Es común que las personas tiendan a confundir los ataques de pánico con los de ansiedad. Si bien se trata de dos afecciones que pueden coincidir en algunos síntomas o presentar señales similares, lo cierto es que no son lo mismo.
Los ataques de pánico, según el portal Healthline, se producen de manera repentina e implican un temor intenso y en ocasiones que no se puede controlar. Pueden presentarse acompañados de padecimientos como ritmo cardíaco acelerado, dificultad para respirar o náuseas.
La última edición del Manual de Diagnósticos y Estadísticas de Trastornos Mentales (DSM-5) clasifica estos ataques en inesperados o esperados. Los primeros ocurren sin una causa obvia, mientras los segundos pueden darse por factores estresantes, tales como fobias.
Si bien estos ataques pueden ocurrirle a cualquier persona, cuando la situación se vuelve recurrente y quienes los padecen duran mucho tiempo con miedo, puede tratarse de un trastorno de pánico, precisa el instituto de investigaciones mayo Clinic.
En cuanto a la ansiedad, el DSM-5 la define como una característica generada por una serie de trastornos psiquiátricos comunes.
Los principales síntomas de la ansiedad son preocupación, angustia y miedo. Generalmente, es una situación que está relacionada con la anticipación de una situación, experiencia o evento estresantes y por ello es probable que quienes la padecen reaccionen de manera diferente.
“Es decir, una persona puede describir que tiene un “ataque de ansiedad” y tener síntomas que otra persona nunca ha experimentado a pesar de indicar que también lo ha presentado”, precisa Healthline.
Estos dos padecimientos pueden tener síntomas en común, pero también varias diferencias. Es posible que un individuo pueda experimentar tanto un ataque de ansiedad como un ataque de pánico al mismo tiempo. Ante una situación estresante, el primero puede derivar en el segundo.
En los dos padecimientos se presentan tanto señales emocionales como físicas y las diferencias se dan particularmente en las primeras. En el caso de los ataques de ansiedad, la persona puede experimentar preocupación, angustia, intranquilidad y miedo; mientras que en los de pánico puede haber temor a morir o perder el control y un sentido de desapego del mundo.
En cuanto a los síntomas físicos, los dos padecimientos se manifiestan de manera muy similar con palpitaciones cardíacas o ritmo cardíaco acelerado, dolor en el pecho, dificultad para respirar, tensión en la garganta o sensación de asfixia, boca seca, sudoración, escalofríos o sofocos, estremecimiento o temblores, entumecimiento u hormigueo, naúseas, dolor abdominal o malestar estomacal, dolor de cabeza, sentirse débil o mareado.
Así se pueden diferenciar estas afecciones, según Healthline:
- La ansiedad usualmente se relaciona con algo que se percibe como estresante o amenazante. Los ataques de pánico no siempre se atribuyen a factores estresantes. La mayoría de las veces ocurren de la nada.
- La ansiedad puede ser leve, moderada o grave, mientras los ataques de pánico implican síntomas severos y perturbadores.
- Durante un ataque de pánico, la respuesta autónoma de pelea o huida del cuerpo toma el control. Los síntomas físicos son a menudo más intensos que los síntomas de la ansiedad.
- Mientras que la ansiedad puede acumularse gradualmente, los ataques de pánico en general se producen de manera abrupta.
- Los ataques de pánico suelen provocar preocupaciones o temores relacionados con sufrir otro ataque. Esto puede tener un efecto en el comportamiento de la persona, lo que puede llevarla a evitar lugares o situaciones donde cree que podría estar en riesgo de padecerlo.
Los especialistas de Mayo Clinic recomiendan que si una persona tiene síntomas de ataque de pánico, lo mejor es buscar ayuda de un experto, pues aunque en general no se tratan de situaciones peligrosas, lo que sí es cierto es que pueden afectar la calidad de vida, pues en la mayoría de ocasiones son difíciles de controlar por cuenta propia y pueden empeorar si no se tratan.
Factores de riesgo
Los síntomas del trastorno de pánico suelen comenzar al final de la adolescencia o a principios de la adultez y afectan a las mujeres más que a los hombres.
Los factores que aumentan el riesgo de padecer este tipo de ataques son los antecedentes familiares; situaciones de estrés importante en la vida, como la muerte o una enfermedad grave de un ser querido; un suceso traumático, como una agresión sexual o un accidente grave; cambios importantes en la vida, como un divorcio o la incorporación de un bebé a la familia; el consumo de tabaco o cafeína en exceso y antecedentes de maltrato físico o abuso sexual en la niñez.