Según la organización Mundial de la Salud, una adicción se define como una enfermedad física y psicoemocional que crea una dependencia o necesidad hacia una sustancia, actividad o relación.
Iván Morales, psicólogo clínico de la Universidad de los Andes, a quien le gusta presentarse como un “artesano de almas”, conoce bien de qué se trata. Lo ve a diario en su consultorio, en las historias de sus pacientes. Sabe que una adicción involucra factores genéticos, biológicos, psicológicos y sociales. Entonces, bajo ese espectro tan amplio, “todos podemos caer en las adicciones, eso es una realidad”, dice, sin titubear, el especialista.
El asunto lo aborda en su reciente libro Adictos en potencia (Diana Editores), un viaje por buena parte de sus años como terapeuta y como líder de Meaning Group, una organización que busca ayudar a decenas de personas con sus problemas de adicciones, entre otras afecciones.
Son páginas en las que, mediante su propia experiencia y de las historias de sus pacientes, desentraña la realidad de las adicciones y lo cerca que muchas veces se está de caer en ellas. “Los seres humanos casi siempre queremos estar donde no estamos, ser lo que no somos y aparentar lo que no tenemos. Son pocas las personas plenamente satisfechas, Unos son infelices porque quieren tener dinero y son pobres, otros quieren ser flacos y están gordos, otros quieren tener una pareja y están solos. Y cuando notamos que algo no funciona bien, consumimos o hacemos algo que nos borre esa sensación de insatisfacción vital o de monotonía. Un adicto es como ese hámster que da vueltas y vueltas en la jaula sin encontrar una salida”, explica el experto.
Y las adicciones cambian con las épocas. Según Morales, una de las “adicciones de moda” en estos tiempos es una actividad tan antigua como llena aún de tabúes: el sexo. Una condición que es más común de lo que parece. Al comportamiento sexual compulsivo se le conoce también como trastorno de hipersexualidad o adicción sexual. Consiste en una concentración profunda en fantasías, impulsos o conductas sexuales que son incontrolables.
La Organización Mundial de la Salud cifra en 5 por ciento el número de adictos al sexo en todo el planeta.
Y aunque no parezca a simple vista, la adicción al sexo se puede comparar con otras adicciones como las drogas, el juego o el alcohol. En la práctica, el adicto al sexo nunca se ve saciado y tiende a la pérdida de control. Lo curioso es que el foco de la adicción sexual se centra más en reducir un malestar emocional, causado por distintas circunstancias, que en sí la búsqueda de placer. Pero no es menos cierto que son miles los que por culpa de su adicción al sexo han perdido sus empleos, sus matrimonios, sus hogares.
Pero, ¿qué sucede cuando esa adicción sucede en el seno mismo de la pareja? Tal como explica Morales, más allá de definiciones o de cifras, “los seres humanos tendemos a ver el sexo como castigo: ‘Si no me da lo que quiero, no estoy con él o ella’. El estado adictivo está relacionado con tener el control y el poder sobre una pareja”.Y eso se agudiza cuando una persona experimenta el rechazo. Es que “el sexo está relacionado con el ego. Y el ego no escucha, no acepta, no concilia. El ego, en estados adictivos de placer, trae consigo misoginia, machismo, posesión, celos, maltrato pasivo (chantaje emocional) y maltrato activo (violencia física). Caer en ese dramatismo se ha vuelto excitante para muchas parejas hoy”.
De ahí que, dice Morales, la naturaleza del placer hace que hombres y mujeres persistan en relaciones tóxicas, así estas no les generen felicidad. Por eso, por ejemplo, “vemos mujeres golpeadas que siguen con su relación, cuando lo lógico sería decir adiós”.
Se anclan a esa pareja, agrega el especialista, porque les da terror el abandono y la soledad. “No saben ocupar un lugar en la sociedad por sí mismos. De ahí que cuando esa relación se acaba, estas personas rápidamente se enfrascan en otra, sin importar lo que tengan que hacer, encoñar a sus parejas o volverse seductores a lo Bajos instintos. Usan al otro para sentirse en equilibrio”.
En este punto, Morales reflexiona sobre los límites que puede alcanzar la adicción y recuerda a un paciente que le confesó que pese a sentir que disfrutaba del sexo con su pareja, de parte de ella no sentía lo mismo. Cansado de ver su mal semblante después de cada encuentro, la confrontó. Ella, efectivamente, le confesó que no se sentía a gusto en la cama. “¿Qué te hace falta?”, le preguntó. Y ella contestó: “Tirar como un hombre”. Y se explicó: quería sentirse ‘violentada’. “Haz de cuenta que me violas”, le dijo, y lo puso a ver una película en la que recreaban esa situación”.
Mi paciente entró en shock. Y pese a que le gusta el romanticismo, los besos, las caricias, se prestó a las extrañas peticiones de su pareja”.
Y el asunto salió mal. “Porque por el hecho de sentir que podemos perder a un ser que amamos no debemos perder la dignidad, la esencia de lo que somos. El placer no debe llevarnos a lugares que no queremos explorar”.
Sin embargo, aclara que pese a que las “parafilias y los fetiches siempre han existido, la manera como se han transformado las relaciones de pareja hoy en día, que muchas veces son efímeras, llevan a que, ‘cansadas de tener sexo de la misma manera’, inventen otras maneras. Por eso, cada pareja crea sus propios códigos sexuales, el problema es cuando estos se vuelven estados adictivos”.
Pero, ¿cómo se reconoce a un adicto? Como en cualquier otra adicción, un adicto al sexo es una “persona que cumple con la teoría de las tres D: descontrol, desbordamiento y desconexión”, explica Iván Morales. El descontrol, explica, es la evasión de la realidad para buscar un falso bienestar. El desbordamiento supera la realidad. “Es como ir en un Lamborghini y pasar de cero a cien sin pisar el freno y sin pensar en el futuro. La desconexión no es otra cosa que negar la realidad”.