelo de vacuna contra el coronavirus finalmente demuestre su efectividad. En la carrera compiten 155 grupos de investigación por dos caminos. Por un lado, el de la vacuna tradicional, que inyecta un virus atenuado para que el organismo desarrolle defensas. Y por el otro, una innovación en el campo de las vacunas que consiste en modificar genéticamente las células de quien es inoculado. En este caso se trata de que las células produzcan la proteína que aprovecha el coronavirus para entrar al cuerpo, lo que produce además los anticuerpos para defenderse. El esquema que resulte exitoso definirá el tipo de laboratorio. Si se trata del modelo de vector o virus atenuado, requeriría grandes medidas de seguridad en el laboratorio para evitar una fuga del virus. Una planta de vacunas con esas contenciones específicas tiene un costo por metro cuadrado de entre 180.000 y 240.000 dólares, una inversión enorme que no solo requiere músculo financiero, sino garantía de compra. Propiedad industrial, ¿el coco? En el caso hipotético de que el país pudiera producir vacunas, como sucede hoy con medicamentos genéricos de muy buena calidad, habría que resolver el escollo de la propiedad intelectual. Tradicionalmente, este ha sido un tema espinoso en la industria farmacéutica. Quienes desarrollan fármacos innovadores tienen derecho a una patente para tener su dominio exclusivo por 20 años. Eso les permite cobrar el precio que consideren adecuado, dado que carecen de competencia. Esto ha llevado a entidades no gubernamentales y Gobiernos a pedir recortar los años de protección de las patentes y reducir los precios.

Hay un caso emblemático: Zolgensma, un medicamento de Novartis que sirve para tratar la atrofia muscular espinal, considerado el más costoso del mundo: 2,1 millones de dólares por dosis. Un precio que muchos consideran inmoral, pero que según la farmacéutica, es inferior a lo que cuesta el tratamiento tradicional, que se suministra de por vida y solo en los diez primeros años vale 4 millones de dólares. Es un hecho que desarrollar una vacuna es costoso y toma varios años, aunque en esta ocasión, por la pandemia, lo están haciendo en tiempo récord. Por la urgencia, muchos países que no cuentan con recursos para patrocinar a los laboratorios piensan que en esta coyuntura no debería haber una patente. De hecho, un grupo de 37 naciones liderado por Costa Rica, entre los que está Colombia, lanzó con la Organización Mundial de la Salud el Repositorio de Derechos de Covid-19 (CAP, por sus siglas en inglés), una plataforma para compartir datos, conocimiento y propiedad intelectual que facilita el acceso equitativo a productos para tratar la enfermedad. La idea es que vacunas, pruebas y medicamentos estén disponibles como bienes públicos globales. No obstante, las multinacionales biofarmacéuticas tienen otra idea. Rafael Díaz-Granados dirige la Federación Latinoamericana de la Industria Farmacéutica (Fifarma), que reúne a empresas del sector y a gremios como Afidro. Asegura que la crisis no puede llevar a reducir las protecciones de la propiedad intelectual, pues esta justamente sirve de marco para la innovación. “Las farmacéuticas que están investigando se han comprometido a asegurar que el acceso exista para todos los países. Lo importante es lograr un balance entre acceso y marco de propiedad intelectual”, dice. Agrega que el trabajo que realizan las multinacionales no solo busca eficacia contra la covid-19, sino también bioseguridad.

Rafael Díaz-Granados Director de Fifarma Díaz-Granados señala que iniciativas como Access to Covid-19 Tools (ACT) Accelerator, en la que participan Gobiernos, científicos, empresas, sociedad civil, filántropos –como Bill y Melinda Gates– y organizaciones mundiales de salud, ofrecen una garantía de acceso para países de mediana renta como Colombia. Otra idea tiene el nobel de economía Michael Kremer, quien con unos colegas trabaja en una iniciativa para acelerar la innovación en el tratamiento y la lucha contra la pandemia. Propone que los Gobiernos hagan contratos con las compañías farmacéuticas para comenzar desde ya a desarrollar la capacidad de fabricación, antes de saber si las vacunas que están en estudio serán efectivas y seguras.

Esa es una inversión arriesgada y costosa, pero los beneficios superan ampliamente los costos. Estados Unidos y una alianza europea liderada por Francia, Alemania, Italia y Países Bajos ya comenzaron a implementar este tipo de arreglos con las farmacéuticas. Eso les va a permitir ser los primeros con acceso a la vacuna. Kremer dice que las naciones latinoamericanas deberían comenzar a firmar contratos con compañías farmacéuticas. Y Colombia, específicamente, debería hacerlo con unos 12 laboratorios que le servirían para garantizar el suministro de unas 5 millones de dosis por mes. “El costo total de esta inversión sería de aproximadamente 1.000 millones de dólares, pero los beneficios económicos y de salud esperados serían mucho mayores, equivalentes a 4.000 millones. Incluso si una inversión tan grande no es factible, se puede lograr mucho con un presupuesto limitado”, dijo. Si el Gobierno colombiano solo puede invertir 500 millones de dólares, generará más del 80 por ciento de los beneficios. “Esperamos que el Banco Mundial o el Banco Interamericano de Desarrollo otorguen préstamos para ayudar a los países a realizar este tipo de inversiones”, dijo el premio nobel en una entrevista reciente con la revista Dinero. En este momento lideran la carrera AstraZeneca, que investiga junto con la Universidad de Oxford, y la biotecnológica Moderna. Colombia, por medio del Ministerio de Salud, ya ha tenido acercamientos con AstraZeneca, pero ningún acuerdo formal.

Fernando Ruiz, Ministro de Salud Por ahora solo las naciones europeas y Estados Unidos tienen garantizado su acceso a estas vacunas. Falta ver cómo logrará Colombia adquirir la dosis requerida para inmunizar a su población y volver a abrir el país.