Cualquiera que tenga la experiencia de sobrevolar la Amazonia podrá contar lo sublime que es esa postal que la selva brinda desde el cielo.
Este paisaje de verde tupido que pareciera infinito ocupa casi la mitad de Colombia, se extiende por ocho países más y alberga en toda su extensión por lo menos 390.000 millones de árboles centenarios maduros.
Un bloque estratégico de naturaleza que soporta la debilitada estabilidad climática del planeta, sustento de agua para 70 por ciento de Colombia y por lo menos 700 millones de personas del continente. En pocas palabras, es el responsable de enfriar, con su proceso natural de “respiración”, el acalorado clima de la Tierra.Por eso, todos los que trabajan en su protección y que entienden el valor de que siga existiendo, cuentan casi con lágrimas lo que han visto en los últimos años.
El tapete de verde infinito está herido de muerte. La semana pasada, el Ministerio de Ambiente reveló un dato escalofriante: Colombia ha perdido tres millones de hectáreas de bosques en los últimos 20 años. Se trata de una enorme porción de tierra equivalente a Bélgica o a dos veces Kuwait. Es una alarma que debería estremecer al país entero.
La ministra de Ambiente, Susana Muhamad, compartió esas cifras la semana pasada con gran preocupación. “Queremos sentar una línea base de dónde estamos iniciando como Gobierno y queremos hacer un llamado a toda la sociedad porque el problema lo tenemos que ver de frente”, dijo.
Para ella, saber la magnitud del daño es el punto de partida: dos días antes de su posesión estaba viéndolo con sus propios ojos durante un sobrevuelo por zonas sagradas y ya impactadas como Chiribiquete y los parques nacionales de La Macarena, Tinigua y la Reserva Nukak. La necesidad de actuar es apremiante. “Este año ya vamos 11 por ciento más alto sumando los dos trimestres, en comparación con el año pasado. Viene el último trimestre, donde se presenta la afectación más grave si no hacemos algo”, advirtió la ministra.
Se refiere a la temporada de lluvia en la Amazonia colombiana, que va de septiembre a enero, y durante la cual arrecia la muerte de árboles por cuenta de la voracidad de la deforestación. Árboles centenarios, hogar y sustento de comunidades y de millones de especies aún desconocidas por la ciencia. Troncos ancestrales que serán quemados por las mafias a comienzo del próximo año para despejar tierras para apropiación ilegal de baldíos, que les darán paso a la agroindustria ilegal y a las carreteras. Incendios tan grandes que alcanzan a degradar el aire de Bogotá y Medellín, porque atraviesan los Andes.
De acuerdo con cifras del proyecto Unidos por los Bosques, de la Fundación para la Conservación y el Desarrollo Sostenible (FCDS) y la Embajada de Noruega, con el apoyo de las embajadas de ReinoUnido y Unión Europea, Andes Amazon Fund y ReWild, solo en los primeros 45 días de 2022, Colombia perdió un territorio de bosque un poco más grande que toda la ciudad de Medellín: 40.650 hectáreas. En el occidente de la Amazonia colombiana, según este proyecto, persisten los focos de deforestación registrados durante los últimos cuatro años, con una desaparición incalculable de recursos.
Detrás de la pérdida de la biodiversidad hay una enorme tragedia. Un reciente estudio publicado por el diario The Guardian demostró cómo la gran mayoría del área que ha sido quemada para deforestar, simplemente, jamás volverá. “La destrucción ambiental en partes de la Amazonia es tan completa que franjas de la selva tropical han alcanzado un punto de inflexión y es posible que nunca puedan recuperarse”, advierte el prestigioso diario inglés.
The Guardian cita un estudio del Amazonian Network of Georeferenced Socio-environmental Information (Raisg) que revela que solo queda 74 por ciento de esta selva. Cada vez que un árbol se tala, la muerte no solo arrasa con cientos de especies con las que se relaciona, sino que libera a la atmósfera los gases contaminantes que capturó y almacenó durante su proceso natural de producción de oxígeno.
Es tal la deforestación en Colombia que las emisiones producidas, solo por ese hecho, ya alcanzan el 33 por ciento del total de las emisiones, de acuerdo con el Tercer Informe Bienal de Actualización de Cambio Climático de Colombia,con datos del Inventario Nacional de Gases de Efecto Invernadero (GEI), elaborado por MinAmbiente, la Fundación Natura, el Ideam y el PNUD.
“Estamos perdiendo conexiones, que es lo que sustenta el agua y es fundamental para la agricultura. Si queremos ser Colombia Potencia Mundial de la Vida no solo hay que frenar la deforestación, sino restaurar”, explicó la jefa de la cartera ambiental.
El estudio publicado en The Guardian cuenta cuáles son los enemigos de la selva: en la mayoría de países, las industrias legales que se han abierto paso en ese vasto territorio. En Ecuador, por ejemplo, el petróleo es extraído en 89 por ciento en la selva y los bloques de hidrocarburos cubren el 9,4 por ciento de ese bosque. Más de la mitad de la Amazonia ecuatoriana está designada como bloque petrolero. La agricultura, por su parte, es responsable del 84 por ciento de la deforestación en toda la región.
La pérdida de la selva constituye un daño irreparable al tesoro más valioso de los colombianos. Se calcula que un punto deforestado tarda al menos 100 años en regenerarse. El gran expedicionario Wade Davis, en su libro Los guardianes de la sabiduría ancestral, resume el poder de esa riqueza que lleva consigo este refugio sagrado. “Al fin y al cabo es la más grande expansión terrestre de vida tropical que existe en el mundo, un bosque pluvial aproximadamente del tamaño de los cuarenta y ocho Estados Unidos contiguos, un manto de riqueza biológica tan dilatado como la cara de la Luna llena”.El país está dejando que se desvanezca en sus narices.
El parque que deslumbró al nuevo rey de Inglaterra
En esa inmensidad hay un paraje absolutamente mágico: el Chiribiquete. Wade Davis lo ha descrito como la Capilla Sixtina del Amazonas. Sus paredes resguardan pinturas de animales salvajes con entre 12.000 y 22.000 años de antigüedad y sus tepuyes, “las mesas de los dioses”, como los llaman los indígenas, son admiradas en el mundo entero.
Las formaciones rocosas, que alcanzan 240 kilómetros de largo y 90 de ancho, son unas de las postales más lindas de la riqueza ambiental del país y convirtieron a este lugar en Patrimonio de la Humanidad para la Unesco. Uno de los que vino a visitar ese tesoro por cuenta de esa coyuntura fue el rey Carlos III. El hoy monarca de Inglaterra posó feliz en ese manto donde, como decía el poeta Aurelio Arturo, “el verde es de todos los colores”.
El ambientalista Rodrigo Botero explica que se trata de uno de los puntos con más endemismo del planeta. “Debajo de cada piedra usted puede encontrar una nueva especie”, agrega.
Pero tanta belleza no es un oasis: a hoy ya ha perdido más de 8.000 hectáreas por cuenta de la deforestación y en los ocho municipios que circundan sus límites pastan no menos de tres millones de vacas. Ese patrimonio de la humanidad también se resquebraja.